Claudia Sheinbaum ha puesto de moda a México. Los textiles y bordados de las mujeres que tejen cultura, y décadas de olvido, entre hilos finos, son por primera vez en la historia reconocidos como lo que siempre fueron: prendas elegantes, de altísima calidad que la colocan en la lista mundial de las personas más elegantes.

Como los bordados típicos de los linajes femeninos, Tonantzin fue la madre morena de los mexicas, la que portaba en su vientre a Huitzilopochtli, el hijo guerrero, y la que fue borrada en uno de los actos genocidas de conquista espiritual más aberrantes de la historia, cuando España impuso el catecismo y se dedicó a asesinar a quien creyera en algo distinto. En su lugar apareció Guadalupe que, sin tener culpa de lo que los mundanos españoles hicieron para su llegada, fue honrada en los mismos sitios donde Tonantzin tenía sus altares. Así nació la Virgen de Guadalupe, con nombre español.

El cambio es cicatriz de la historia vivida y emblema del mestizaje, pero guarda algo aún más profundo: el recuerdo de que las tierras mexicanas fueron matriarcales, adoradoras de múltiples deidades —principalmente femeninas— y que Tonantzin fue la máxima entre ellas, junto a figuras como Coatlicue. Recordar que el pueblo mexicano, en sus raíces, honraba la maternidad y reconocía a la tierra como una madre suprema habla de la profunda noción de interconexión que se tenía con los ánimas de la naturaleza, consideradas almas vitales mayores. Era algo mucho más sofisticado que el cuidado del medio ambiente por fines utilitaristas, más hondo que la simple dependencia de esa vitalidad para vivir o lucrar.

Tonantzin es una figura mexicana que durante décadas estuvo oculta y borrada de los códices. Sin embargo, ha sobrevivido y representado tanto que, al día de hoy, se mantiene viva. Cientos de notas periodísticas cuentan su historia y reconocen que México es más guadalupano que católico. Ella encabeza el relato de por qué celebramos lo que celebramos. Su lugar dejó de ser el silencio y lo oculto.

Hoy sabemos que, al venerar a la Virgen de Guadalupe, adoramos a Tonantzin. Que en el ideario colectivo mexicano existe una raíz profundamente mística, y que esa raíz encuentra incluso comprobación científica. Nombrar a Tonantzin y repasar la conquista espiritual —tan profundamente cruel con los pueblos indígenas que habitaban esta tierra— implica reconocer la herida y honrar la cicatriz.

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Sabemos que sus nombres, sus telares, su energía femenina y todo lo que conforma nuestras raíces también en femenino son ahora tendencia, conectadas con la presencia de una mujer presidenta; y que incluso esto trasciende al orgullo de ser mujeres en una tierra de mujeres.

Por eso duele más —por eso es una vergüenza y una ofensa sacra— que en este país se mate, desaparezca y torture a las mismas mujeres que guardan en su vientre el poder de Tonantzin-Guadalupe. Las mujeres mexicanas, sagradas, en su etapa de maternidad viven el doble y triple de violencias: exclusión, discriminación, violencia económica, violencia vicaria, feminicidio, desaparición forzada. Si existe esa potencia espiritual en la que se cree, el castigo igualmente espiritual se vuelve apenas un consuelo en un país herido por la impunidad.

Las madres buscadoras recorren tierras acompañadas de la Virgen y le suplican, con todas sus fuerzas, que les devuelva lo que la maldad les arrebató. Las madres víctimas de violencia vicaria piden a la Virgen —ella, que conoce el dolor de perder a un hijo— que les permita volver a encontrarse con los suyos.

El desgarro de la paradoja —la contradicción entre un emblema tan potente como Tonantzin-Guadalupe y la realidad que viven las mujeres en México— arde hondo. Aquí, donde se hilvanan dolores, tragedias y penas, las mujeres continúan tejiendo miles de historias maltratadas que, sin embargo, terminan por convertirse en mantos de estrellas.

Quizá, algún día, cuando volvamos a mirar a Tonantzin sin miedo y sin olvido, entendamos que su enseñanza nunca fue un dogma, que su propagación oral fue acto de resistencia insistiendo en que la vida se sostiene en manos de mujer. Y entonces, en ese país capaz de honrar por fin a su madre más antigua, ninguna hija volverá a desaparecer en el silencio. Sólo entonces, la luz que brota de los mantos de estrellas será también la luz de la justicia.