El Partido Acción Nacional celebró el sábado un evento dirigido al anuncio de su supuesta renovación. Con la asistencia de toda la militancia y de otros hombres y mujeres que se identifican como opositores del obradorismo, escucharon las palabras del dirigente Jorge Romero y marcharon del Ángel de la Independencia al Monumento a la Revolución.
Este intento de renovación responde a un hecho incontestable: el PAN sufre una crisis de credibilidad histórica. El ascenso de AMLO y de su movimiento fue capaz de desterrar a Acción Nacional de más de una decena de gobiernos estatales y de prácticamente eliminarlos como una opción viable que represente una salida ante al avance de la “izquierda” obradorista.
Se celebra, en este tenor, que el PAN, en un ejercicio de autocrítica, haya decidido encauzarse hacia una nueva forma de hacer política, o lo ha hecho, al menos, en apariencia. Dentro de lo rescatable que ha sido anunciado debe señalarse la apertura del partido a la participación ciudadana, pues marca un auténtico contraste en relación con las prácticas autoritarias de Morena. ¿O acaso algún mexicano se ha creído el cuento de que Claudia Sheinbaum llegó a la boleta como resultado de una encuesta y sin el patrocinio político del líder supremo macuspano?
Con esta reforma, el PAN ha reforzado su carácter democrático en términos de las elecciones internas, a la vez que ha asegurado plantar cara, como lo hizo en aquellos lejanos años de Manuel Gómez Marín, frente a un partido hegemónico dispuesto a utilizar todo el aparato del Estado para no dejar nunca el poder.
Sin embargo, Acción Nacional enfrenta serios problemas estructurales. En primer lugar, la ausencia de liderazgos. Si bien el partido cuenta con elementos valiosos como Damián Zepeda, Jorge Triana, Federico Döring, entre otros rostros jóvenes, no existen al día de hoy personajes capaces de llenar plazas públicas, conmover audiencias, suscitar reacciones, o simplemente, de hacer que sus nombres sean recordados en las calles.
A pesar de las capacidades intelectuales y probidad de muchos de sus miembros, Acción Nacional luce gris frente a la titánica labor de hacer frente a un régimen que no está dispuesto a soltar las riendas por la vía democrática.
En segundo lugar, el lema “Patria, familia y libertad”, si bien puede representar causas legítimas, parece extraído del manual de las derechas modernas. Partidos como el Vox español, el Rassemblement National francés o el Fratelli de Italia han igualmente adoptado un recurso discursivo que pretende responder a los deseos de un electorado que exige la defensa de su identidad frente a la amenaza islamista y las posiciones de la extrema izquierda europea. El caso de México es particularísimo y exige respuestas específicas.
En suma, la “renovación” del PAN ha dejado un sabor agridulce. Se celebra el ejercicio de autocrítica y la búsqueda de autenticidad política tras la debacle de su alianza con el PRI, pero a la vez, se echa de menos la ausencia de voces poderosas que sean capaces de hacer penetrar el mensaje. El nuevo PAN, con un logo que no inspira demasiado, se percibe hoy flaco de cara a una realidad marcada por el dominio de un partido de Estado que continúa cercenando libertades.