Regresé a México a finales de 2016 después de estar unos años en África. Mi visión de la patria ha sido diferente desde entonces y, viniendo de una experiencia en donde la independencia y la colonización estaban tan vivas, el asunto de la discriminación se me volvió una lucha fundamental. Después de todo, si he luchado en contra del racismo en otros países, hacerlo en México es mi deber ciudadano y mi pasión conducida por el sentido común.

Oaxaca de Juárez es una ciudad pequeña pero hermosa, llena de vida, cultura, arte y alegría. También la invaden situaciones terribles: pobreza, falta de espacios dignos, banquetas deshechas, falta de agua e iluminación. En general es una ciudad tranquila, se respira la capacidad que tiene de abrazar nuevas culturas y de una gran apertura hacia el turismo.

En el Municipio de Oaxaca se valora el turismo local y extranjero, siendo el último un sector privilegiado: norteamericanos y europeos integran la mayoría, también algunos orientales y unas minorías africanas.

Discriminación

De acuerdo a cifras de la última Encuesta Nacional sobre Discriminación en México (hecha por CONAPRED), uno de cada cuatro mexicanos se siente discriminado por el color de su piel y el 55% del total de las personas encuestadas reconoce que se insulta a las personas por el color de su piel.

Si algo he aprendido es que el racismo se termina cuando los primeros racistas, no tanto los extranjeros, asumen que han discriminado sin razón alguna. Cuando se encuentran con la otra persona y entienden la humanidad compartida y los rasgos culturales que nos hacen únicos en la diferencia, no peligrosamente extraños o peor aún: despreciados por representar lo que soy y no quiero aceptar.

Acto de Discriminación en Oaxaca

En la calle 5 de mayo, en el Centro Histórico de Oaxaca hay un establecimiento llamado PATIO, es un after. Es decir, después de ir a algún bar o antro, se va ahí a esperar el amanecer. Tienen música electrónica y la única característica especial es que el lugar en sí es un verdadero patio de casona antigua. Fuera de ello, podría pasar como cualquier casa tradicional oaxaqueña. No tiene ningún letrero en especial y solo unos “elegidos” conocen la ubicación. Es un secreto público, pero no es un lugar público.

He entrado a ese lugar en un par de ocasiones y curiosamente cuando voy con un grupo de extranjeros, nunca tengo problema para entrar. Sin embargo, siempre que voy acompañado por gente de Oaxaca, el tema es otro. El cadenero indica que es un evento privado (donde venden algo, legalmente seguramente) y no permite el acceso. Gracias a la oratoria oaxaqueña, después de un rato de convencimiento, accede y los deja pasar. El viernes pasado fuimos un grupo con mayoría de oaxaqueños y resultó lo predecible: el cadenero en actitud de “disco” de los 80´s dijo que no podíamos entrar porque era un evento privado. Eventualmente lo persuadieron, pero no quise entrar.

No quise entrar para dialogar con el cadenero. Quería saber si realmente estaba consciente de su racismo y de la discriminación que ejercía, al ser oaxaqueño y despreciar a su propia gente.

Decía que era su trabajo. Lo cual es grave porque entonces su trabajo es hacer algo ilegal y en contra de los Derechos Humanos. ¿Cómo sería la instrucción de su jefe? “Blancos y güeritos sí, a los que se parezcan a ti no”. Es cierto, por terrible que parezca los índices de desempleo llevan a la gente a convertirse en verdugos sociales de sus hermanos y hermanas. La falta de oportunidades nos lleva a la traición, sin embargo, quien ha tenido hambre sabe que los valores no se comen y el trabajo, por más indigno y deshumanizante, es trabajo.

El jefe o el dueño del lugar es una persona racista si es que ha dado la instrucción de solamente dejar entrar extranjeros y extranjeras. Me queda claro que, si puede tener una licencia para vender alcohol y discriminar a placer, debe estar protegido por las autoridades o ¿genuinamente no se han percatado de esta situación?

Conclusión

El racismo sigue vivo en Oaxaca y las autoridades y empresarios no han hecho nada para erradicarlo. Quizá los artistas han tenido más la vocación social de resolver este mal. Ojalá dejen de permitir lugares como PATIO, los cuales atentan contra los principios de Dignidad, Derechos Humanos y la República (la cosa pública, el bien común).

Espero que ningún joven, ninguna joven tenga que reducirse a un cúmulo de súplicas y ruegos por entrar a un establecimiento donde solamente busca divertirse. Si el bien es compartido, no tiene que ser forzado o vuelto un lujo. La dignidad vale más que unas horas de diversión, pero también la gente merece divertirse porque no hacerlo sí sería indigno.

Un amigo me dijo que las cosas son así en esta parte del mundo. Que Oaxaca es racista. No lo creo. Creo que Oaxaca y sus ciudadanos y ciudadanas es mucho mejor que un pequeño grupo de discriminadores empresariales.

Nos quejamos de los comentarios racistas de Trump, de los desaires que sufren los mexicanos y las mexicanas en el extranjero y callamos cuando el mismo problema, la misma infección está en nuestra gente.

Debo aclarar que el asunto de la discriminación en el after PATIO no es exclusivo de un establecimiento. Las dinámicas como condicionar el ingreso a un establecimiento fijando un precio (una mesa por botella, por ejemplo, en Barezzito) o abusar del “derecho de admisión” sin elementos objetivos, son ilegales (de acuerdo a PROFECO) e imbéciles, de acuerdo al sentido común.

Confío plenamente en que, si al menos tendremos que coexistir con la violencia de la pobreza, de las multinacionales apoderándose de recursos naturales, de persecución contra activistas y defensores y defensoras de Derechos Humanos, no tengamos que vivir también odiándonos entre nosotros y nosotras, que los oaxaqueños y las oaxaqueñas no se fragmenten o que, mínimamente, no se pretenda alentar establecimientos que provocan brechas injustas, inhumanas e indignas.

Callar frente al mal del racismo y la discriminación es una forma de colaborar con la cultura del odio.