El Tour de Francia no solo se gana con piernas; también se escribe con pactos tácitos, jerarquías asumidas y sacrificios que, con el paso del tiempo, adquieren un valor histórico. En ese sentido, la figura de Isaac del Toro como “doméstico de lujo” de Tadej Pogacar no es nueva en la Grande Boucle. Al contrario, recuerda uno de los episodios más emblemáticos —y tensos— del ciclismo moderno: la relación entre Greg LeMond y Bernard Hinault en la década de los ochenta.

En 1985, Bernard Hinault buscaba algo que solo unos pocos elegidos han logrado: su quinto Tour de Francia. Para conseguirlo necesitó algo más que su carácter indomable; necesitó del talento, la disciplina y la lealtad de un joven estadounidense llamado Greg LeMond. Aquel año, LeMond se sacrificó como gregario principal del francés, marcando el ritmo en la montaña, cerrando fugas y postergando su ambición personal en favor del equipo y de su líder.

Hinault cumplió su objetivo. Ganó su quinto Tour y, como parte del pacto no escrito del pelotón, prometió ayudar a LeMond a conquistar el suyo en 1986. Sin embargo, el ciclismo rara vez respeta los acuerdos cuando entra en juego el orgullo. Lo que debía ser una transición ordenada se convirtió en una batalla interna, una lucha generacional donde la juventud, la inteligencia táctica y la fortaleza mental de LeMond terminaron imponiéndose. El estadounidense ganó el Tour de 1986 no por concesión, sino por capacidad.

Cuarenta años después, el escenario parece repetirse, aunque con protagonistas distintos. En la temporada 2026, el mexicano Isaac del Toro asumirá un rol similar al que alguna vez desempeñó LeMond: trabajar para que Tadej Pogacar busque su quinto Tour de Francia. No es un papel menor. Ser gregario de Pogacar implica estar entre los mejores del mundo, tener libertad controlada y, sobre todo, aprender desde dentro cómo se domina la carrera más exigente del ciclismo.

Para Del Toro, este rol representa una oportunidad invaluable. Competir por primera vez en la Grande Boucle sin la presión de portar el maillot amarillo, sin la obligación mediática del liderazgo, le permitirá conocer el Tour desde sus entrañas: sus ritmos, sus trampas, sus silencios y sus batallas psicológicas. Es un aprendizaje que no se compra ni se acelera.

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Pensar que 2026 será un año de sacrificio no es una renuncia al futuro; es, por el contrario, una inversión estratégica. Si la historia sirve de referencia, los grandes campeones primero aprenden a servir antes de aprender a mandar. Y si Pogacar y Del Toro logran construir una relación basada en respeto y visión a largo plazo, el ciclismo podría estar presenciando el inicio de un acuerdo histórico similar al de Hinault y LeMond, pero con un desenlace aún por escribirse.

El 2027 asoma como el año donde Isaac del Toro podría dejar de ser promesa para convertirse en protagonista. Con la experiencia adquirida, con el respaldo de un líder consolidado y con la madurez competitiva necesaria, el mexicano podría aspirar a algo inédito: ser el primer latinoamericano —y mexicano— en ganar el Tour de Francia.

El futuro, como siempre en el ciclismo, no está garantizado. Pero la historia demuestra que cuando el talento se combina con paciencia y oportunidad, los sacrificios de hoy suelen convertirse en las victorias de mañana. Pogacar y Del Toro ya están escribiendo las primeras líneas de esa historia. El desenlace, como en los grandes Tours, se decidirá en la montaña.