Al menos seis veces cancelé o se me canceló, en ocasiones de último minuto, ir a Oaxaca. Para conocer a esa Entidad y su ciudad capital tan impregnada de historia, cultura, comida y arte. Todas las referencias, las personas que allá habían viajado me animaban a hacerlo, pero no fue posible. Hasta que el pasado miércoles 17 de agosto, casi a la media noche, salía de la estación TAPO el autobús con ese destino temporal; ahí iba yo.

Llegué más temprano de lo previsto; 5:30 de la mañana. Un concepto erróneo me hizo pensar que podría entrar a algún café a esa hora. Todo cerrado y a oscuras. Salí de la terminal y me encaminé al hotel supuestamente reservado para que pudiera entrar temprano. De pronto, me encontré en una gasolinera, justo en el punto en que se encuentran la Calzada Porfirio Díaz y la Avenida Benito Juárez. ¡Quién lo diría! A pesar del sinsentido histórico y político de ese encuentro para un mexicano de otros Estados, tengo la percepción de que los oaxaqueños guardan admiración por ambos personajes. Contrario al resto del país que, por el desempeño y el final histórico respectivo, por lo general respetan a Juárez y recriminan a Díaz.

Como mi hotel, sobre Díaz, aunque muy agradable es pequeño, estaba cerrado en la oscuridad de las 5:50. Así, me encarné en mis días de caminante pertinaz por el mundo y decidí marchar, mochila a la espalda, al célebre mercado Veinte de Noviembre calculando que estaría abriendo en esos momentos. De vuelta a la gasolinera y a donde Díaz y Juárez se juntan, un policía primero y después la señora de un zaguán madrugador, me dieron indicaciones. Avanzar hacia el parque “El Llano”, por Juárez, unas pocas cuadras y después doblar a la derecha por cualquiera de las estrechas calles, quizá en la esquina del Teatro Juárez y subir hasta topar con pared en García Vigil (que en otro trecho se llama Rufino Tamayo), y descender para estar frente a la extraordinaria arquitectura del templo de Santo Domingo de Guzmán. A partir de ahí se baja hasta la Catedral y el zócalo, para encontrar a escasas cuadras el mercado. En el trayecto, fui saludando a las barrenderas y barrenderos de las limpias y tranquilas calles de Oaxaca de Juárez a las seis de la mañana.

Al fin conocí Oaxaca/Héctor Palacio

Me equivoqué al pensar que, como en Villahermosa, el mercado estaría abierto a las 5 de la mañana o como en la Ciudad de México, a las 6. Mientras daba vueltas, me informaron que el famosísimo “Pasillo de Humo” funcionaba a partir de las 8 o 9. Afortunadamente, a las 6:30 abría ya una sucursal de casa Mayordomo. Pedí un chocolate semiamargo que estuvo muy sabroso. Lo sorbí caliente mientras deambulaba hasta que abrieran a las 7 –de acuerdo a otros informes-, la sección de los desayunos. Así fue. Y en vez de comer un tamal oaxaqueño, quesadilla o tlayuda, pensando que tendría pocas posibilidades de regresar, pedí una parrillada de cecina, chorizo y tasajo (cecina de res) típica de Oaxaca; valieron la pena el tasajo, los frijoles enteros de la olla y las estupendas tortillas.

Deshice los pasos al hotel. Todo ocupado. Caminé entonces al restaurante oficial para los alimentos; al menos tomaría un café. Allí estaban ya, a las 9 y fracción de la mañana otros compañeros que iban también, como yo, al Primer Festival Literario Oaxaca 2022. No quiero decirles que, en menos de 20 minutos, discutía ya con el filósofo y poeta Víctor Toledo por cuestiones de interés nacional; desde mi punto de vista, argumentaba yo razones políticas mientras las suyas eran ideológicas. Terminó mal el asunto esa mañana de jueves (me hizo recordar el desencuentro que, por cuestión semejante, tuve con Alberto Ruy Sánchez en la primavera del 2019 en un bar de Suecia durante un encuentro de poesía). El sábado terminaría un poco mejor, al estilo berlinés, pues Toledo y yo bebimos una Stella Artois mientras hacía tiempo para mi salida de regreso a mi guarida en Ciudad de México.

