“Si queremos reivindicar la democracia no como un eslogan, sino como un ethos vivo y palpitante, debemos empezar por la cultura.”

Henry Giroux

Culture as a Pedagogical Battlefield in the Fight Against Authoritarianism” es el título de un artículo que escribió Henry Giroux en días pasados en “The Bullet” (junio de 2025, versión extensa). El título del texto es interesante, profundamente crítico y revelador, tanto por la claridad política que el autor expone como por su vasta integración de conceptos e ideas sobre las relaciones entre la cultura y el poder.

A continuación, comparto un resumen del texto aludido a través de palabras, frases claves y párrafos del mismo, cuyo título podría traducirse al español como: “La cultura como campo de batalla pedagógico en la lucha contra el autoritarismo”.

La reflexión de Giroux se sitúa en las relaciones del poder político y cultural en EEUU, principalmente, pero se extiende hacia la comprensión y la denuncia de los hechos que acontecen hoy en el mundo, en un contexto caracterizado por la ofensiva de la ideología de derecha y el asomo de las tendencias políticas neofascistas no sólo en Norteamérica, sino en todo el planeta.

Al reseñar brevemente los hechos de represión protagonizados recientemente por la fuerza pública del gobierno de Estados Unidos en contra de la población inmigrante, en resistencia, sobre todo en grandes ciudades como Los Ángeles, Chicago y Nueva York, bastiones del Partido Demócrata, Giroux señala: “Esto no es simplemente la retórica de las fantasías autoritarias; es el lenguaje de la ambición fascista, un pretexto calculado para invocar la Ley de Insurrección y erigir un Estado policial. Bajo esta fachada escalofriante se esconde algo mucho más siniestro: la instrumentalización de la guerra contra los inmigrantes como medio para orquestar una limpieza étnica, velada por el aparato legal y el grotesco espectáculo del poder estatal.”

Detrás del uso irregular, ilegal y desmesurado de la fuerza por parte del Estado de la Unión Americana, hay otras intenciones: “No se trata de mantener la ley y el orden; se trata de la instrumentalización calculada de la cultura autoritaria para intensificar la violencia estatal, infundir terror, criminalizar la disidencia y legitimar la ideología nacionalista blanca”, afirma Giroux.

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Y agrega: “Trump desplegó a la Guardia Nacional y a la infantería de Marina para reprimir las protestas contra sus políticas de deportación masiva, al tiempo que movilizaba al Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) como una Gestapo moderna”… “Lo que presenciamos es un espectáculo de dominación. El despliegue de tropas, los ataques de los justicieros contra legisladores demócratas, el grotesco desfile militar de Trump y la orden de Trump para que el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) atacara ciudades lideradas por demócratas no son eventos aislados”.

“Como advirtió Susan Sontag, el fascismo disfraza la violencia con la estética del espectáculo, haciendo que la sumisión no solo sea aceptable, sino también seductora. Esta es la pornografía del poder, donde la cultura y la represión se fusionan en un teatro del miedo, diseñado para extinguir la imaginación política y hacer ilegible la disidencia.”

El régimen político que encabeza el presidente Trump no tiene consideraciones de carácter económico, pues hace caso omiso de la significativa fuerza laboral que representa la población migrante, y sólo se concentra en la falacia siguiente: toda persona que se encuentra en situación irregular en EU, es delincuente. Tampoco cuenta el hecho de que la clase trabajadora inmigrante paga puntualmente impuestos. Contrario a ello, la decisión de la actual administración de la Casa Blanca se ha enfocado en el aumento de las cuotas impositivas o doble tributación, para quienes envían remesas o transferencias de dinero a sus familias en los países de origen.

“El uso de la fuerza por parte de Trump es más que una demostración de control: es una performance pedagógico destinada a normalizar la represión y grabarla en la conciencia pública. Se trata de una estética fascista reimaginada para una era saturada de medios, donde el poder no solo debe ejercerse, sino exhibirse como performance. Aquí, la dominación se coreografía, se televisa y se convierte en una lección cívica. El espectáculo se convierte en un tutorial de sumisión, transformando las imágenes de la violencia estatal en instrumentos de adoctrinamiento masivo. La cultura no se convoca para iluminar la realidad, sino para borrarla, reemplazando la memoria histórica con el mito, la disidencia con la lealtad y la resistencia con el silencio.”, asevera Giroux.

Más adelante, el autor agrega en su ensayo: “La cultura dominante no es periférica a la política; es su escenario, su arsenal y, cada vez más, su terreno más disputado. El autoritarismo no se basa únicamente en leyes o políticas; transforma la conciencia, fabrica el consentimiento e integra la lógica de la dominación en la vida cotidiana. Con Trump, la cultura no es un mero accesorio del poder: es el arma y la zona de guerra.”

