Todo indica que la tregua en la transición presidencial ha concluido. El año de gracia ofrecido por Claudia Sheinbaum a AMLO ha terminado y la presidenta comienza a ejercer el poder con más firmeza. El país exige resultados: frenar la inseguridad, combatir la corrupción, corregir obras ineficientes y recuperar la institucionalidad democrática.
Recientes noticias han golpeado al círculo cercano del expresidente. La detención en Paraguay y extradición a México del líder criminal Bermúdez Requena, excolaborador de Adán Augusto López, ha destapado una red de corrupción vinculada al huachicol, a miembros de la Marina, y, según trascendidos, al propio Gonzalo López Beltrán —hijo del expresidente— y su supuesto prestanombres Amílcar Olán Aparicio, quien habría abandonado el país con una fortuna estimada en más de tres mil millones de pesos.
Para proteger estos intereses, AMLO heredó a Sheinbaum una estructura de poder concentrada: impuso al 90% del gabinete, controla el Legislativo a través de sus leales en Morena y sus aliados, y mantiene influencia en el Poder Judicial gracias a nombramientos clave. Todo esto configura un régimen autoritario sostenido por un partido hegemónico, una oposición debilitada y medios de comunicación cooptados, al estilo de los regímenes totalitarios.
Parecía que todo estaba bajo control, en una suerte de “maximato” moderno, como el que ejerció Plutarco Elías Calles tras dejar la presidencia en 1928. Calles gobernó a través de presidentes títeres, hasta que el general Lázaro Cárdenas rompió con él y restauró la autoridad presidencial y las instituciones de la República.
La historia mexicana ha registrado al menos dos momentos clave donde presidentes rompieron con sus antecesores autoritarios para abrir paso a una vida institucional, democrática con justicia y Estado de derecho: Cárdenas, en los años treinta y Zedillo, en los noventa.
Al asumir la presidencia en 1934, Cárdenas aceptó un gabinete impuesto por Calles (como hoy Claudia aceptó el de AMLO). Sin embargo, pronto marcó distancia: impulsó reformas sociales y políticas con independencia, y poco a poco destituyó a todos los funcionarios callistas, creó una serie de instituciones que permitieron una vida republicana, crecimiento económico y estabilidad política y social. En 1936, la ruptura fue definitiva: expulsó del país a Calles, poniendo fin al maximato y reafirmando que el poder debía residir en el presidente electo, no en su antecesor.
Décadas después, Ernesto Zedillo también rompió con su antecesor, Carlos Salinas de Gortari, quien pretendió primero coquetear con la posibilidad de la reelección y luego tratar de controlar al que impuso como su sucesor Luis Donaldo Colosio, quien definitivamente brillaba con luz propia y con grandes ideales y propuestas.
Zedillo desde su nombramiento como candidato sustituto, tras el cobarde asesinato de Colosio, marcó distancia de Salinas. Removió a Manuel Camacho como negociador con el EZLN y emprendió una serie de reformas clave que debilitaron el autoritarismo salinista y fortalecieron la democracia.
Entre sus principales logros destacan: la reforma al Poder Judicial, que le otorgó plena independencia; la reforma político-electoral, que ciudadanizó al IFE/INE y permitió la alternancia en el poder; y el fortalecimiento de organismos autónomos que sirvieron como contrapesos reales al Ejecutivo. Además, su política económica dio estabilidad y crecimiento durante más de dos décadas. En lo político, encarceló a Raúl Salinas de Gortari, por corrupción y por su implicación en el asesinato de José Francisco Ruiz Massieu, entonces presidente de la Cámara de Diputados.
Hoy, la presidenta Sheinbaum enfrenta un dilema similar. ¿Seguirá bajo la sombra de AMLO o ejercerá su propia presidencia?. Las primeras señales indican que comienza a tomar control, pero el reto es enorme: enfrentar una estructura de poder diseñada para la obediencia, no para la autonomía.
El legado de Cárdenas y Zedillo demuestra que romper con el autoritarismo no solo es posible, sino necesario para consolidar una democracia real. Si Sheinbaum aspira a trascender más allá de ser “la continuidad”, tendrá que desmantelar los mecanismos de control heredados, limpiar su administración y reconstruir el Estado con base en los principios institucionales que dice defender.
Lo que estamos viendo podría ser solo el principio de esa transformación, tan es así que a pesar de que Bermúdez Requena con el apoyo de los tabasqueños pretendió detener su extradición, no lo logró; lo que llevó a que se desatarán fuertes rumores como el amparo que presuntamente interpusieron los hijos de AMLO, Adán Augusto calla como momia y, en general, el obradorato está asediado por las autoridades mexicanas e internacionales.
Por ello es de esperarse que luego de la limpieza, vendrá la consolidación de un Estado democrático, plural y fuerte que reestablezca los principios y fundamentos de la República. Así podrá Sheinbaum dejar su propia huella en la historia, no como una figura subordinada, sino como una presidenta con autoridad y visión propia.
X: @diaz_manuel