Hoy es 8 de marzo y con seguridad habrá alguien que nos “felicite” por ser Día Internacional de la Mujer.

Cualquier felicitación es bien recibida, claro que sí, pero esta fecha más que ser motivo de celebración, debe mover a la reflexión.

Históricamente sabemos que el 8 de marzo tiene su origen en los movimientos obreros de finales del siglo XIX y principios del XX en ciudades de Estados Unidos y Europa.

Fue en esa época cuando trabajadoras aguerridas tomaron las calles para defender sus derechos laborales, que eran prácticamente nulos y más que trabajadoras de la naciente era industrializada, vivían una esclavitud paupérrimamente remunerada.

Los años posteriores serán recordados como luchas permanentes a nivel global, en un mundo tan cambiante como caótico, en medio de guerras mundiales y revueltas sociales que dieron paso a la mal llamada sociedad moderna.

Mal llamada, sí, porque la “modernidad” no siempre es sinónimo de progreso o de libertad.

El terrible suceso ocurrido el 8 de marzo de 1857 en Nueva York, cuando obreras de la Textilera Cotton se manifestaron para exigir mejores condiciones laborales y fueron brutalmente reprimidas y asesinadas por la policía, nos obliga a rendir tributo a las 120 mujeres que perdieron la vida por defender lo justo, aunque paradójicamente las injusticias sociales y laborales que vivimos las mujeres siguen vigentes aun en países medianamente “civilizados”.

Se avanza poco a poco

Actualmente, aunque son muchas las mujeres que han ganado terreno en todas las esferas de la vida pública, la mayor parte de éstas que tienen un lugar en la vida laboral, siguen percibiendo menos salario que los hombres.

Un estudio realizado por el Centro de Investigación en Política Pública señala que “En 2022 la brecha de ingresos es de 14%, es decir, por cada 100 pesos que recibe un hombre en promedio por su trabajo al mes, una mujer recibe 86 pesos”.

Algunos estados de la República Mexicana, como Oaxaca, Colima e Hidalgo muestran que esta brecha salarial es aún mayor. Y peor aún: hay sectores donde los hombres ganan más que las mujeres, por ejemplo en los medios de comunicación.

A todos estos factores hay que agregarle que la mujer sigue llevando la mayor carga del trabajo doméstico y el cuidado de los hijos, cuando los hay.

Como resultado de lo anterior, e insisto, no se puede negar que la presencia de la mujer en la vida pública y social es cada vez mayor, al menos en nuestro país avanzamos poco a poco, no solo en el ámbito laboral.

No hace mucho sostuve una acalorada discusión con una persona que se negaba a aceptar que los estereotipos femeninos, sobre todo los de belleza y juventud, llegan a convertirse en violencia hacia la mujer cuando se exageran al grado de cosificarla es decir, cuando se exige que la mujer siempre sea bella, atenta, refinada, escultural, elegante, etc., se le están imponiendo atributos físicos que llegan a minimizar su capacidad intelectual.

Este tipo de violencia, casi invisible y socialmente aceptada, lleva emparejada la discriminación hacia mujeres con otros atributos físicos que incluso son objetos de burla por compañeros de trabajo, amigos y hasta dentro del núcleo familiar.

Menciono solo algunos factores, pero la lista es amplia.

Pese a los grandes esfuerzos por hacer que la mujer en la sociedad deje de ser estereotipada y se reconozca su capacidad intelectual como factor indispensable para su desarrollo profesional o laboral, cada 8 de marzo seguimos observando niñas, jóvenes y mujeres adultas que han sido violentadas en algún aspecto, aun sin ellas saberlo.

Si me extendí en el tema laboral es porque este punto nos va a determinar en gran medida qué tanto hemos avanzado en México para decir que las mujeres somos realmente libres y respetadas.

Las luchas sociales de las que hablé al principio de estas líneas nos deben concientizar para saber si en realidad en nuestro país caminamos parejo hombres y mujeres y tenemos las mismas oportunidades en la práctica, no solo en el discurso.

La igualdad (con todo lo que el término lleva implícito) es algo que aún nos cuesta trabajo aceptar, implementar y vivir en cada rincón de nuestro territorio y lograrlo es tarea de todos.

Solo cuando se consiga podremos sentirnos libres de violencia en cualquier aspecto de nuestra vida.