“-¿Tu ego viene con nosotros o lo dejas aquí?

- ¿Por qué iba a dejarlo?

- Por lo extraordinariamente grande que es.”

MAGGIE O’FARRELL

“Varias cosas ciertas son contradichas. Varias cosas falsas no son contradichas. La contradicción es la señal de la falsedad. La no contradicción es el signo de la certeza.”

CONDE DE LAUTRÉAMONT

Trump, el pacificador que bombardeaba lanchas

Aún no se termina de entregar el Nobel de la Paz de este año y ya hay quien se candidatea para el siguiente: el primer ministro de Pakistán nominó a Donald Trump. Sí, el mismo Trump del muro, del financiamiento a Rusia en contra de Ucrania, el de los migrantes cazados por el ICE, el que bombardea lanchas en el Caribe con la misma ligereza con que lanza tuits. Pero si su plan de paz entre Israel y Hamás se consolida, hay que admitirlo: esta vez podría ganar la distinción con algo más que buen marketing.

El acuerdo es histórico —aunque huela a espectáculo—: fin de los combates tras dos años de devastación, 20 rehenes israelíes vivos liberados, casi dos mil prisioneros palestinos excarcelados, tropas israelíes replegándose y el inicio de una entrada masiva de ayuda humanitaria. Todo anunciado, cómo no, por Trump desde Jerusalén y luego desde Egipto, rodeado de líderes árabes que aplaudían su “plan de 20 pasos”.

Hasta Netanyahu, el eterno rencoroso, se rindió al show: “Has hecho algo milagroso”, le dijo al hombre que hace poco financiaba su guerra y que ahora le pide a su presidente que lo perdone por corrupción. El cinismo de Oriente y Occidente se saludan de mano.

Cinismo global

La ONU informa que ya se permiten 600 camiones diarios de ayuda, el doble que antes: alimentos, medicinas, carne congelada, gas para cocinar, pan y hasta aceite, que no entraba desde marzo. Se entregará dinero en efectivo a 200 mil familias palestinas. Todo suena esperanzador hasta que uno recuerda que la misma política israelí que ahora “afloja” las restricciones fue la que provocó una hambruna deliberada. Se tardaron meses en abrir los cruces y ahora quieren medallas por dejar pasar comida. Es como incendiar la casa y recibir aplausos por traer el extintor.

Porque sí: Gaza vive una crisis humanitaria brutal, reconocida incluso por observadores internacionales. Israel disputa los datos, pero las imágenes no mienten: hospitales sin luz, niños desnutridos, barrios enteros convertidos en polvo. Ahora la comunidad internacional celebra que haya “progreso real” porque entran camiones con pan. No es un logro humanitario, es un acto de reparación mínima. Pero el cinismo global también tiene su cuota de hambre.

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Lo que sí es cercano al milagro

El talón de Aquiles del acuerdo es obvio: Trump exige el desarme de Hamás. Netanyahu lo repite. Hamás dice que no. Mediadores como Qatar hablan de un “desarme parcial”, como si la resistencia pudiera regularse por fases. La idea de pedirle a Hamás que entregue sus armas mientras Israel mantiene su arsenal nuclear es un chiste sin gracia. Pedirle a Hamás que deje de armarse es tan viable como pedirle a Trump que deje de hablar de sí mismo en tercera persona.

Y sin embargo, el plan avanza. Los rehenes regresan, los camiones entran, los muertos —de ambos lados— empiezan a ser devueltos. Trump, desde el Parlamento israelí, proclama “el amanecer histórico de un nuevo Medio Oriente”. Frase digna de un tuit con filtro dorado. Pero, por más ridículo que parezca, algo está cambiando: la guerra se detuvo. Y cuando una guerra se detiene, aunque sea por cálculo, la vida gana un respiro.

El Nobel que sabría a pólvora

Lo confieso: dudé de este plan. Dudé de Trump, de Netanyahu, de la ONU, de todos. Y sigo dudando. Pero si esta tregua imperfecta se convierte en paz, seré la primera en tragarme mis palabras.

Si Trump logra detener la masacre, aunque sea por vanidad, bienvenida su soberbia. Si Gaza deja de ser un cementerio, que Trump se infle el ego cuanto quiera. Habrá valido la pena tragarse las palabras. Aunque sepan a pólvora. Que se cuelgue el Nobel, que se tome la foto, que haga su reality show de la paz mundial. Eso sí: para mí, en relación a cualquier otro asunto, seguirá siendo el mismo ser miserable de siempre; el que alimentó la guerra y ahora se vende como apóstol de la paz.