En la historia política de México, pocas veces se ha visto a un partido que, desde el ejercicio del poder, se atreva a mirarse al espejo y a preguntarse por el rumbo de sus principios. Morena, fiel a su origen como movimiento social antes que, como maquinaria electoral, ha dado un paso fundamental con la aprobación de los Lineamientos Éticos. Este documento, lejos de ser un simple compendio moralista, representa una oportunidad histórica para consolidar nuestra identidad política y mantener viva la promesa de transformación.

La ética no es un adorno para discursos ni un requisito superficial de buena conducta. Es el alma de un proyecto político que aspira a cambiar no solo las formas de gobernar, sino también los valores que rigen la vida pública. Por eso, este documento cobra especial relevancia en un momento donde la Cuarta Transformación avanza, pero también enfrenta resistencias, contradicciones y riesgos de desvío.

Los “Lineamientos Éticos de Morena” están dirigidos a la militancia, pero su sentido es mucho más profundo: buscan dar coherencia a la acción política del partido en su conjunto. A diferencia de los códigos internos de otros partidos, muchas veces ignorados o usados con fines burocráticos, este proyecto invita al debate, a la reflexión crítica y a la autorregulación consciente. No es una lista de castigos; es un llamado a la congruencia.

En su contenido, el documento reivindica valores esenciales: la austeridad republicana, la rendición de cuentas, el respeto a la diversidad, la lucha contra el racismo, el machismo y todas las formas de discriminación. Estos no son temas menores ni elementos decorativos: son pilares de una nueva cultura política que debe enraizarse en la vida cotidiana del poder.

Pero lo más importante es que estos lineamientos no nacen de una imposición vertical. Están pensados como una construcción colectiva, abierta a la discusión de base, a la crítica de los comités, a la aportación de quienes han caminado este proceso desde sus inicios. Morena no impone; Morena escucha, consulta, corrige. Ese es también un principio ético: la humildad frente al pueblo.

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En estos años, el partido ha crecido, y con ello ha enfrentado retos internos: disputas, oportunismos, errores. Es natural. Pero precisamente por eso se vuelve indispensable contar con una guía que nos ayude a distinguir entre lo justo y lo conveniente, entre la lealtad al proyecto y la ambición personal. La ética sirve para no perder el rumbo cuando el poder llega. Y hoy Morena gobierna gran parte del país. El riesgo de repetir los viejos vicios está presente. Por eso, ser distintos no es una frase: es una responsabilidad.

Desde la perspectiva de la militancia, este proyecto no debe verse como un reglamento más, sino como una herramienta de defensa del espíritu original de Morena. Un escudo contra la corrupción, pero también contra la desmemoria. Un recordatorio de que estamos aquí para transformar, no para perpetuar privilegios. Que venimos de la lucha, y que el poder solo tiene sentido si sirve al pueblo.

La reacción de nuestros adversarios ante este documento ha sido predecible: burlas, cinismo, acusaciones de hipocresía. Lo que no entienden es que, a diferencia de ellos, nosotros sí nos cuestionamos. Nosotros sí tenemos la capacidad de autocrítica. Mientras otros partidos reparten cuotas, Morena discute principios. Mientras otros se reparten candidaturas en lo oscurito, aquí debatimos públicamente sobre qué valores nos deben guiar.

La ética en la política no es ingenuidad; es coraje. Es tener la valentía de actuar con rectitud cuando es más fácil ceder. Es tomar decisiones pensando en el bienestar colectivo y no en el cálculo personal. Es recordar que somos servidores públicos, no amos del poder. Y eso, precisamente, es lo que busca fortalecer este proyecto: una cultura de servicio, de integridad y de compromiso con las causas sociales.

Es también una apuesta a largo plazo. Porque la transformación verdadera no se mide solo en obras o programas, sino en el cambio de conciencia. Una ciudadanía empoderada, informada y crítica no basta si no hay un partido que esté a su altura. Y para eso, Morena necesita una base ética firme, compartida y practicada todos los días.

La militancia debe apropiarse de estos lineamientos. Discutirlos en asambleas, llevarlos a las comunidades, cuestionarlos cuando sea necesario. La ética no se impone, se construye. Y si queremos que Morena siga siendo el instrumento del pueblo para lograr la regeneración nacional, debemos cuidar que ese instrumento no se oxide ni se desvíe.

Este proyecto no es la solución a todos los problemas internos, pero es un paso decisivo. Porque reafirma que en Morena sí nos importa el cómo, no solo el qué. Que no basta con ganar elecciones: hay que gobernar con principios. Y que no vinimos a ocupar espacios, sino a dar sentido al poder desde una ética de la transformación.

En estos tiempos definitorios, el compromiso ético no es una opción: es el cimiento que puede asegurar la continuidad de un proyecto que ya ha hecho historia y que, con coherencia, puede construir un futuro verdaderamente distinto.