Hace unos días, tras la participación de Xóchitl Gálvez en el debate presidencial, me fue imposible no sentir un poco de compasión tras observar el episodio cargado de nerviosismo, falta de preparación y frustración que las cámaras de la mal lograda producción del INE captaban en cada corte. Parecían perversos aquellos liderazgos partidistas que, con tal de evitar una disputa entre el PRI y el PAN que obligara a la ruptura por las aspiraciones de Alejandro Alito Moreno y algunos panistas, como Margarita Zavala, pudieran provocar. En cambio, pensé con algo de lástima, habrían lanzado al ruedo de los retos más altos en la vida pública nacional a una política inexperta en la gobernanza a magnitud de Estado, así como en la seriedad que lio implica.

Mary Beard explica en su libro “Mujeres y poder” que la política para las mujeres ha implicado la masculinización de las mujeres debido a que los pueblos y comunidades, acostumbradas a la gobernanza de los hombres, asumen las características masculinas como elementos de estabilidad, confianza, tranquilidad y poder. Es decir que el comportamiento ecuánime, los cuerpos sólidos sin saltitos de alegría, las expresiones en rostros sin sonrisa y las voces gruesas son asociadas con la preferencia electoral.

La postulación de Claudia Sheinbaum, sorpresivamente, ha revelado que cuando se trata de candidatas mujeres, los pueblos exigen de ellas casi las mismas características que exigen en una madre o una pareja: suavidad, estética, empatía, sensibilidad, calidez. Probablemente por eso, después de que el perfil de Sheinbaum sea naturalmente ejecutivo y esforzado en la seriedad como científica con doctorado que no ha tenido oportunidad de ser vanidosa, superficial o vacilar a largo de su vida, fue que los asesores de Gálvez acuñaron la frase de “mujer de hielo” para tratar de golpearla en que sus características se alejan de lo que se espera de la feminidad para una mujer.

Toda compasión y lástima se agotó después de escuchar a la verdadera Xóchitl Gálvez, que además de ser cobarde de frente y valiente de espaldas, resultó terriblemente clasista e ignorante de la realidad en la carencia para el acceso a la vivienda que enfrentamos en la actualidad.

Y es que lejos de lograr conectar en empatía durante un mitin en una de las zonas con más alta plusvalía, como Bosque Real en el Estado de México, Xóchitl emitió lamentables declaraciones durante un mitin y activó un mecanismo de rechazo: 7 de cada 10 personas de la tercera edad, rentan un hogar. En el mismo Bosque Real, al menos un 60 por ciento de personas logra vivir ahí a través de un contrato de renta.

Aquellos a los que llama “clases medias” y los denominados “aspiracionistas” viven en los inmuebles de los que son propietarios aquellos a cuya vida aspiran, a través de un contrato de renta. La contradicción absurda rebasa la ignorancia: Xóchitl Gálvez no le habla a las masas, tal vez, se habla a sí misma o cobardemente, a sus adversarios, ante los que calla de frente, pero en el fondo de “la empresaria” que ha logrado sus casas con “esfuerzo” (bien puede llamársele corrupción a los millonarios descuentos con los que pudo construir y comprar el terreno donde habitó sin pagar permisos ni impuestos) se encuentra la mujer que se jacta de su privilegio alegando que aquellos que “quienes no lo han logrado, son weyes”. No se refería únicamente a Claudia Sheinbaum.

Durante mi paso como abogada en varias comidas de negocios, ha sido habitual escuchar de aquellos clientes clasistas que “uno no es responsable del lugar en el que nace, pero sí lo es del lugar en el que muere”, haciendo hincapié en los esfuerzos propios para acumular propiedades, esfuerzos que, en muchas ocasiones, son de legalidad cuestionable.

Actualmente, vivo en una casa rentada. La titular del contrato es mi madre de 62 años. Su dinero fue invertido en mi educación, pues consideró que aquello es lo más valioso. Tras años de cuantiosas colegiaturas, vivimos juntas rentando, en parte, por la precariedad de los empleos para la juventud y la poca cobertura de seguridad social. ¿Quisiera ver su cara al escuchar que, tras años de trabajo, quien no tiene una casa a los 60 es por estúpido? Xóchitl ignora la feminización de la pobreza, la crianza en solitario y la sustentabilidad en un hogar en total autonomía.

La compasión no tiene lugar. Xóchitl Gálvez es la típica aspirante a gobernante clasista, ungida en privilegios y corrupción, que mal mira a las otras familias por no haber sido iguales que ella. Así ha criado a su familia, así piensa ella y un gobierno en el que ponga la mano beneficiara a aquellos que ella considera “dignos”: empresarios, contratistas, señores adinerados que no tuvieron que rentar. Peor que el “Síndrome del nuevo rico” que está en contra de la movilidad social, lo que ella representa es la ignorancia, vulgaridad, insolencia y desconocimiento de las clases medias a las que supuestamente, apela. ¿Por qué sería distinta Claudia que cientos de personas trabajadoras que tampoco han logrado un hogar?

La acotada visión de Xóchitl Gálvez nos permite entender cómo piensan los corruptos beneficiarios del cártel inmobiliario, aquellos que no han tenido que trabajar o pedir crédito de vivienda para hacerse de un inmueble. Una firma les representó un departamento y tras gobernar una alcaldía, hubo casas y depas hasta para la familia.

Una patada en la espalda a millones de jóvenes que, ahora, con la precarización del empleo, el auge del “freelance” y otros esquemas sin seguridad social, nos hemos quedado lejos de la posibilidad de adquirir un inmueble. Algunos analistas apuestan a que los ofendidos por las imprudentes declaraciones de Xóchitl Gálvez en ese humor clasista que tan solo ella y sus hijos entienden serían tan solo los adultos mayores de 60 años. Yo le digo que ha ofendido a más de los 5.8 millones de personas adultas mayores que rentan más los 17 millones de jóvenes sin poder adquirir vivienda propia.

A los jóvenes que son “roomies”, a los que pudieron rentar un “depa” completo, a quienes no se hallan con una hipoteca. No hay compasión para quien, deliberadamente y cobijada por el privilegio, difunde discriminación ante la violencia económica estructural. Ojalá lea “Un país sin techo” de Carla Escoffié, tal vez, así logre enterarse que el que renta no es pobre porque quiere ni siquiera cuando se le haga “wey” su adversaria presidencial. Ojalá que, por sensatez, le quepan tres pesos de nivel en el debate o de vergüenza. Es imposible imaginarse a alguien de tremenda ignorancia gobernando a este país: la simple postulación de su candidatura por parte de la oposición tendría que hacernos sentir ofendidas y ofendidos.