Pasaron décadas antes de emprender ese viaje. Y mientras sucedía, tanto a la ida como al regreso, pensé en las oportunidades canceladas. Comparto de manera escueta algunas de ellas.

Al fin conocí Oaxaca/Héctor Palacio

La SEP

Recién me incorporaba a la Secretaría de Educación Pública del gobierno salinista, que inició los programas de “calidad educativa” financiados por el Banco Mundial (endeudamiento y robo al erario), cuando en un oficina de la Dirección General de Planeación Programación y Presupuesto decidieron enviarnos a los Estados para supervisar no recuerdo qué cosa. Iría yo a Oaxaca. Pero no. Al parecer, una chica amante o novia de uno de los jefes prefirió ir allá. Así que me reasignaron a Nuevo León. Pasé tres gratas semanas en Monterrey comiendo cabrito, hamburguesas y caldo de gallina en vez de tasajo y tlayuda.

La viuda alegre

Un par de productores hicieron una horrible producción de La viuda alegre, de Franz Léhar, en el Teatro Lírico; 1993. La protagonista era Angélica María, cantando una octava abajo del registro de soprano, acompañada de un galán argentino ronco, y una grabación abominable hecha con teclados en vez de orquesta. Cuando cumplimos 100 funciones, nos fuimos de gira por 40 ciudades del país. Yo iba de suplente solista de tres papeles, Rosillón, Zancada y Saint Brioche. Cuando llegamos a Toluca provenientes de Mérida, continuaba Oaxaca. Recibí llamada de la producción en Morelia de la ópera La Traviata, de Verdi, para que cantara yo Gastone en dos funciones. No dudé. Cancelé Oaxaca y me fui a Morelia, a comer sopa tarasco, pescado blanco y carnitas en vez de quesillo y cecina.

El flautista y su mezcal

Habiendo cantado en 2014 acompañado por la Banda de Música del Gobierno del Estado de Tabasco, conformada por instrumentistas de varias entidades del país y aun por cubanos, uno de los flautistas me invitó a cantar a una festividad en Oaxaca. Que no habría mucho dinero, algo simbólico más hospedaje y alimentos. Acepté; al fin iría a esas tierras. Cada año el flautista me escribía que ese sí sería el bueno. Me enviaba mensajes de Facebook que al parecer tecleaba con los efectos del sabroso mezcal; todavía me escribe de vez en cuando, para invitarme a cantar a Oaxaca y sobre todo para decir ¡salud!

La sirena

Una chica hermosa que conocí, oscuros ojos grandes, bella sonrisa, cabellera larga, larga y sedosa me insistió en que la acompañara a su viaje solitario; no pude o no quise. Me hizo reportes de su trayecto. Arribó a Oaxaca de Juárez y fue bajando por pueblos y rutas hasta llegar al Pacífico. Me envió una fotografía con sombrero para el sol y senos descubiertos. Se tiró al mar y nadó y nadó, y sigue nadando probablemente; pues no supe nada más de ella.

La pandemia

Roberto Mejía, director ejecutivo de la Filarmónica de la Ciudad, me invitó a finales de 2019 a interpretar canciones mexicanas con una orquesta de Oaxaca; antes, me había incorporado a una gira de un grupo de guitarras alemanas en Michoacán. El concierto sería en 2020. Se extendió la pandemia Covid-19 por el mundo, llegó a México, se canceló todo y, desgraciadamente, el estimado Roberto falleció a causa del virus.

