¿Qué está pasando en el país que el abandono de recién nacidos en calles o basureros se ha magnificado?

No me refiero al análisis juicioso que criminaliza la pobreza ni al linchamiento en contra de las madres que son las primeras en ser señaladas como responsables bajo la premisa estereotipada de que “ni las animales abandonan a sus hijos” y que ellas son siempre obligadas a cuidar aun ante la ausencia de padre. Me refiero a las condiciones y contextos que están orillando a que esto suceda, más pensando que en la Ciudad de México el aborto es legal y gratuito, accesible y hasta cierto punto, de conocimiento general.

Hace unos días, en un baño del metro cercano a la UAM, alguien dejó a una recién nacida. No resistió. En la misma semana, otros dos bebés fueron encontrados: uno en las escaleras de otra estación, otro en plena calle. Tres vidas abandonadas en siete días; una de ellas apagada antes siquiera de pronunciar su primer llanto completo.

La estadística no es clara, porque el abandono suele quedar sumergido en la cifra negra. No todos los bebés tienen suerte de ser encontrados y la gran dificultad consiste en que hay partos privados y nacimientos no registrados, tratándose de decesos de personas que no tienen siquiera acta de nacimiento y que jurídicamente, no existen todavía para el Estado. El DIF reconoce casos cada año, y organizaciones como la Red por los Derechos de la Infancia en México insisten en que hablamos de una realidad invisible, sin protocolos claros ni registros exhaustivos. Lo que sí sabemos es que la mayoría de esos bebés son niñas.

Aunque la estadística proviene de sociedad civil, en 2023 hubo registro de 144 casos de abandono infantil, fueron 146 casos en 2022 pero destaca que en años anteriores, de 2010 y 2016, el promedio anual era de 71 casos y hubo un repunte a partir de 2017 y hasta 2023, elevándose a 120 con un incremento del 70 por ciento. Los casos más recientes fueron en Ecatepec el 10 de agosto, Tacubaya el 24 de agosto y UAM el 25. La CDMX tiene el primer lugar en lista con 387 casos desde 2010, seguida por el Edomex con 306, Hidalgo y San Luis Potosí con 177.

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En el fondo hay desigualdad, pobreza y parejas muy jóvenes que han sido sorprendidas intentando deshacerse de sus hijos. La desventaja económica debería de irse tomando como un contexto de violencia pensando en que aquellas parejas no tuvieron acceso a anticonceptivos, educación sexual y herramientas para acceder a la salud interrupción del embarazo e información sobre contextos para dar en adopción. Al mismo tiempo, cohabitamos con una sociedad que ha aprendido a tolerar la violencia como ruido de fondo, en la que estas pequeñas historias de abandono pasan inadvertidas, como si fueran un accidente más en la rutina de la ciudad.

La filósofa Hannah Arendt describía la “banalidad del mal”: el horror convertido en costumbre, lo monstruoso transformado en trámite. Algo de eso flota cuando leemos la noticia de un bebé en un bote de basura, y pasamos a la siguiente página sin detenernos a imaginar su fragilidad.

¿Por qué más niñas? Quizá porque siguen cargando el peso de una antigua maldición: nacer mujer en una cultura que aún mide la vida con varas desiguales. Posiblemente por estadística, que son más las niñas que nacen qué niños y por tanto, serán más las niñas abandonadas que los varones. Tal vez por la idea que se ha tenido acerca de que mantener niñas es más caro que tener hijos o posiblemente, aquellas parejas habrían abandonado a ese bebé igual fuera niña o niño. Lo intuía Simone de Beauvoir cuando advertía que “no se nace mujer, se llega a serlo”, pero aquí parecería que muchas ni siquiera tienen permitido llegar. En esa preferencia silenciosa por el varón, en ese descarte de lo femenino, se cuela una herencia patriarcal que todavía nos marca.

Desde otra orilla, Emmanuel Lévinas recordaba que el rostro del otro nos reclama, nos obliga a responder. Un bebé, con su total indefensión, es el rostro absoluto del otro. El abandono de bebés es más que un acto desesperado: es el síntoma de un sistema que ha dejado de sostener la vida en común. Es el eco de madres sin red, atrapadas entre pobreza, miedo y soledad. Es también el espejo de un país que ha normalizado la violencia hasta volverla paisaje.

Una pareja que fue detenida ya, también muy jóvenes, habían perdido previamente a cuatro bebés en condiciones que ahora se han vuelto sospechosas. Tal vez aquella madre vivía circunstancias excepcionales de violencia y sometimiento psicológico al punto de encontrarse impedida para asistir al médico.

No basta con indignarnos cuando muere una niña en un baño del Metro. La pregunta que deberíamos hacernos es más incómoda: ¿qué nos ha pasado para que la vida recién nacida, que debería despertar nuestro instinto más profundo de cuidado, se haya convertido en un desecho?

Mientras no lo resolvamos, estas historias seguirán apareciendo, breves y olvidadas, en las notas rojas de los periódicos. Y cada bebé abandonado será, en realidad, la metáfora dolorosa de un país que aún no sabe cuidarse a sí mismo. En el más doloroso de los casos, podríamos intuir qué la vida y la muerte se han banalizado... Que en medio de un individualismo rapaz, da lo mismo una vida o una muerte porque las segundas parecen más normalizadas, frecuentes y aceptadas que las primeras. La insensibilidad reinando como elefante blanco de las salas se ha atrevido a decir que con ese tipo de padres, morir o ser abandonados fue lo mejor que pudo pasar a esos niños.

Tal vez, socializar los afectos y los cuidados pueda ser antídoto a la profunda sensación de soledad y desesperación qué hace a los más jóvenes dejar a sus hijos... Tal vez, hablar sobre depresión posparto, atenderla de rutina asumiendo su existencia y acompañando a madres haga que el abandono deje de ser una opción... Tal vez necesitamos hablarlo más.