En plena tormenta digital, Claudia Sheinbaum mantiene una aprobación del 57%, mientras Morena, su partido, cae a 35%.

Esta desconexión revela una lección clara: en política, la fuerza de la marca personal puede superar a la institucional. Pero solo hasta cierto punto.

Las redes sociales no perdonan; amplifican lo humano y exponen lo falso.

En 2009 publiqué mi primer tuit. Fue un mensaje breve, escrito sin mayor pretensión, cuando la idea de que una plataforma de 140 caracteres pudiera reconfigurar el poder político, parecía ciencia ficción.

Hoy, dieciséis años después, esa ciencia ficción es nuestra realidad.

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En este tiempo entendí que las redes sociales son implacables: amplifican lo humano y exponen lo falso.

No hay control absoluto posible. Lo sabe cualquier político que haya intentado imponer trending topics artificiales: pueden inflarse por unas horas, pero terminan devorados por la conversación real.

Una de las grandes lecciones de estos años en redes es que no hay crisis pequeña cuando la estrategia digital es débil.

Lo he visto de cerca: no basta con tener un community manager que programe mensajes o suba fotos; se necesita un estratega capaz de leer el entorno, anticipar escenarios y construir narrativas que resistan la tormenta.

Cuando esa diferencia se ignora, la conversación pública se desborda y lo que era un problema puntual termina convertido en una crisis de reputación.

Con esa experiencia acumulada, observo hoy la crisis digital que atraviesa Morena. Y no lo digo solo por percepción: lo dicen los datos más recientes de Bold Data.

El termómetro en rojo

Mientras Claudia Sheinbaum mantiene una aprobación digital del 57%, la de Morena se desploma a 35%. El contraste es brutal. La presidenta parece blindada, pero su partido carga con todo el desgaste.

Tres episodios recientes concentran el golpe más fuerte:

• El caso “La Barredora”, que desató más de 230 mil menciones y alcanzó a 22.8 millones de usuarios.

• El pleito en el Senado entre Noroña y “Alito”, que sumó 185 mil menciones con un impacto de 19.6 millones.

• Los lujos de Andrés López Beltrán en Tokio, con 130 mil menciones y 15.7 millones de usuarios expuestos.

Estos episodios no son simples anécdotas: son motores de una narrativa negativa que Morena ya no logra controlar. En la arena digital, el partido aparece como protagonista de escándalos, no de propuestas.

El espejo de la historia

La política mexicana ofrece lecciones útiles para entender este momento.

Felipe Calderón: su estilo combativo le dio al PAN un arrastre inicial, pero su estrategia de seguridad y la violencia terminaron por erosionar tanto su marca personal como la del partido.

Enrique Peña Nieto: en 2012 su arrastre personal revitalizó al PRI tras doce años fuera del poder. Conectó con una generación y logró darle aire fresco a la marca partidista. Con el paso del tiempo, sin embargo, los escándalos de corrupción y la crisis de seguridad terminaron por minar su aprobación y, en consecuencia, afectar también al partido. Más que un error aislado, fue el reflejo de cómo la agenda pública puede imponerse y transformar la percepción de un liderazgo en cuestión de meses.

Andrés Manuel López Obrador: su figura dominó la conversación durante seis años. Morena era extensión de su popularidad. El voto era para él, no necesariamente para el partido.

Cada caso muestra que la relación entre líder y partido es dinámica, pero termina siendo indivisible: cuando uno cae, arrastra al otro.

El híbrido Sheinbaum–Morena

El caso actual es un híbrido. Claudia Sheinbaum ha construido una marca digital sólida: 57% de aprobación en plena tormenta política. Su equipo ha logrado blindarla de buena parte de las polémicas. Pero Morena, en cambio, paga cada factura.

El riesgo es evidente. La desconexión entre una presidenta fuerte y un partido debilitado es insostenible a largo plazo. Si Morena no recompone su narrativa digital, las fracturas terminarán alcanzando a la presidenta.

En redes sociales, la narrativa no se improvisa. Se construye todos los días, con coherencia, con visión de largo plazo.

Morena enfrenta hoy su primera gran crisis de identidad digital: su marca institucional ya no es reflejo del liderazgo de Sheinbaum, sino del cúmulo de escándalos que se acumulan semana tras semana.

La pregunta de fondo es si la 4T puede sostenerse en un liderazgo personal cuando la base institucional se debilita. La experiencia de los últimos tres sexenios sugiere que no.

La paradoja del arrastre ha cambiado de dirección: Morena ya no sostiene a la presidenta, es la presidenta quien sostiene a Morena.

Y esa ecuación, por definición, no puede durar para siempre.

X: @Alberto_Rubio