Este 15 de noviembre se espera la marcha de la llamada Generación Z, que en teoría agrupa a personas menores de 30 años inconformes con la situación actual. Digo “en teoría” con cierta ironía, porque los principales voceros y convocantes rondan ya los 40 años y llegaron a espacios de elección popular como parte de antiguos grupos juveniles.
El término Generación Z llamó la atención de los estrategas políticos a raíz de los hechos ocurridos en Nepal, donde una serie de decisiones autoritarias —como la prohibición de redes sociales— desató la frustración de la ciudadanía frente a la corrupción, el abuso de poder y la ostentación de riqueza de los funcionarios y sus familias. Ese enojo derivó en un movimiento bautizado como la Revolución Z, que rápidamente amplió sus demandas hacia temas de gobernanza, transparencia y rendición de cuentas.
Las protestas escalaron con violencia: se incendiaron edificios gubernamentales, hubo ataques a políticos e incluso la casa del exprimer ministro fue quemada. Algunos reportes periodísticos señalaron su muerte. El 9 de septiembre de 2025, el primer ministro KP Sharma Oli y varios miembros de su gabinete dimitieron y huyeron del país. En menos de 48 horas, las protestas juveniles habían provocado la caída del gobierno. Para el 12 de septiembre, Sushila Karki fue nombrada primera ministra interina, y un día después las manifestaciones cesaron.
Inspirados en ese episodio, ciertos estrategas de la oposición mexicana consideraron que era un modelo “replicable” y comenzaron a importar, poco a poco, ese tipo de dinámicas, tratando de fabricar un movimiento juvenil desde lo artificial, no desde lo orgánico.
Así surgieron invitaciones a paros y protestas en universidades, pequeñas chispas que se apagaron pronto. Uno de los errores más evidentes fue de concepción: México no es Nepal.
Nuestro país puede presumir una larga tradición institucional. Desde 1812 inició su camino hacia la democracia, que alcanzó estabilidad con la Constitución de 1917, aún vigente.
El movimiento estudiantil de 1968, protagonizado por jóvenes, apelaba contra la dictadura partidista y el margen de simulación democrática que mantuvo a un solo partido en el poder durante más de 70 años. Solo en ese escenario se habría justificado el hartazgo social y la exigencia de que una presidencia dimitiera. Sin embargo, en lugar de diálogo hubo una masacre. La Cuarta Transformación fue, en muchos sentidos, el culmen histórico de aquel movimiento que, pese a la alternancia política, permaneció excluido, pues el PAN terminó siendo socio del PRI y el tricolor mutó en el camaleónico azul.
A diferencia de aquel contexto de represión, nuestro país hoy cuenta con un entramado institucional sólido. Existe educación pública garantizada, programas sociales, becas, oportunidades de empleo e, incluso frente a fenómenos negativos como el reclutamiento forzado o el crimen organizado, hay atención pública y debate abierto.
El detonante en Nepal fue la censura: la prohibición de redes sociales. En México no existe nada semejante. No hay políticas de represión hacia las juventudes; por el contrario, ha habido apertura al diálogo incluso en los paros universitarios promovidos por grupos vinculados al PRI y al PAN. Las demandas por comedores subsidiados o atención a la salud mental han sido atendidas: hoy se puede comer por 10 pesos en varias sedes de la UNAM y ya existen brigadas de primeros auxilios psicológicos.
Por eso, resulta claro que los intentos de detonar movimientos desde fuera son artificiales. Un ejemplo revelador: tras la muerte de un aficionado del Cruz Azul en Ciudad Universitaria, víctima de tortura por parte de elementos de vigilancia, nadie marchó. Aunque los responsables fueron detenidos y expulsados, el hecho pasó casi inadvertido. Si la indignación fuera orgánica, una vida universitaria valdría igual que otra y este acontecimiento habría sido suficiente para que la presión en la UNAM continuara. Contrario a eso, dese la Rectoría hasta las Facultades tomaron acciones y a pesar de que varias facultades continúan en paro, los universitarios no están abarrotando las calles.
La oposición, ante su vacío de agenda y causas reales, parece recibir asesoría millonaria para importar movimientos juveniles de otras latitudes. Buscan convertir a los jóvenes en carne de cañón. Las convocatorias no surgen de asambleas, sino de chats de WhatsApp y grupos de Discord donde ni siquiera se sabe quién organiza o financia. Se incita a encapucharse, a usar bombas molotov, a provocar a la policía: una estrategia de manipulación que convierte la protesta en espectáculo.
El cálculo es perverso: si las autoridades logran contener la violencia, los organizadores acusarán represión y recordarán que la presidenta emanó del movimiento del 68; si no la contienen, dirán que Clara Brugada permite el vandalismo y ahuyenta inversiones. Es un juego de doble filo, pero con un mismo propósito: el caos.
Todo indica que la marcha del 15 de noviembre será violenta. No la convocan jóvenes auténticos, sino adultos que instrumentalizan a la juventud. La policía, sobre todo las mujeres policías, también acumulan frustración: muchas han sido agredidas o quemadas sin poder defenderse.
El mensaje final es claro: las juventudes deben despertar su conciencia crítica y reconocer que quienes incitan estas movilizaciones son actores partidistas. Ellos no arriesgan el cuerpo ni la libertad; llaman a otros a hacerlo por ellos.
Mientras tanto, las autoridades deberán actuar con serenidad. La presidenta Claudia Sheinbaum ha anunciado una investigación para identificar a los responsables detrás de la manipulación. Es una medida acertada y urgente: se trata de proteger a las juventudes de quienes buscan, con cinismo y nostalgia de poder, convertirlas en carne de cañón para provocar el caos y la tragedia.
Tendría que existir una condena enérgica desde las juventudes exigiendo respeto, desestimando el intento por ser usados como carne de cañón y manifestando lo que realmente afecta, pues la marcha mexicana revolución Z no se acerca siquiera a lo orgánico de los reclamos feministas en las marchas de mujeres que parece, también intentan ser cooptadas por aquellos que nunca han tenido mayor agenda que la de la corrupción y el poder por el poder.