Máquinas de desimaginación

Así, la cultura dominante, dice Giroux “está diseñada para despojar a los colonizados no solo de su futuro, sino también de su historia, de su propia presencia en el mundo. En esta era de fascismos que resurgen, vemos sus efectos devastadores en el ataque genocida librado por Israel contra el pueblo palestino y en la guerra de tierra arrasada contra la memoria histórica y la pertenencia cívica que lleva a cabo el régimen de Trump en Estados Unidos… La cultura, como fuerza educativa, ya no está subordinada a las relaciones de poder; es la esencia misma de la política.” ¿Cómo nombrar a ese fenómeno? Es decir, al uso de la cultura como escenario de la política, de la ideología, para hacerla operar en la vida cotidiana, el autor le llama “las máquinas de la desimaginación”.

En ese contexto, señala Giroux, “El auge de la inteligencia artificial está acelerando una transformación cultural tan peligrosa como seductora. Cuando OpenAI cerró recientemente sus respuestas de ChatGPT sobre la guerra de Gaza por razones de «seguridad», no fue un fallo técnico, sino una advertencia. La IA no solo organiza el conocimiento; se trata de conservar la memoria, definir lo que se puede decir y borrar lo que debe olvidarse. En las manos equivocadas —y cada vez más en manos de regímenes autoritarios y amos corporativos—, la IA se convierte en un arma no de innovación, sino de control ideológico.”

Pero hay algo más sutil y trascendente en esta cruda contienda política, social, económica, tecnológica y cultural. Según Henry Giroux: “la verdadera batalla contra el capitalismo mafioso y sus versiones fascistas actualizadas no se trata solo de políticas o economías, sino de la cultura misma: de los valores, deseos y prácticas cotidianas que configuran la forma en que las personas ven el mundo y su lugar en él.”

Giroux integra también en este texto a diversas voces críticas e irreverentes: “Como sostuvo Theodor Adorno, el capitalismo no es meramente un sistema económico, sino una fuerza cultural totalizadora que moldea el deseo a través de la “industria cultural”, reduciendo la experiencia humana a clichés mercantilizados y reforzando la conformidad mediante la repetición y la distracción. Raymond Williams insistió en que la cultura es a la vez ordinaria y política, arraigada en las prácticas cotidianas mediante las cuales las personas viven y construyen significado. Al igual que Václav Havel, creía que «lo político no es independiente de lo cultural, sino que lo sigue».”

“Desde esta perspectiva, la política sigue a la cultura porque ésta es el terreno en el que la política se establece, el marco a través del cual se moldean los individuos y la fuerza que reproduce las sociedades de maneras que sustentan sistemas políticos distintos.”

“Para Hall, -dice Giroux- el capitalismo no se impone únicamente desde arriba; Se vive, se siente y se reproduce desde abajo, intrincadamente entretejida en las estructuras íntimas de la vida cotidiana. Esto es especialmente evidente en su insistencia en que el mercado sea el modelo de todas las relaciones sociales.”

Finalmente, Giroux cita a Richard Seymour, quien “destaca cómo el éxito del neoliberalismo, al desmantelar la solidaridad y fomentar el individualismo, ha dado origen a una sociedad marcada por una profunda alienación y desintegración social.”

“Seymour explora cómo la cultura y las circunstancias, más que solo los intereses económicos, moldean las actitudes sociales. Argumenta que el neoliberalismo no solo ha convertido la competencia económica en la lógica rectora de la sociedad, sino que también ha fomentado un «sistema paranoico» donde la ausencia de solidaridad colectiva genera resentimiento, envidia e ira… Los individuos, despojados de su sentido de pertenencia, se ven empujados a un círculo vicioso de competencia y desconfianza.”

“Los aparatos culturales controlados por las corporaciones ahora ostentan un inmenso poder pedagógico y político, transformando la relación entre poder, cultura y vida cotidiana. La vida cotidiana está sujeta a nuevos modos de socialización, a un tsunami de fragmentación y a la disolución de la sociedad, impulsada por las rutinas moralmente insensibles de un estado castigador y su creciente criminalización de la libertad de expresión y los problemas sociales.”

El ensayo del Giroux cierra con una sección que lleva como subtítulo: Construyendo una Cultura de Solidaridad, donde afirma, entre otras cosas, que “Si queremos reivindicar la democracia no como un eslogan, sino como un ethos vivo y palpitante, debemos empezar por la cultura.”

Es como concebir y ejercer una contra cultura ubicada o activada desde una mirada amplia y diversa, que iría, como alternativa, en oposición a los valores, las actitudes, los hábitos, los deseos, etcétera, es decir, el conjunto de las subjetividades más sutiles y afinadas de la racionalidad neoliberal y tecnocrática.

Una versión abreviada del ensayo de Henry Giroux se encuentra en “Truthout.org”.

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