El senador Gerardo Fernández Noroña no necesita presentación. Ha sido por muchos años uno de los personajes más tóxicos de la vida pública mexicana. No contento con enrarecer el ambiente, ha sido protagonista de numerosos patéticos escándalos que, lejos de contribuir al debate, han sembrado discordia.
Sin embargo, a pesar de esos rasgos de su personalidad que le han granjeado animadversión por parte de un creciente número de mexicanos, ha ascendido en la escalera política. Tras algunos años de ser un vulgar diputado estridente, miembro de un partido político condenado a sobrevivir en los márgenes, llegó a formar parte clave de un movimiento que, tal vez no de la forma que el legislador hubiera pretendido, le agradeció sus “aportaciones” a la campaña con una senaduría y con la presidencia de la cámara alta.
No obstante sus estridencias y vulgaridades, Noroña fue capaz de ganarse simpatías por su aparente congruencia. Y sí que lo aparentaba. Mientras un día increpaba violentamente a Genaro García Luna, en otro momento lanzaba diatribas contra Felipe Calderón, Lorenzo Córdova o algún otro legislador, llegando en ocasiones a recurrir a agresiones de género contra mujeres como Margarita Zavala.
Ufano, el diputado juraba representar al “pueblo” y despotricaba contra cualquier funcionario cuyo sueldo alcanzara para darse una vida de lujos, contar con seguro de gastos médicos privado o viajar en autos de alta gama.
Sin embargo, tras el ascenso de Morena y su arribo al Senado, el Noroña del pasado (vulgar, arrogante, pendenciero y congruente) dio paso al del presente: un senador ensoberbecido e igualmente vulgar y arrogante, pero dispuesto a traicionar sus dichos de antaño.
Tal vez haya ido ahora demasiado lejos. Tras el escándalo del avión y sus declaraciones frente a reporteros, exclamó que la presidenta Sheinbaum aprobaba –según dijo– que se alquilase transporte privado si resultaba necesario. Ella, por su parte, respondió ayer que “no entraría en debate con él”.
Puede anticiparse un nuevo distanciamiento con la jefa del Estado. En tanto que perro de pueblo (se le amarra cuando hay fiesta y se le suelta cuando hay pleito), los lujos del senador podrían conducirle a un rompimiento con la presidenta, lo que se traduciría, se espera, en el aniquilamiento de sus aspiraciones presidenciales.
¿Será consciente el torpe senador que un distanciamiento con la élite morenista conllevaría su apartamiento del círculo de poder? ¿O quizás considera el impresentable legislador que sus “asambleas informativas” serán suficientes para posicionarle como candidato a la presidencia de Morena? El sujeto merece el ostracismo, pero no solo del partido oficial, sino de la vida pública de este país.