Si algo ha quedado claro para el mundo entero es que la paciencia —esa virtud política tan escasa— se ha convertido en el sello personal de Claudia Sheinbaum y su clave para el éxito diplomático. Su forma de ejercer el poder sin estridencias, con mesura y una dignidad férrea, ha dado resultados palpables. No lo dice solo México: lo reconoce el mundo.

En su columna de hoy en el periódico Reforma, Jorge Ramos habla del “Método Sheinbaum”, un estilo que contrasta con la impulsividad de otros liderazgos latinoamericanos, como el del presidente colombiano Gustavo Petro que ha elevado a niveles peligrosamente tensos la relación con Donald Trump. El temple sereno de Sheinbaum empieza a rendir frutos también en uno de los capítulos más complejos de la diplomacia mexicana: la relación con España. Tras casi siete años de tensiones —originadas por el reclamo de perdón por los abusos de la Conquista—, desde Madrid ha comenzado un proceso de reconciliación simbólica.

Este viernes, el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, reconoció públicamente el “dolor e injusticia” sufridos por los pueblos originarios de América. No fue la voz de la Corona, pero sí la del Estado español. Un gesto pequeño, quizás, pero con un peso histórico y simbólico inmenso. El reconocimiento llega en un momento de vulnerabilidad para la monarquía española, cuestionada por su legitimidad y sus gastos, y en un contexto en el que la cultura ha abierto los canales que la política no supo tender. España ha concedido este año dos Premios Princesa de Asturias a México —a Graciela Iturbide y al Museo Nacional de Antropología—, mientras que nuestro país envió más de 400 piezas prehispánicas para ser exhibidas en Madrid en una muestra dedicada al arte de las mujeres indígenas: La mitad del mundo. La mujer en el México indígena. Hoy Claudia Sheinbaum muestra la ofrenda en Palacio Nacional dedicada a las mujeres indígenas que fueron víctimas del femigenocidio.

Previamente , Albares pronunció palabras que marcaron un antes y un después: “Toda historia humana tiene claroscuros. Hubo injusticia, justo es reconocerlo y lamentarlo”. En un mismo gesto, evocó también la gratitud de España por el refugio que México ofreció a los exiliados del franquismo. La historia, al fin, empezaba a respirarse con verdad y memoria. Claudia Sheinbaum recibió con beneplácito el gesto y recordó que la exigencia del perdón histórico es un acto ético.

En su libro, “Diario de una transición histórica”, relata que la falta de respuesta de la Corona a la carta enviada por Andrés Manuel López Obrador en 2019 —y la campaña de burlas que siguió en la prensa española— motivaron su decisión de no invitar al Rey Felipe VI a su toma de protesta. “No era el momento adecuado”, escribió. Pedro Sánchez intentó convencerla sin éxito. Sheinbaum se mantuvo firme, sin ceder al chantaje diplomático ni a la tentación del protagonismo.

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La cadena de mensajes fue respetuosa en todo momento, apartada de reclamos insistentes. Como suele caracterizar a los perfiles histriónicos, en España hubo líderes ultraconservadores que sugirieron que México debería estar agradecido por la conquista, pues inclusive Obrador era un “López”, es decir, descendiente de la unión con españoles.

Esa coherencia —tan escasa en la política— es hoy lo que reconfigura los lazos con España. No desde el sometimiento ni desde la arrogancia, sino desde el respeto y la verdad histórica. Porque, como ha dicho la propia presidenta, “honrar el legado implica reconocer los abusos del pasado y del presente”. La Conquista, recordó, no fue un encuentro entre civilizaciones, sino una invasión violenta. La paciencia es una semilla que rinde frutos y España ha lanzado un mensaje con el que inicia una reconciliación diplomática con un país -que no con su Corona-. Lo simbólico es importante y poderoso: Claudia es simbólica por ser quien es en el contexto que lo es. Eso explica en medio de las exposiciones de piezas prehispánicas en Madrid, la princesa Leonor de Todos los Santos de Borbón y Ortiz, princesa de Asturias, hija mayor del rey Felipe VI y de la reina Letizia Ortiz y, por tanto, la heredera al trono de España, expresara sus deseos de visitar México. Un guiño adicional que evitó la controversia por el saqueo contra las comunidades indígenas pero que no fue un gesto menor.

Claudia Sheinbaum evitó pronunciarse pero dejó claro que no había ruptura con España pues se mantiene un intercambio económico, turístico, académico y cultural.

La reconciliación no es olvido pero por casi una década, el gobierno mexicano ha rescatado narrativas que se pensaban olvidadas, resignificando lo indígena, redignificando la memoria e invocando en una especie de justicia histórica aquellos adeudos que se mantienen vivos por parte de los descendientes de los opresores.

Y lo que ha logrado Claudia Sheinbaum con paciencia y temple —mientras el ruido político intenta opacarla— es exactamente eso: las condiciones de una reconciliación consciente, digna y sin claudicar en la memoria. Significa que tanto en la narrativa como en la diplomacia, México venció una batalla cultural, una pacífica.

España, por fin, ha dado el primer paso. Y lo ha hecho frente a una mujer que nunca alzó la voz para exigir respeto, pero que lo impuso con la fuerza de su ejemplo, que le hizo sentir a “la madre patria” lo que implica que la hija gigantesca le ignore, le excluya y le rechace.