<i>“Qué Dios bendiga al mundo libre, que las fuerzas del cielo nos acompañen”</i>.
Javier Milei, presidente de Argentina
Intensa actividad internacional desplegaron la semana pasada tres políticos referentes de América Latina: Ignacio Lula da Silva, Gustavo Petro y Javier Milei.
El presidente de Brasil, criticando el resurgimiento de un imperialismo aberrante, puso en claro en su discurso en la Asamblea General del ONU que es necesario retomar el humanismo y la solidaridad internacional y hacer a un lado la violencia y las amenazas intervencionistas. Con precisión señaló: “El único conflicto legítimo es la guerra contra el hambre y la pobreza”. Lula tuvo especial cuidado de no mencionar en su discurso a Donald Trump, siguiendo el camino de la diplomacia.
El presidente de Colombia realizó un intenso activismo en el territorio del presidente de Estados Unidos. Mostró su repudio hacia Netanyahu y calificó a Trump como irracionalista, alertando sobre los peligros del neofascismo. Claro que hay un asalto a la razón, pero habría que matizar: el irracionalismo del mandatario estadounidense no obedece a un hastío filosófico hacia la ética, la verdad y el conocimiento, como lo concibe Lukács; más bien podría ser el reflejo de una visión intelectual retardataria. Petro rompió toda posibilidad de diálogo, a tal punto que el gobierno norteamericano le ha cancelado su visa.
La prudencia siempre será necesaria, más cuando se concibe que la barbarie de Trump tiende a polarizar y a extender en forma riesgosa los conflictos en el mundo. En nuestra región el peligro es mayúsculo, pervive en su mente la doctrina anacrónica del “destino manifiesto”; de modo que continúa vigente en Trump la idea de apropiarse de una vasta región del continente, más allá de Venezuela, cuyos recursos naturales son inapreciables. No es de negarse la solidaridad que debe existir entre naciones hermanas (con todo y Maduro), así como la importancia de poner en claro un posicionamiento, pero sin demeritar a la diplomacia que sirve para distender controversias.
Milei, en cambio, mostró su incondicionalidad hacia Trump. Se deshizo en elogios: alabó su lucha contra la inmigración ilegal y acusó a la izquierda de una escalada inadmisible de violencia a nivel global. No condenó al régimen genocida de Netanyahu, por el contrario, se reunió con él, mostrándole su adhesión. Lo interesante es que su discurso no interesó prácticamente a nadie, ante un auditorio casi vacío repitió lo que siempre dice: “El Estado no crea riqueza, sino que la roba y la destruye”, (la ley de Lavoisier le quedó corta para enunciar la maldad del Estado). Sólo le faltó ratificar lo que dijo en 2019: “Lo que hace el contrabando es evitar al fisco. Para mi los contrabandistas son héroes. Uno de mis grandes héroes es Al Capone”.
No entiendo como alguien pueda seguir admirando a un hombre que se siente un partidario de la libertad y que en la realidad ha llevado a un retroceso sin precedentes a Argentina. La agenda de Milei se sustenta en la creencia del poder omnímodo del libre mercado, pero en Argentina esto es hiriente: sólo ha servido para afianzar a las familias más ricas, en medio del empobrecimiento agravante de amplias capas de la población. La paradoja es que el libertario está reconstituyendo un sistema brutalmente oligárquico: con prebendas para unos pocos e imponiendo una férrea disciplina fiscal que lacera a sectores vulnerables.
Tampoco se es libertario cuando se reprime la libre expresión o se agrede a los ancianos por protestar; o cuando uno se inmiscuye, reprobando la libertad sexual o el derecho de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo; o cuando se concibe que la represión es un medio para socavar un albedrio que, bajo una visión limitada, desvirtúa al libre mercado; o cuando se considera que los pueblos deben someterse a lo que dictan los poderes fácticos o las potencias económicas para poder crecer, minimizando sufrimientos y la pérdida de soberanía, o aplaudiendo, incluso, acciones de extinción hacia una población. Milei es un libertario que se opone a la libertad, todo un farsante; tal vez, sueñe con ser un dictador liberal, tal como calificó Hayek a Pinochet.
