El libro

Héctor Sosa ha publicado recién Las vicisitudes del contratenor en México (Laberinto; 2022). No me resulta fácil escribir esta nota porque si bien no se refiere a un amigo cercano, sí a alguien que me genera una enorme corriente de simpatía y a quien respeto por su profesionalismo y su trayectoria musical y artística, por una parte. Por otra, porque trata de un tema que, aunque lo he abordado en el pasado, en lo personal no me resulta tan interesante como, naturalmente, al autor de libro en cuestión, a sus alumnos y seguidores. No obstante, es una obra importante, prácticamente única en México. Así que, tras explorar y exponer los componentes más gratos del asunto, trataré de plantear dos o tres aspectos que dan para la polémica.

De entrada, hay que subrayar el valor de la publicación, pues se trata tanto de una investigación y exploración sobre el “mundo” de esa parte del canto que comprende históricamente a los castrados, contratenores y/o falsetistas, como de un testimonio personal. Un estudio sistematizado dividido en cuatro capítulos. I. Aproximaciones que van del origen de la tesitura del título y su experiencia histórica general hasta llegar a la experiencia mexicana. II. Consideración del fenómeno en el México contemporáneo; las incidencias, las experiencias de cantantes de esta característica. III. La pedagogía vocal para los cantantes de este registro vocal y su estilo; muestra la capacidad de enseñanza del autor. IV. La experiencia de vida de los cantantes que tienen vocación por esta expresión vocal frente al machismo y la homofobia social. Finalmente, a manera de epílogo, Sosa sugiere un catálogo de obras para la especialidad y una breve antología musical con reproducción de partituras.

Como puede observarse, la de Sosa es una aproximación que abarca con amplitud el tema en términos históricos y en su experiencia mexicana. Un libro obligado sin duda para cantantes de la tesitura o quienes aspiren a ella; interesante para los cantantes de ópera en general; importante para quienes documentan el medio musical en México; atractivo en los elementos no técnicos para el público en general.

Sosa habla de contratenores, que yo he llamado falsetistas; también del papel que interpretan en el escenario. Y he ahí donde quiero llamar la atención, pues ambos aspectos son una invitación a la polémica.

El libro de Héctor Sosa; Laberinto, 2022

El cantante y su trayectoria

Antes de la polémica, la corriente de simpatía y el reconocimiento. En el año 2000 coincidí con Héctor Sosa en la producción de Wozzeck de Bellas Artes (esa ópera que detesta la ignorancia de Avelina Lésper); ambos cantamos en esa producción. Aunque mi primer trato más o menos directo fue en la representación de Tosca del mismo teatro, en 1995. Cantando el Pastor del tercer acto, a indicación del director de escena (Miguel Lombana), Sosa debía realizar un acto erótico en lo alto del Castel Sant’Angelo, donde Cavaradossi está a punto de ser ejecutado y Floria de aventarse al precipicio. El director italiano de orquesta se opuso a esa acción por contravenir la indicación de la partitura. Así que mientras Héctor cantaba fuera de escena, el otro Héctor –yo mero, como actor- se llevaba la mejor parte, la interacción sensual con la bella chica durante cinco funciones.

Sosa era conocido del medio musical casi de manera natural, por ser integrante de una familia arraigada en la música tanto clásica como popular (hijo del tenor José Sosa y hermano de José José). No obstante, él fue creando su propia trayectoria. Por lo que a mí respecta y para no hacer de esto una tediosa biografía, diré que lo escuché en alguna producción de Carmina Burana, cuando aún cantaba como tenor a principio de los 90′s. Él mismo dice en el libro que no logró sentirse cómodo como tenor y empezó el cambio a contratenor, cuestión que determinó en 1994 con el impulso de Francisco Méndez Padilla (de quien ya he hablado aquí, autoridad del supertitulaje operístico en México). La primera vez que lo escuché en su nueva tesitura me sorprendió para bien, pues además de cantar un breve papel como tenor en la ópera Ambrosio, de José Antonio Guzmán, interpretó a La Abadesa (¿mujer o travestido?; en ópera tan perversa todo es posible). Sala Miguel Covarrubias de la UNAM, 1990; lo hizo muy bien tanto escénica como vocalmente.

Después presencié su participación en La púrpura de la rosa, ópera Tomás de Torrejón y Velasco, en el Teatro Jiménez Rueda en 1991. Y en 1995, cantó con la Sinfónica Nacional un concierto dentro del ciclo “La Sinfónica va al Cine”, que procuraba recrear la atmósfera y el repertorio de la célebre película Farinelli, sobre el castrado Carlos Broschi. Escribí por entonces para El Universal tres artículos en relación a ese evento recogidos ahora en el libro De Caruso a Juan Gabriel. Una mirada de la cultura en México; tuve una apreciación más bien crítica sin dejar de reconocer el talento y el avance del cantante. Sin embargo, con el paso del tiempo tengo una excelente valoración de dicho concierto, tal vez una de las mejores presentaciones en la carrera de Sosa.

Aparte de sus apariciones artísticas, Sosa ha desarrollado un trabajo docente ya reconocido; también se ha desempeñado como director de orquesta. Ahora publica su libro. Después de muchos años, coincidí con Héctor en la ciudad de Oaxaca en agosto de 2022 durante una feria del libro. Ambos presentábamos nuestras respetivas publicaciones; una muy grata experiencia que escribí en “Al fin conocí Oaxaca”.

