Hoy, en pleno corazón de la Ciudad de México, la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo vivió un momento que debería indignarnos a todas las personas por igual: un hombre, aparentemente ebrio, se acercó por la espalda, la abrazó sin consentimiento, la manoseó en el pecho y la espalda, e incluso intentó besarla mientras ella caminaba por el Zócalo, hacia la Secretaría de Educación Pública.
Este incidente es inaceptable y refleja un problema que afecta a la mayoría de las mujeres en México independientemente de su posición social o poder.
¡Esto pudo haber terminado en una tragedia! No lo puedo creer.
A mí me dio miedo, tristeza e indignación, ver esa situación, me hace sentir preocupación sobre la seguridad de mi presidenta: si un agresor puede acercarse tanto, no quisiera imaginar un escenario peor, con alguien armado; perdónenme, pero en verdad que los opositores están totalmente desquiciados en sus ansias de querer regresar a tomar el poder, para seguir haciendo de las suyas y están dispuestos a hacer lo que sea para lograrlo, ahí tenemos muchos ejemplos en la historia, uno de ellos Luis Donaldo Colosio Murrieta, que sus mismos compañeros lo eliminaron de su camino, truncándole la vida porque sintieron que les estaba estorbando para seguir con sus planes cochinos de seguir haciendo de las suyas.
Bueno, pero este no es solo un “incidente aislado”, como algunos podrían minimizarlo; es un reflejo crudo y doloroso de la epidemia de acoso sexual que azota a México, un país donde las mujeres, sin importar su estatus, siguen siendo vistas como objetos por una minoría tóxica que no entiende el concepto de respeto.
Lo que más me indigna no es solo el acto en sí —que es repulsivo y merece la sanción más dura posible—, sino el contexto en el que ocurrió. Claudia Sheinbaum, como la primera mujer presidenta de México, representa un avance histórico en la igualdad de género. Sin embargo, este episodio subraya cómo el machismo estructural persiste, infiltrándose incluso en los espacios más vigilados. ¿Dónde estaba la seguridad presidencial en ese momento crítico?
Los videos virales muestran una reacción tardía, lo que plantea preguntas serias sobre los protocolos de protección. Si un agresor puede llegar tan cerca de la mandataria con intenciones tan viles, ¿qué mensaje envía eso a las millones de mujeres que enfrentan acoso diario en calles, transportes públicos o lugares de trabajo sin el respaldo de un equipo de guardaespaldas?
Este suceso no es solo sobre Sheinbaum; es sobre todas nosotras. En un país con alarmantes tasas de violencia de género —donde el 70% de las mujeres han experimentado acoso en algún momento, según datos del INEGI—, eventos como este normalizan la impunidad.
El agresor, un hombre común que decidió violar el espacio personal de la presidenta, encarna esa cultura de “puedo porque quiero”, alimentada por décadas de indiferencia social y legal.
Y aunque el equipo de la presidenta Sheinbaum intervino eventualmente, la lentitud en la respuesta y la ausencia inmediata de un pronunciamiento oficial sobre acciones legales solo agravan la percepción de que el acoso es tolerable si no es “grave”.
Ejemplos que hemos visto que se viralizan en redes hay muchos, y algunos con consecuencias para los violentadores, pero otros, que son los más, quedan minimizados y en el olvido, o simplemente la construcción social machista, busca minimizarlos tachándonos a las mujeres que los exponemos con frases y palabras denigrantes, que buscan desalentar la lucha feminista, pero no nos dejemos y sigamos levantando la voz ante estos actos atroces que ya deberían de erradicarse, con ayuda de todos empezando desde la cima del poder.
Así que mi opinión es clara: ¡basta ya! Necesitamos una respuesta inmediata y ejemplar. Identifiquen al responsable, procésenlo por acoso sexual y, si aplica, por atentado contra la seguridad del Estado, que los agresores sexuales, sepan que hay consecuencias para estos actos que mancillan la dignidad humana.
Pero no paremos ahí; este incidente debe catalizar cambios profundos: educación obligatoria en escuelas sobre consentimiento y respeto, protocolos de seguridad más robustos para figuras públicas (especialmente mujeres), y una cero tolerancia real en la sociedad. Sheinbaum ha sido una defensora de los derechos de las mujeres; ahora, su experiencia personal puede impulsar una agenda que convierta la indignación en acción.
Al final, este acoso no solo humilla a una presidenta; erosiona la dignidad colectiva de un nación que aspira a la igualdad. Si no actuamos, ¿qué esperanza queda para las que no tienen un podio para denunciar? Es hora de que México diga “ni una más”, empezando desde la cima. Sigamos revolucionando las conciencias sin miedo y con dignidad; no nos dejemos intimidar por la construcción social machista que odia la liberación de las mujeres y sigamos luchando por el derecho genuino de tener una vida libre de violencias. Abrazo revolucionario virtual.
X: @cpjannybarrera





