El presidente Donald Trump ha sabido jugar muy bien con la crisis de Gaza. Derivado del plan propuesto por Marco Rubio (inspirado en gran medida en el trabajo realizado previamente por Antony Blinken y Joe Biden), Hamás y el Estado de Israel acordaron firmar un cese al fuego disfrazado de paz.

Trump, cuyo único objetivo es alimentar su ego y saciar su sed narcisista, lo hizo con el único objetivo de ser galardonado con el Premio Nobel de la Paz. Según ha trascendido en medios internacionales, el presidente habría llamado a Oslo para ejercer presión sobre los integrantes del comité para que él fuese distinguido con la presea. No ha funcionado la estrategia.

Sin embargo, Trump ha sido ensalzado en el mundo como el gran artífice de la paz. Los diarios internacionales han señalado el hecho de que la resolución temporal del conflicto en Medio Oriente no habría tenido lugar si el republicano no hubiese intervenido. En aras de la verdad, no se equivocan. Derivado del cabildeo del gobierno y los grupos de presión catarís sobre el presidente, como consecuencia del bombardeo israelí sobre su país, el mandatario estadounidense fue capaz de someter a Benjamin Netanhayu.

De igual manera las maniobras conducidas por Trump y Rubio desde Washington consiguieron que los países árabes vecinos de Israel repudiasen públicamente a Hamás y se pronunciaran a favor del plan de paz. Como resultado, Netanhayu y los terroristas acordaron sentarse en la mesa de negociaciones.

Si bien, como he señalado, ha sido un éxito incontestable de Trump, la erosión democrática sigue su curso en Estados Unidos. El presidente ha continuado desafiando los límites legales de sus competencias ejecutivas frente a las decisiones de los jueces y la federalización de la Guardia Nacional en distintos estados del país.

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Mientras algunos señalan que el presidente de Estados Unidos sí cuenta con las competencias para hacerlo, destacados juristas han apuntado hacia el abuso, pues la delincuencia en ciudades como Chicago o Los Ángeles no representa una emergencia nacional, y por tanto, las decisiones del presidente contravendrían la letra constitucional y las leyes; amén de que la autoridades estatales y locales en ningún momento han solicitado el apoyo de Washington.

En suma, Donald Trump ha devenido en un personaje aun más controversial. Al tiempo que los israelíes y los medios internacionales le vitorean como un héroe, el Estado de derecho retrocede en la democracia moderna más antigua del mundo.