Durante años, el poder en México tuvo un solo eje. Una voz, un relato, una figura que concentraba decisiones, narrativa y control político. Ese modelo terminó.

El 2025 no fue simplemente el primer año de gobierno de Claudia Sheinbaum Pardo; fue el año en que México comenzó a redistribuir el poder real. Y esa redistribución —silenciosa pero profunda— está redefiniendo la forma de gobernar el país. Sheinbaum llegó a la presidencia con la etiqueta de continuidad. Sin embargo, gobernar no es repetir consignas. En poco tiempo quedó claro que su estilo sería distinto: menos confrontación pública, más control técnico; menos épica, más administración. El poder dejó de ejercerse desde el micrófono y comenzó a moverse desde los presupuestos, los nombramientos en la fiscalía y tribunales.

Al mismo tiempo, el retiro de Andrés Manuel López Obrador dejó un vacío que no se llenó con una nueva figura dominante. AMLO ya no manda, pero su sombra sigue delimitando el terreno. Morena, sin su fundador como árbitro, descubrió algo que todo movimiento enfrenta tarde o temprano: cuando se convierte en sistema, aparecen las disputas internas, las agendas propias y los choques de poder.

En 2025, Morena dejó de ser un movimiento vertical y se transformó en una maquinaria compleja. Gobernadores con peso propio, secretarios con poder real y grupos internos disputando control territorial y presupuestal. El poder ya no baja en línea recta; se negocia, se condiciona y se fragmenta.

Este nuevo escenario devolvió protagonismo a los estados. Los gobernadores, que durante años caminaron alineados a una sola voz, regresaron al tablero como actores relevantes. El presupuesto se convirtió en el nuevo campo de batalla y la obediencia automática quedó atrás. La política volvió a ser política.

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También el sector empresarial entendió que el momento había cambiado. La relación con el gobierno pasó del choque ideológico a la negociación pragmática. Impuestos, aranceles, reglas claras y certidumbre volvieron al centro de la conversación. Cuando el poder se dispersa, el dinero vuelve a tener voz.

La gran pregunta de 2025 no fue si el gobierno tenía poder, sino cómo se ejercía. Y la respuesta es incómoda para muchos: hoy manda quien controla recursos, información y tiempos. No quien grita más fuerte.

México no vive una crisis de poder. Vive algo más complejo y más peligroso: una redistribución del poder. Y la historia enseña que estos momentos definen si un país madura políticamente o entra en una nueva etapa de conflicto.

El viejo modelo se agotó. El nuevo aún no se consolida. En esa tensión se juega el futuro inmediato del país.