Lo ha dicho en varias ocasiones, “de haberlo sabido no lo hubiera puesto en el cargo; o si me hubiera enterado lo habría destituido”. Adán muy seguro de sí, dice estar a disposición de las autoridades en caso de que se le requiera. Y por la tranquilidad con la que se desenvuelve, con esa seguridad de saberse intocable, sigue viviendo en el paraíso de poder; tan confiado, que puede -como un escolar- ver un partido de futbol en plena sesión. ¿Está tan seguro Adán de que toda la sangre con que “La Barredora” lo salpica, quedará reducida tan solo a falsos señalamientos?

Adán Augusto López Hernández, exgobernador de Tabasco, exsecretario de gobernación, y actual senador y coordinador de la bancada de Morena en el Senado de la República asegura no haber sabido nunca, que su jefe de Seguridad Hernán Bermúdez Requena, lideraba una sangrienta red criminal. Ignoraba que Bermúdez se dedicaba al tráfico de drogas, al lavado de dinero y extorsión; al secuestro, tráfico de armas y huachicol; al control territorial mediante la violencia. Y él, simplemente, no sabía nada.

Bermúdez se desempeñó como secretario de Seguridad de 2019 a 2024. Uno de sus principales encargos fue disminuir la incidencia delictiva en el estado. Y así fue, porque el “Comandante H” daba instrucciones de que las ejecuciones se realizaran en Chiapas, así fue como logró que bajara la cifra. De acuerdo con datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), el estado pasó de 565 en 2019 a 234 en 2023.

Con eso se defiende Adán Augusto, “los homicidios bajaron durante mi mandato”…

A través del tiempo han surgido, de las cloacas, nombres de altos mandos policiales que, con o sin el “conocimiento” de sus jefes, lejos de proteger a la población, protegían al crimen. Hicieron uso de su fuerza, de sus cargos y armas para su propio beneficio. La Barredora sumió a Tabasco en la violencia y el terror, bajo el mando de quien debía protegerlos, mientras su jefe, el gobernador, se hacía de la vista gorda.

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Entre 2010 y 2016, otro Bermúdez, pero este de nombre Arturo, era el secretario de Seguridad de Javier Duarte el exgobernador de Veracruz, integrante del “Nuevo PRI” de Enrique Peña Nieto. Arturo Bermúdez Zurita compraba, con lo que obtenía en sobornos y transas, casas en Texas que fueron valuadas en 2.4 millones de dólares mientras el estado estaba sumido en la violencia. Asesinatos, desapariciones forzadas… No se sabía si bajo el suelo que pisaban los veracruzanos había una fosa clandestina. Buena mancuerna hicieron ambos: el gobernador que, con voz chillona, -como si acabara de inhalar helio-, le decía a los periodistas: “¡pórtense bien!“. Cínica amenaza de muerte: dieciocho periodistas fueron asesinados en su sexenio, además de los desplazados por amenazas. Duarte saqueó Veracruz; su esposa, Karime Macías, que desfalcó al DIF, se perdió en Inglaterra.

Felipe Calderón Hinojosa tampoco sabía nada de lo que hacía su secretario de Seguridad Pública Genaro García Luna, ahora preso por haber recibido millones de dólares por proteger al cártel de Sinaloa. Tenía departamentos en Miami, millones en diversas cuentas, de los cuales ahora goza su esposa y socia Linda Cristina.

En la llamada “guerra contra el narcotráfico” se estima que hubo alrededor de 150,000 muertos, entre ellos civiles, a quienes Calderón catalogó, con esa frialdad y cinismo que lo caracteriza, como “daños colaterales”. Felipe Calderón vive impune en España mientras su esposa Margarita Zavala es diputada del PAN. Bien informado debe estar el que se robó la presidencia de la república; ambos, sin remordimiento alguno guardan sangrientos secretos.

Arturo El NegroDurazo, el jefe policiaco del entonces Distrito Federal, en el sexenio de López Portillo, fue acusado de enriquecimiento ilícito, extorsión, sobornos, narcotráfico y protección a criminales. Dirigía redadas, detenciones arbitrarias, torturas y ejecuciones extrajudiciales en el Distrito Federal. Amasó fortunas, construyó “El Partenón” en Zihuatanejo y una mansión a la que llamaba la “residencia del jefe” que se encontraba en la carretera federal México-Cuernavaca. Propiedad que tenía discoteca, caballerizas y un salón de armas, además de tener retratos suyos de cuerpo entero vestido como general. Era ese lugar, el punto de reunión de altos mandos policiacos y políticos durante el sexenio de López Portillo. Servía como casa de seguridad para interrogar o castigar detenidos antes de llevarlos a los separos de la Secretaría de Seguridad. Hay testimonios que ahí se practicaban torturas, interrogatorios y posiblemente ejecuciones extrajudiciales.

Así nuestros jefes policiales: lejos de protegernos, nos entregaban al crimen mientras ellos, se enriquecían, ejecutaban, desaparecían o tenían nexos con el narcotráfico ante los ojos ciegos o cómplices de sus jefes inmediatos, ya fueran presidentes o gobernadores.

Adán Augusto López Hernández, se deslinda de las atrocidades de La Barredora… Pero por más que quiera limpiar su imagen, esta banda criminal no solo lo salpicó, lo embadurnó, y además, lo enriqueció.

Adán, a su vez, mancha a Morena… No olvidaremos jamás que “la corrupción se va a barrer como se barren las escaleras: de arriba hacia abajo”, al parecer quieren volver a esconder a los que traicionan bajo los tapetes.