Casi tres décadas nos separan de aquel 23 de marzo de 1994, fecha en que ocurriera el asesinato de Luis Donaldo Colosio Murrieta, siendo candidato del PRI a la presidencia de la República.

El suceso fue sorpresivo por más que se tratara de una campaña, la de 1993-94, marcada por acontecimientos y condiciones inéditas; pero se supone que primaba el arreglo y condición que estaba en la genética que dio lugar al surgimiento del PRI en 1929 como PNR, en el sentido de instaurar un mecanismo a través del propio partido que resolviera la lucha por el poder de forma institucional, lo que implicaba erradicar las asonadas y los asesinatos políticos como forma de disputa por el poder.

Debe recordarse que el asesinato de Álvaro Obregón como presidente electo en 1928 planteó una condición incierta y de carácter excepcional, en cuyo contexto se convocó a la formación del PNR con la idea de canalizar a través de los partidos la lucha política.

Así, desde 1929 y hasta antes de marzo de 1994, los asesinatos habían estado ausentes en el escenario de los comicios presidenciales; tal situación afirmaba uno de los cometidos más relevantes del PRI y que contribuía a su legitimación.

Cierto que el asesinato de Colosio fue cismático, pero el procesamiento del hecho mismo buscó ser aligerado por la vía de un candidato que lo sustituyó, no sin antes reivindicar, en su irrupción, la propia figura y pensamiento de quien había sido ultimado en campaña; en ese momento se desdibujaron también los elementos que habían planteado una tensión extrema a la campaña colosista por la vía de un conflicto armado en la región de las cañadas en el estado de Chiapas y por el mérito o demérito de una intermediación para pretender resolverla, más que polémica.

Emergía un acuerdo entre el nuevo candidato y el presidente de la República que superaba los graves entuertos que vivió la campaña de Colosio. Al mismo tiempo, los pronunciamientos a favor del sonorense quedaron en la retórica y, poco después, en el abandono prematuro; el presidencialismo estaba presente y pronto demostraría que no admitía yugos ni influencias precedentes.

Como partido del presidente, el PRI pronto se acomodó a esa égida, extraviando una oportunidad de afirmar su identidad y personalidad para escribir su propio derrotero. En buena medida, ello propició la derrota que sufriera en las elecciones presidenciales de 2000, mismas que estuvieron precedidas por una sobre manipulación del PRI desde la esfera de gobierno que, entre otros factores, condujo a una incesante y febril renovación de su dirigencia, conforme a los mandatos de la administración.

Una tímida reacción del PRI corrió por la vía de modificar los requisitos para ser candidato a la presidencia de la República, afirmando la condición de haber ocupado un cargo de elección popular. Más allá de la idoneidad o no de esa postura, en ella estaba la semilla de un partido que quería definir su derrotero con solvencia.

Entre tanto la figura de Colosio mantuvo y acrecentó su grandeza en el ánimo de la militancia del PRI. Ha sido el nombre y el hombre que proyecta a un PRI democrático y que mira a la evolución necesaria del régimen político, consecuente con la amplia crítica que él hiciera al presidencialismo y de proclamar la tesis de la reforma del poder.

Un debate, el del régimen político y de gobierno, que ha permanecido inmanente desde que Venustiano Carranza en la apertura del Constituyente de 1916 hablara de la conveniencia del régimen presidencial sobre el parlamentario, pero sin que la deliberación respectiva hubiese tenido -ni entonces, ni después- la exhaustividad requerida.

Es increíble, pero por más de tres décadas Colosio ha estado a la vanguardia del debate en el PRI. Algo debe decir eso sobre la visión, temperamento y liderazgo del hombre de Magdalena de Quino.

Colosio fue un hombre de acuerdos y de reglas, aunque muchas de ellas buscó reformarlas, pero sin comprometer su observancia; fue candidato del PRI a la presidencia de la República ajustándose a las reglas entonces establecidas; a pesar de ello su actitud no tuvo correspondencia desde el poder, pues con él se rompieron las prácticas que ordenaban el proceso sucesorio convirtiéndole en víctima de condiciones que él no generó. El debate profundo del PRI de cómo organizar su vida interna de forma plena está desde entonces pendiente. Colosio no faltó, fue leal hasta el último momento, pero no hubo reciprocidad, con él se cometieron deslealtades.