“La dejadez es la verdadera aliada del colapso.”
Hannah Arendt
“Something has changed within me
Something is not the same
I’m through with playing by the rules of someone else’s game
Too late for second-guessing
Too late to go back to sleep
It’s time to trust my instincts
Close my eyes and leap”
Cynthia Erivo
Sumemos o restemos. Ninguno de los dos caminos ofrece consuelo. Sobran motivos para que transportistas y agricultores estén furiosos. Y no, no es un berrinche sectorial ni otra conspiración fifí: es lo que ocurre cuando un gobierno abandona tanto al país que este empieza a devolverse en pedazos. México ya no huele a pólvora. Huele al tufo inconfundible del Estado que se deshace.
Los datos no admiten anestesia. Solo en el tercer trimestre de este año, 65% de los robos de carga ocurrió en tránsito y 34% en estacionamientos no asegurados. Según Círculo Logístico, en México se registran más de 24,000 robos de carga al año, con un aumento del 16% en 2024 y pérdidas superiores a 7,000 millones de pesos. Esto no es un problema: es un saqueo de dimensiones nacionales.
El transporte terrestre mueve más del 60% de la carga nacional, 65% de nuestras exportaciones y 70% de las importaciones. Si las carreteras colapsan, no colapsa un sector: colapsa el país. Pero el sistema logístico mexicano está sostenido por carreteras fracturadas, parchadas, mal vigiladas. Entre 2018 y 2023, se redujo el mantenimiento federal. La 4T descubrió el peor modelo de infraestructura: construir menos y mantener peor.
El megabloqueo nacional que hoy paraliza carreteras, aduanas y rutas estratégicas no es capricho. Es la respuesta a un país donde viajar por carretera es una actividad de riesgo alto. No solo por criminales: también están las extorsiones de policías municipales, estatales e incluso agentes de la Guardia Nacional, una institución que debería proteger y termina operando como caseta clandestina del propio Estado.
En México no hay derecho de piso; eso es amateur. Aquí se cobra derecho de paso, derecho de circular, derecho de no ser incendiado, derecho de no amanecer en una fosa clandestina. Ya quisieran el SAT y Hacienda la eficiencia recaudatoria de estas bandas: cobran con puntualidad, sin cita, sin papeleo y sin “plataforma caída”. Solo hace falta que la pistola esté cargada.
La burocracia no se queda atrás. A los transportistas se les exprime con trámites tortuosos: placas que no salen, licencias retrasadas, permisos extraviados, citas médicas imposibles. Es una mordida institucionalizada, una red de pequeñas extorsiones que drena dinero y paciencia. Si el Estado no funciona para servir, al menos funciona para cobrar.
El deterioro ya es tan evidente que Estados Unidos intervino. El Consejo Nacional de Comercio Exterior (NFTC) —más de 300 grandes empresas— pidió a Donald Trump que el tema de la inseguridad en carretera mexicana se incluya en la revisión del T-MEC. Cuando lo dice México es queja. Cuando lo dice Trump es ultimátum.
Ebrard insiste en que todo está “bajo control”. Habrá que preguntarle bajo el control de quién. Porque las carreteras no son el único punto muerto: el país entero padece un colapso logístico. Puertos saturados, trenes bajo asedio, carreteras intransitables y un aeropuerto que mueve más excusas que pasajeros.
Y aquí entra Claudia Sheinbaum.
Porque ya no basta culpar a López Obrador —aunque él dejó sembrado el caos—. Ella ya gobierna. Ella administra este desastre. Ella firma ahora las omisiones. Lo que ocurre hoy en carreteras y aduanas ya no es “herencia”: es responsabilidad directa. Claudia prometió orden, eficiencia, ciencia, racionalidad administrativa. Prometió que la seguridad sería prioridad. Pero la realidad se impone con su crudeza: esto no mejora, empeora.
Y mientras el país se hunde entre bloqueos, extorsiones y caminos colapsados, la presidenta sigue atrapada en el espejismo de la continuidad. Un espejismo que la arrastra y la compromete, porque ningún gobierno sobrevive al caos logístico. Las carreteras son poder. El control territorial es poder. Y ahora mismo, ese poder está en manos de todos, menos del Estado mexicano.
México tiene 916,078 kilómetros de caminos. De ellos, al menos 25% de las carreteras federales está en condiciones malas o regulares. Más de 527,000 km no están pavimentados. Y la “transformación” nunca llegó a esas cifras. No hay propaganda que pueda maquillar un bache. Menos cuando el bache mide dos metros de ancho y tiene dueño.
El cierre de carreteras de hoy es la postal del sexenio. Lo que no arregle Claudia, se le va a atribuir a ella. La 4T está reprobada en este rubro. Y ahora, la calificación ya no es del maestro López Obrador: es de la presidenta Sheinbaum.
A cada sexenio le llega su prueba definitoria. A López Obrador le tocó la pandemia. A Claudia Sheinbaum le tocó algo igual de peligroso: un país donde el Estado ya no controla ni sus caminos. Y en México, quien no controla las carreteras no controla el comercio ni el territorio ni la seguridad. Es decir: no controla el país.
Así de simple.
Así de devastador.
Y así será su legado si no actúa ya.
Giro de la Perinola
¿En qué sexenio de este siglo se construyó la mayor cantidad de kilómetros de carreteras nuevas y modernizadas?
• Felipe Calderón: 21,000 km.
• Enrique Peña Nieto: 12,000 km.
• Vicente Fox: 11,000 km.
• López Obrador: 6,000 km.
La aritmética no miente. El asfalto tampoco.