Lo anterior en el ámbito de la ideología, pero desde el punto de vista de la ciencia económica debemos coincidir en que no se puede ser absolutamente libertario: más cuando una economía presenta tantos hoyos, como si fuera un queso gruyer. Abramos primero un paréntesis, sin duda, siempre será importante tratar de contar con el mayor equilibrio fiscal posible; si existe un desbalance entre ingresos y gastos, es claro que se requiere hacer ajustes. En el caso de México, hemos descubierto que atizar el déficit no ayuda, a riesgo de caer en una crisis fiscal que haga insustentable cualquier proyecto de desarrollo económico, ya sea por bajo crecimiento económico o por presiones inflacionarias; o por las dos cosas a la vez.
En el caso del proyecto que ahora encabeza la presidenta Sheinbaum se ha decidido mantener el mayor equilibrio fiscal posible. Sin embargo, esto resulta insuficiente: pese a que la estrategia le da prioridad a los mecanismos redistributivos del ingreso, no ha permitido una corrección endógena que sólo se daría con tasas de crecimiento económicas altas y sostenidas; lo que en términos fiscales significaría una mayor capacidad recaudatoria al contar con una masa creciente de contribuyentes. Este fenómeno virtuoso, reitero, requiere de dos condiciones: del continuo crecimiento del empleo formal y de una evolución positiva de la tasa salarial promedio. Consciente de ello, no es casual que el actual gobierno tenga especial interés en monitorear y promover inversiones, que es la fuente natural que posibilita mayores tasas de crecimiento.
Si un gobierno no quiere reducir gastos, lo más conveniente sería una reforma fiscal. No obstante, en muchos países estas reformas han tenido un impacto transitorio, sobre todo, cuando se prioriza el gasto corriente sobre la inversión o cuando se tienen compromisos de pago que estrechan los recursos que deben dirigirse a la creación de infraestructura productiva.
Argentina, de hecho, tiene una presión fiscal (impuestos a PIB) del 30% y continúa con su sed insaciable de deuda. México tiene un mayor espacio para imponer impuestos y ampliar su deuda, pero prudencialmente quiere mantener ratios fiscales y de deuda razonables con respecto al PIB. Milei -que siguió el librito- recortó gastos y transferencias en forma desmedida, alcanzando la economía sudamericana para finales de 2024, un superávit primario de 1.8% y un superávit fiscal de 0.3% con respecto al PIB. Algo asombroso en un país gobernado tradicionalmente por manirrotos.
Si disminuyó la presión por más deuda, cómo entender, entonces, la necesidad de contratar más préstamos y cómo comprender que se quiera sostener a una economía sobreendeudada con más deuda. Sobre todo, si se considera que el mandatario argentino había mostrado una posición critica con respecto a los niveles de endeudamiento existente en su país. Veamos.
El secretario del Tesoro de Estados Unidos, Scott Bessent, declaró que los mercados no están perdiendo la confianza en Milei, que sólo están mirando por el espejo retrovisor décadas de malos manejos. Los “peronistas” se sintieron aludidos, pero en algo tienen razón: ellos no son los principales causantes de la crisis de la deuda Argentina.
La deuda bruta argentina asciende a más de 460 mil millones de dólares, de la cual, alrededor de 55% corresponde a deuda contratada en moneda extranjera; de modo que con la nueva deuda que susceptiblemente se va a contratar con el Departamento de Tesoro se podría elevar el cociente a 57 o 58 por ciento. En términos absolutos, esto significa que la deuda externa argentina aumentará de 254 mil millones de dólares (cifras a junio de 2025) a 274 mil millones de dólares. Si hablamos de la razón deuda a PIB estaríamos hablando ahora de un porcentaje cercano a 90% y de que alrededor de 60% de la riqueza anual actual estaría comprometida para pagar deuda externa.
