“El concepto de barra brava nace en Argentina como una organización lucrativa, mafiosa y vinculada al fútbol; concepto que rápido se expandió debido a la diáspora argentina de finales de los 70 por América Latina y el mundo, incluso en un país como en su tiempo con relativa estabilidad económica y social como México”

Wikipedia.

Como amante del deporte, cada vez que me he mudado, lo primero que he hecho es asistir a los estadios más relevantes de mi nueva residencia. Crecí en España, he vivido en Argentina, México y ahora en Estados Unidos. Todos, a excepción de Estados Unidos, son países “futboleros”, y en todos sin excepción, existe una minoría muy ruidosa, que separa a los verdaderos aficionados del deporte .

Esa minoría, son reconocidos como los radicales, barras bravas o porras, cuya principal función es animar y motivar a los suyos mediante canciones líricas, banderas y coreografías que dan color e identidad al Club.

Con una motivación antropológica he presenciado varios partidos cerca de los fanatizados más relevantes de cada país. “Boixos Nois” (FC Barcelona) “Ultra Sur” (Real Madrid) y Frente Atlético en España. También “Los borrachos del tablón” (River Plate) y “La 12″ (Boca Juniors) en Argentina. En México he asistido a invasiones de los “Incomparables” en el Estadio Azteca, he presenciado un Pumas vs América en CU, y admiré la fidelidad de los aficionados de Cruz Azul y Atlas.

En mi experiencia fue en Argentina donde más inseguro me sentí en un estadio, en España donde más disfruté el fútbol, y en México me enamoré de ese público que sabe combinar la pasión y la familia.

La clase media mexicana no tiene nada que envidiar al supuesto primer mundo. El mexicano medio es educado, ético, trabajador, creativo y destacado en el “arte de saber vivir”. La mayoría de los mexicanos/as saben ser felices a pesar de las injusticias sociales (corrupción, impunidad o inseguridad) que sufren diariamente.

La pandemia del COVID-19, provocó que casi 6.3 millones de mexicanos dejarán de pertenecer a la clase media, entre 2018 y 2020, de acuerdo con datos de la Encuesta Nacional de Ingreso y Gasto de los Hogares, del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI).

En números absolutos, México pasó de tener 53.4 millones de personas en clase media a solamente 47.2 millones, entre 2018 y 2020.

Ayer, en el estadio La Corregidora, se pudo percibir la descomposición de la que fue una bella sociedad. Imágenes desgarradoras de familiares abrazados y rezando por no morir, deberían ser irrepetibles e imperdonables.

Como el “halconazo” ocurrido el 10 junio de 1971, cuando más de un centenar de estudiantes mexicanos fueron asesinados en una manifestación donde los “halcones”, dirigidos por el gobierno de Luis Echeverria, eran del mismo estrato social que ahora ocupan los barras bravas del fútbol. Jóvenes radicalizados que revelan sutilmente distintas formas de violencia: pobreza, exclusión social y violencia de género.

En los últimos años han crecido los niveles de violencia en los estadios mexicanos, posiblemente exacerbados por la descomposición social vigente en el país azteca.

Las barras de Atlas y Querétaro ya se habían enfrentado en 2007 y 2010, cuando intervino la policía local enérgicamente, con varios detenidos y heridos de ambas porras.

Por lo tanto se deduce que no existió un aislado “halconazo” en La Corregidora. El desastre es otro: una sociedad fragmentada, separada, encuadrada en una inercia que pocos parecen cuestionar. Pero este desastre, estas fracturas, no van detener el espectáculo donde el fútbol se ha convertido en el bufón del poder.