“Muchacho, no necesitas sentirte mal

(Young man, there’s no need to feel down)

Dije: Muchacho, levántate del suelo

(I said: Young man, pick yourself off the ground)

Dije: Muchacho, porque estás en una ciudad nueva

(I said: Young man, ‘cause you’re in a new town)

No hay razón para estar infeliz

(There’s no need to be unhappy)”

YMCA

Trump lo logró. Ya tiene su “premio de la paz”. No es el Nobel —detalle menor—, pero qué más da si consiguió que medio planeta tuviera que ver, sin parpadear, cómo Gianni Infantino, el ahora maestro de ceremonias de sí mismo, le otorgaba un reconocimiento que ni existía. Literalmente: un trofeo inventado para él.

Trump estaba feliz, feliz, feliz. Casi tanto como el pueblo de México con su presidenta. Tanto así que se puso a bailar YMCA con Claudia Sheinbaum a su lado. Sí: el arranque del Mundial parecía más la boda de un tío ridículo que un evento deportivo. Brilló todo, menos el futbol.

Y es que la FIFA descubrió una nueva métrica de éxito: la adulación política. No importa la pelota, importa la caja registradora. Con la mayor cantidad de equipos y partidos de la historia, este Mundial será un festín económico para la Federación… y, con suerte, también para los países sede.

La presidenta dijo sentirse “orgullosa” de que México reciba la Copa por tercera vez, recordando que aquí jugamos a la pelota “desde tiempos ancestrales”. Eso también es cierto; lo que no quita que el resto del mundo observe con lupa, a ver si en los alrededores del estadio no aparecen —otra vez— fosas clandestinas o episodios de violencia que opaquen la fiesta.

Porque sí: México hoy no figura en la prensa internacional por el Mundial, sino por el crimen organizado. Europa acaba de plantear un paquete integral de 19 acciones para frenar a los cárteles mexicanos, incluida la cooperación reforzada con nuestro gobierno. La guerra contra las drogas ya se discute en Bruselas. Y no por gusto.

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Volvamos al show. La ceremonia mundialista sirvió para obtener la foto que la diplomacia no había logrado: Trump, Sheinbaum y Carney juntos, todos sonrientes en una selfie que Infantino presumió como si fuera su título universitario. Lo que no consiguió el comercio, lo obtuvo el futbol. O, mejor dicho, las ganancias del futbol.

En la cancha —o más bien, en la alfombra roja— llegó la polémica por los vestidos de Claudia Sheinbaum y Clara Brugada. Qué bueno que quieran lucir prendas mexicanas… pero que sean las mejores, hechas a la medida y pensadas para sus cuerpos. La presidenta merece algo más que un abrigo blanco más corto que el vestido, con mangas —eso sí— demasiado largas y hombros amplios, muy amplios, y además sin verse realmente a tono. México tiene diseñadores capaces de vestirla con dignidad, sin disfrazarla.

Brugada tampoco sale ilesa. El negro adelgaza, sí, pero no si cubres toda la silueta con encajes. Y —dato básico— los vestidos de lana chiapanecos no llevan esos acabados.

Trump no se salva: su corbata roja y larguísima es ya parte del inventario mundial de lo kitsch. Tener dinero no asegura asesoría de imagen. Claro que no.

Superado el desfile, Trump, Sheinbaum y el primer ministro canadiense, Mark Carney, sostuvieron una reunión para hablar —se supone— de comercio, quizá del deseo de Trump de convertir el T-MEC en dos tratados separados. Ojalá que, esta vez, piense en lo que realmente conviene a Norteamérica y no en la próxima ovación. Lo dudo mucho.

El futbol, mientras tanto, quedó en segundo plano. Los grupos parecen diseñados para que los favoritos avancen sin sobresaltos. Trump ya anunció que se rompió el récord histórico de venta de boletos y Sheinbaum pasará a la historia como la primera jefa de Estado anfitriona en un siglo que evita la inauguración del Mundial. ¿Ahorrarse los abucheos de los fifís? Mal cálculo, pienso yo.

Giros de la Perinola

Coincidencias: la inauguración del Mundial de Sudáfrica se jugó el 11 de junio de 2010, entre Sudáfrica y México. Dieciséis años y cuatro Mundiales después, en la misma fecha, vuelven a enfrentarse en el partido inaugural. ¡¡¿Qué tal?!!