Gran parte del problema de deuda se originó en el gobierno del presidente conservador Macri, quien elevó el cociente deuda total a PIB a 90%, sobre el 52% con el que inició su periodo. Lo más grave es que durante su gestión amplió el monto de la deuda externa en 104 mil millones de dólares (de 63.5 a 167.5 mil millones de dólares). Con Milei las cosas tampoco van bien, siendo el país más endeudado con el Fondo Monetario Internacional (FMI), le solicitó 20 mil millones de dólares más en marzo de 2025 y ahora ha tenido que recurrir a un préstamo por el mismo monto con el Tesoro estadounidense, lo que resulta aún más riesgoso en términos de soberanía. ¿Qué le habrán pedido a cambio?
Lo que no se acaba de comprender es en dónde está la inmensa cantidad de dólares contratados vía deuda por el gobierno argentino. Con números de agosto la reserva internacional bruta ascendía a 42 mil millones de dólares; sin embargo, la reserva neta, alcanzó un stock de -4 mil 700 millones de dólares; es decir, sus activos en moneda extranjera son insuficientes para pagar sus pasivos en moneda extranjera.
Gran parte de los nuevos préstamos que contrata el gobierno argentino sirven para pagar deuda, es decir, para hacer frente a los vencimientos existentes, o para refinanciar o rescatar deudas. Esto es, sólo retrasa con maromas el impago, ampliándose el cúmulo de deuda basura; que podría desgajarse, devastando financieramente a Argentina y afectando severamente a los centros y agentes financieros del planeta, iniciando por el FMI.
Tampoco se pueden proteger indiscriminadamente a las reservas internacionales, la resequedad de recursos en el mercado conduciría a variaciones indeseables del tipo de cambio, siendo este un indicador esencial para contener la tasa inflacionaria, conforme al diagnóstico del gobierno libertario. El análisis es correcto, salvo por la minucia de que en una economía altamente especulativa también se drenan reservas, lo que a su vez obliga a contratar más deuda para afianzar reservas y fortalecer el tipo de cambio, reproduciéndose así un círculo vicioso.
Desde abril de 2025, el tipo de cambio en Argentina se mueve dentro de un sistema de flotación, con una banda de 1000 a 1400 pesos argentinos por dólar. Convencido de que este sistema iba a poner orden en el mercado cambiario, Milei señaló que se estaban sepultando los cepos, consistentes en imponer límites a la compra de dólares mediante topes mensuales y autorizaciones especiales. No fue así, más del 40% del préstamo de 15 mil millones de dólares del FMI se esfumó de las arcas de Banco Central de la República Argentina; lo que fue contrario a la razón que se adujo de contratar más deuda para fortalecer las reservas internacionales.
El mercado cambiario argentino es verdaderamente intrincado, ya que existen ocho tipos de referencias del dólar: el dólar oficial; el dólar ahorro; el dólar blue o paralelo; el dólar tarjeta o turista; el dólar contado con liquidación o CCL; el dólar bolsa o dólar MEP; y (maldita sea) el dólar cripto.
Ante tal fragmentación, detener la fuga de capitales parece misión imposible, si además del carry trade, resultan comunes las operaciones de arbitraje (en Argentina las denominan rulo); es decir, los argentinos suelen comprar dólares en un segmento del mercado cambiario a un valor determinado y los venden en otro a un precio más alto; convirtiéndolos después en dólares golondrinos, lo que los aleja definitivamente de las arcas del país. A Argentina la corroe una maldita peste financiera, como en su momento lo dijo para México, el presidente López Portillo.
Ante el peligro que se vuelvan a minar las reservas internacionales, el gobierno libertario, a cinco meses de haber sepultado “para siempre” los cepos cambiarios, ha impuesto uno nuevo: si se compra dólar oficial no se pude operar durante 90 días dólar financiero, es decir dólar MEP, que consiste en valores negociables que se pueden adquirir en pesos argentinos y vender en dólares. ¿Dónde quedó la libertad de mercado, carajo?
Es claro que por muy libertario que se sea, no se puede prescindir del Estado ya sea participando o regulando mercados, más cuando algunos de ellos, como el cambiario en Argentina, consistentemente ponen en riesgo los activos del Banco Central, drenándolos hacia la especulación e incitando a más deuda. La opción entre Estado o mercado es una falso dilema, aun cuando a alguien le ilusione la retórica de un falso libertario.