Luego de los hechos violentos registrados en Querétaro, han surgido diversos análisis; la mayoría reduccionistas.

De ningún modo, los barras bravas son los responsables exclusivos de la violencia, de hecho, si usted es futbolero y quiere un culpable, basta con verse al espejo.

Para el sociólogo argentino Pablo Alabarces, la violencia en el futbol se incrusta en la “cultura del aguante”.

El aguante, explica el citado sociólogo, tiene un significante muy claro en el futbol: el aguante es “tener huevos” y demostrarlo a la menor provocación.

De modo que el aguante se convierte en una “categoría moral, una forma de entender el mundo, de dividirlo en amigos y enemigos cuya diferencia puede saldarse con la muerte”.

Desde esta perspectiva, el aguante se relaciona íntimamente con el machismo. Hombres peleando contra otros para demostrar que tienen más “aguante”, incluso más “honor”, no importando si se matan en el acto.

Aunque es obvio que hay mujeres en el colectivo denominado como “barra”, no es menos cierto que el discurso que prevalece es machista, patriarcal y falocéntrico.

Lamentablemente, ese discurso no es privativo de los barristas, pues es común que los aficionados que no pertenecen a algún grupo de animación lo repliquen.

Es por ello que para frenar la violencia no basta con prohibir el ingreso de las barras visitantes, como lo hará la Liga MX a partir de lo ocurrido en Querétaro, es más, ni siquiera desarticulándolas se acabaría la violencia en el futbol.

Para eso habría que desmantelar toda una cultura que no sólo explica la violencia, sino que la legitima.

De hecho, estudios sociológicos y antropológicos en torno a la violencia en el futbol han dejado en claro que ésta no se da única y exclusivamente por los barristas.

Y es que quienes perpetran la violencia en los estadios no son sujetos extraordinarios haciendo actos de igual índole, más bien son, somos, hijos sanos de la cultura patriarcal que impera no sólo en el balompié, sino en la sociedad.