Héctor Sosa canta “El vals de las frágiles”, de la ópera Ambrosio. Se puede apreciar la dificultad vocal de la pieza:

Contratenores o falsetistas; ¿mujeres interpretadas por hombres?

1. Sosa explica en su libro que fue el cantante inglés Alfred Deller quien revitalizó la tesitura hacia mediados del siglo XX y fue el compositor Michel Tippet, al escucharlo, quien la calificó como voz de contratenor.

Pues bien, yo he llamado falsetistas a los autoproclamados contratenores, que cantan una octava más alta al rango de las voces del tenor, por tanto, en el registro de las mezzosopranos y sopranos. La base de este registro masculino que se asemeja al natural de las mujeres se desarrolla con base en el falsete, de allí que así lo denomine. Sosa habla de esta polémica en su libro. Él ve en esta calificación cierto desdén, pero refiere asimismo que la base del contratenor es el falsete; en este punto hay acuerdo obligado por la realidad.

No obstante, rechaza llamarles falsetistas. Argumenta que, bajo perspectiva histórica, el falsetista o el falsetismo se ha usado más bien como un complemento musical armónico, sobre todo en coros. En este sentido, el falsete carecería de la riqueza del contratenor, que significa pasar del mero aspecto musical al escénico donde se desarrollan elementos técnicos de vibración y proyección, estética y belleza que no alcanza el falsete puro. Un falsetista puede cantar en el registro de la mezzo o la soprano, pero el contratenor, con su cualidad teatral, se convierte en contraltino o sopranista.

Me parece un argumento de importante consideración; da sin duda para una buena polémica con base en razonamientos históricos, técnicos, musicales y artísticos.

2. Otro punto polémico en relación al falsetista/contratenor -que históricamente sustituye en escena al castrado- es, ¿quién debe interpretar un papel femenino hoy? ¿El sustituto del castrado o una voz femenina? Por mi parte considero que la segunda opción. El primero tiene amplio repertorio todavía por explorar.

3. ¿La tolerancia a la comunidad LGTB en México ha permitido el crecimiento de los falsetistas/contratenores? Sosa argumenta que sí; yo no estoy seguro de ello pues no hay correspondencia entre la tolerancia y el escaso número de cantantes de la especialidad. Se trata de un problema que involucra otros factores como la correcta enseñanza y el mercado que los requiera.

4. Por último en este apartado, Sosa ofrece un “Catalogo sugerido de obras” como posibles interpretaciones de los aspirantes a la especialidad. No obstante, sería propicio en una futura edición separe el repertorio que fue compuesto en exclusiva para los falsetistas/contratenores de otro que él sugiere como opciones que se adaptan a estos cantantes. Yo preferiría un catálogo por separado. Una tarea pendiente para Sosa.

Dentro de los testimonios artísticos de Héctor, tengo preferencia por el aria “Lascia ch’io pianga”, de la ópera Rinaldo, de Händel, en su versión de 1995 con la Sinfónica Nacional dirigida por Enrique Diemecke:

Último acto

Durante los últimos meses, tras estudiar su voz y su desempeño con más cuidado, he llegado a la consideración de que la vocalidad y la manifestación artística de Sosa son sui generis. Por ejemplo, casi todos los especialistas que he escuchado en México, cantan en la tesitura de la mezzosoprano; el equivalente al contraltino. Excepto Sosa, no conozco ninguno que aborde con relativa facilidad el registro de la soprano; sopranista, pues. Alcanzar el registro total de la soprano -hasta un Do/7- para un hombre que canta en el registro de la mujer es una tarea que requiere, a más de entrenamiento, acaso nacer con cualidades fisiológicas y orgánicas que lo hagan posible.

Un tenor bien entrenado puede cantar el registro de la mezzo, como contraltino, si ha desarrollado un buen y aun poderoso falsete. En mi caso, el desarrollo de mi voz de tenor lo alcancé en Nueva York. Sin embargo, el maestro siciliano americano Thomas Lomonaco me entrenó en el dominio de un falsete vigoroso hasta el Sol/7 para fortalecer mi voz regular. Así que puedo cantar sin problemas el registro de la mezzo o contraltino. Claro, cantar el príncipe Orlofsky como contratenor, colocarse un vestido ampón y subir a escena como contraltino, o el hábito de la endemoniada Abadesa que tan bien canta Sosa, requiere de características y convicciones adicionales.

Héctor Sosa tiene múltiples cualidades. La influencia musical familiar, la buena formación musical propia, el profesionalismo para competir a pesar de las vicisitudes del medio musical y operístico de México. Y tiene dos cualidades más que lo particularizan, la facilidad para el registro de sopranista, la cualidad orgánica fisiológica de que hablé arriba, la fortaleza del entrenamiento y la belleza de la voz.

Contrario a mi costumbre, le llamé el viernes pasado para aclarar algunas dudas. Tras grata conversación, me compartió que en un reciente viaje a Celaya, Guanajuato, el pianista de un sitio en el que departía con amigos lo reconoció y le preguntó si cantaría con él alguna pieza. Héctor se retiró como cantante activo hace 10 años aunque continúe como profesor. Aceptó la propuesta de Carlos Almanza quien le acompañó “Júrame”, de Grever. Le pedí autorización para reproducir aquí el video. Incluso no estando en la cima de su carrera como cantante, se pueden apreciar las características y cualidades que he comentado en esta nota.

“Júrame”, de María Grever:

Héctor Palacio en Twitter: @NietzscheAristo