Por años, el discurso político en México giró en torno a un enemigo común: “los de antes”. Morena y su movimiento lograron capitalizar el hartazgo ciudadano con una promesa de transformación profunda. Sin embargo, conforme el poder se ha extendido en su dominio territorial y político, los resultados comienzan a flaquear, y con ellos, la paciencia de la gente. Hoy, ante los nulos avances en muchos gobiernos estatales y municipales, el panorama comienza a cambiar: la derecha —que parecía enterrada políticamente— podría resurgir con fuerza.

Los gobiernos morenistas llegaron con la bandera del cambio, pero en muchos casos han replicado los mismos vicios que criticaban. Corrupción disfrazada de “errores administrativos”, obras inconclusas, servicios públicos en decadencia y una creciente percepción de improvisación en la gestión. En varias entidades, las promesas de bienestar se quedaron en el discurso, mientras la inseguridad y la falta de empleo golpean a diario a los ciudadanos. El desencanto, inevitablemente, se acumula.

Y es precisamente en ese desencanto donde germina la posibilidad del regreso de la derecha. El votante mexicano no es ciego ni leal por convicción a un solo color; busca resultados. Y cuando un gobierno no los entrega, el péndulo se mueve hacia el otro extremo. Así como Morena capitalizó el fracaso del PRI y del PAN, ahora podría ser la oposición quien aproveche la debilidad del oficialismo.

Sin embargo, la derecha no puede volver con el mismo rostro. El ciudadano de 2025 no quiere revivir el pasado de corrupción ni el elitismo político que caracterizó a los gobiernos anteriores. Si la oposición desea una verdadera oportunidad en 2027, debe reinventarse: entender las nuevas causas sociales, articular un discurso fresco y propositivo, y dejar atrás el lenguaje de la nostalgia por “los buenos tiempos”.

Movimiento Ciudadano podría jugar un papel crucial en este reacomodo. Su narrativa juvenil, su distancia —al menos aparente— del bipartidismo tradicional y su capacidad para captar el voto urbano y desencantado lo colocan como un actor atractivo para quienes ya no creen ni en la “transformación” ni en el “cambio” de siempre. Pero también enfrenta el reto de definir con claridad qué representa: si será una verdadera alternativa o simplemente el refugio cómodo de los desplazados de ambos bloques.

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La gran ironía política de este momento es que Morena podría terminar siendo víctima de su propio discurso. Prometió un país diferente, pero sus errores lo están volviendo parecido a lo que combatió. La gente no perdona fácilmente la decepción, y mucho menos cuando proviene de quienes se presentaron como los redentores.

El 2027 no será una elección más; será un juicio político y moral a la llamada “Cuarta Transformación”. Si la derecha logra entender el momento histórico y presentarse no como el regreso del pasado, sino como la renovación de la política, el cambio de ciclo podría ser inevitable. Porque en México, las transformaciones no las hacen los partidos, sino el hartazgo ciudadano.

¿Podrá la derecha reinventarse a tiempo? ¿O será la ciudadanía la que, una vez más, busque una tercera vía? Lo único cierto es que el monopolio del cambio ya no pertenece a Morena. El tablero político se mueve, y el péndulo, otra vez, empieza a oscilar hacia el otro lado.

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