Al fin Oaxaca

Discutía entonces la mañana del jueves 18 de agosto en la mesa, como ya referí. La intervención amable de la poeta Angélica Minor y la presencia del escritor Jorge Luis Darcy, más la posterior llegada de Sergio RAM, Esteban Ascencio y sobre todo de Héctor Sosa, hizo que se distendieran los ánimos. Como en el bar de Suecia, propuse que lo mejor era regresar y quedarse en las letras, en la poesía. Esteban Ascencio, el anfitrión, estuvo de acuerdo y los demás también. Recién había presentado tres libros del director de Editorial Laberinto con Aquiles Cantarell y su programa “Conversaciones con la Historia”, así como en la cafebrería El Péndulo, de la Colonia Roma. Lo comparto:

El Festival me permitió conocer personalmente y conversar a gusto con Sergio RAM, que decidió extender su estancia para ser moderador en la presentación de mi libro, De Caruso a Juan Gabriel. Una mirada de la cultura en México. En 2021, había yo escrito una nota sobre su novela Olvido.

1er. Festival Literario Oaxaca 2022

Por la tarde del jueves, Toledo hizo la presentación de su poética. Al final le cuestioné que propusiera a la poesía como el mayor arte del hombre argumentando por mi parte a la música. Contestó que en un momento se encuentran ambas; por tanto, repliqué, el mayor poeta tendría que ser el compositor, como estableciera Nietzsche en El origen de la tragedia. En plan disuasorio, Toledo me obsequió uno de sus libros, “a ti que te gusta la música”, Oro en canto son oro: sor tija de hadas. Aquí unos versos suyos:

Ritornelo

Encantada por los pájaros

la selva canta.

Enjaulada por los cántaros

el agua canta.

En el cántaro la selva

es un pájaro encantado.

Y la jaula de la lluvia

que encantó azules pájaros

los volvió agua del cántaro.

Selva: tórtola mojada.

Agua: canto del cántaro encantado.

Víctor Toledo

El encanto mayor, no obstante, fue coincidir con Héctor Sosa, que acudió al festival a presentar su libro Las vicisitudes del contratenor en México; del cual hablaré en otra ocasión. Cantamos juntos en el Teatro del Palacio de Bellas Artes en el año 2000, en la producción de la magistral ópera Wozzeck, de Alban Berg (que a Avelina Lésper le parece basura). Veintidós años después, tuvimos una grata conversación en el reencuentro y acordamos una caminata al día siguiente después del desayuno. Le mostré la ruta que había emprendido la mañana anterior. De El Llano, otra vez Teatro Morelos (debí de conocer el Macedonio Alcalá, pero no), Santo Domingo, Catedral, zócalo y mercado, donde él compró un sombrero para el sol y yo un tamal de mole negro para llevar. Naturalmente, el mole negro es sabroso, pero quería conocer el nivel del cernido de la masa, que contrasta por supuesto con los “tamales oaxaqueños” que se venden en Ciudad de México y también con los de mi nacencia, los tamales de masa colada tabasqueños.

En tanto leo y escribo sobre el libro de Sosa, ofrezco su interpretación del aria de Händel, “Lascia chi’o pianga”. Cantada en 1996 con la Orquesta Sinfónica Nacional, dirigida por Enrique Diemecke, quien había organizado un ciclo de la música y el cine e invitó al cantante a interpretar las arias de la película Farinelli (Gérard Corbiau; 1994), tema sobre el cual escribí por entonces en tres artículos que aparecen en la colección de mi libro ya referido.

Después de una tercera o cuarta conversación con Héctor, al abandonar el hotel encontré a Toledo en el vestíbulo. Nos saludamos ya con cierta camaradería. Decidió acompañarme a la terminal de autobuses; fue cuando nos tomamos las cervezas ya comentadas, muy al estilo Berlín.

De vuelta en la ciudad, sentí cierta turbación por un ruido atmosférico que no dejaba concentrarme en las tareas pendientes. Así que para relajarme me puse a idear una décima de octosílabos (con un pequeño truco), sobre el viaje tantas veces postergado:

Oaxaca 1

Al fin conocí Oaxaca.

Atmósfera, gente y calles.

Asombro para que calles,

la arquitectura verraca

que es sobre todo barr@ca.

Noviembre veinte el mercado.

Comí tamal enmolado,

tasajo, mas no tlayuda.

Iré por ella sin duda

y por el mezcal olvidado.

La nave del Templo de Santo Domingo de Guzmán, Oaxaca.

Héctor Palacio en Twitter @NietzscheAristo