La reportera Reyna Haydee Ramírez Hernández protagonizó el martes pasado, como lo ha hecho en otros momentos, un intercambio con la presidenta Claudia Sheinbaum en la mañanera.
La jefa del Estado mexicano, con ese trato cordial que siempre ha prodigado a los asistentes en la mañanera, le concedió la palabra a Reyna con la idea -supongo- de contar con los elementos discursivos para responder asertivamente a cualquier interrogante que pudiese ser planteada. Sin embargo, resultó más complejo de lo esperado.
Reyna hizo mención a uno de los personajes más oscuros del obradorismo: Manuel Bartlett. Es de conocimiento general que este expriista fue responsable de la caída del sistema en 1988, cuando la Secretaría de Gobernación a su cargo, en aquel día, empezó a recibir los primeros resultados de los comicios.
Bartlett, jugando con un lápiz (recupero la narración de Clío de Krauze), intentó explicar cómo se había suscitado un problema técnico en las oficinas de la Comisión Electoral y, cómo una vez que se había reestablecido el sistema, Carlos Salinas llevaba la delantera sobre Cuauhtémoc Cárdenas.
El cantado fraude de 1988 fue durante años una de las banderas del otrora PRD y de toda la izquierda mexicana; incluidos, desde luego, AMLO y la propia Sheinbaum.
Los escándalos de Bartlett no se limitan a los hechos de 1988. Según se ha reportado, este político es propietario de 25 viviendas con un valor que asciende a los 800 millones de pesos, de acuerdo con información de Mexicanos Unidos contra la Corrupción y la Inmunidad. De igual manera, ha sido señalado por operar empresas bajo “el cobijo del poder”.
A pesar de sus paupérrimas credenciales morales, la amistad personal de AMLO y Bartlett hizo posible que se olvidasen sus fechorías, que fuera considerado como un “patriota” y que hoy sea un miembro conspicuo de la clase política morenista.
Sheinbaum, en un titubeo frente a la pregunta sobre qué pasaría si Bartlett no fuera miemrbo de Morena, y ante los señalamientos de Reyna, dio una respuesta vaga, vacía y políticamente equivocada; señalando desesperadamente, en su claro deseo de escapar lo más pronto del cuestionamiento de la periodista, a Agustín de Iturbide y Porfirio Díaz. Mala jugada.
La pregunta de Reyna se mantiene y merecería respuesta… ¿Qué pasaría si el traidor de 1988 no fuese miembro de Morena? ¿Sería denostado como Felipe Calderón y otros enemigos de la 4T o conservaría su estatus de “patriota”? Se vale soñar, o como expresó la propia presidenta en otro tenso momento sostenido con la reportera: sueña, querida Reyna.