“No hay peor ciego que el que no quiere ver al imperio cuando afila los colmillos.”
Adaptación libre del refranero político
“They’re building firewalls to keep us out / We’re building bridges that burn when turned about.”
“The Times They Are A-Changin’” de Bob Dylan (adaptada)
Washington ha encendido más de una alerta roja al unísono y México sigue echado en la hamaca. Aranceles, revisión del T‑MEC (USMCA), sanciones en ciernes, rutas aéreas canceladas, y advertencias directas sobre inversión y Estado de derecho. Mientras tanto, el gobierno mexicano (SRE y Economía) repite como mantra: “la relación con Estados Unidos va viento en popa”. Pues no: ese viento viene del norte y huele a ruptura.
¿Los hechos? Vamos por partes.
Se han documentado consultas formales de Estados Unidos a México por políticas energéticas que—según Washington—discriminan a inversionistas estadounidenses, lo que vulnera obligaciones del T-MEC.
El United States Department of State afirma claramente que México es un destino que genera dudas para la inversión extranjera debido a “incertidumbre jurídica, corrupción y políticas que pueden cambiar el juego de un día para otro”.
Los números económicos avalan que algo está mal: la deuda externa de México asciende a cerca de 596 mil millones de dólares en 2023; representa aproximadamente 33% del PIB en ese año, una tasa que ha bajado desde cerca de 40% hace unos años, pero que no relaja los nervios de los mercados.
Y aunque no pude encontrar un dato confiable que diga que “solo el 12% de la deuda mexicana esté en manos internacionales”, sí está comprobado que la participación de inversionistas extranjeros en valores gubernamentales se ha reducido: datos del Banco de México muestran que los valores en manos de no residentes han bajado, lo que indica menor apetito externo.
Desde el mundo empresarial estadounidense el mensaje es cristalino: Fundación para la Tecnología de la Información y la Innovación ha pedido al gobierno de EU que revise el T-MEC, vigile a México de cerca y exija cumplimiento en patentes y propiedad intelectual.
Empresas automotrices como General Motors, Tesla, Toyota y Ford Motor Company quieren que el tratado continúe, sí, pero exigen que México respete las reglas del juego. No es que se opongan al T-MEC, se oponen al caos.
México, por su parte, continúa aprobando reformas que espantan capitales, destruyen la confianza y alimentan el pretexto perfecto para que Washington actúe.
En el frente de la seguridad, la tensión es aún más grave. La presidenta Claudia Sheinbaum descartó hace poco que EU vaya a “intervenir” militarmente contra cárteles en México, como si eso fuera un chisme de taberna. Pero el exembajador Christopher Landau —hoy subsecretario del Departamento de Estado— afirmó que EU está dispuesto a “profundizar la cooperación en seguridad”, lo que en la jerga diplomática significa inteligencia, operativos conjuntos, presencia de agentes y —si se agrava— quizá apoyo militar encubierto. Cuando Washington dice “profundizar”, lo dice con las botas puestas en la puerta.
El problema no es si Estados Unidos puede intervenir —claro que puede—, el problema es si en Palacio Nacional habrá alguien capaz de ver la magnitud del riesgo antes de que sea demasiado tarde. Porque la historia lo dice: cuando un imperio decide que su vecino ya no coopera, no manda cartas diplomáticas, manda fuerza letal.
El gobierno mexicano parece jugar al avestruz: niega tensiones, celebra remesas que llevan seis meses a la baja y evade asumir que la relación está literalmente bajo estrés severo. México se ha convertido en la piñata electoral perfecta: a Donald Trump le basta desempolvar la narrativa del “narcoestado” y la “frontera insegura” para justificar nuevas medidas duras, y lo hará, sobre todo después de que los republicanos perdieran en Nueva York y Virginia, lo que le dará gasolina para endurecer el discurso.
La próxima temporada electoral en EU pinta sangrienta para México.
Petróleos Mexicanos sigue acumulando reclamos de compañías estadounidenses por incumplimientos en materia de energía que violan el T-MEC.
Giro de la Perinola
Las señales están ahí: reculazo de inversión, fuga de bonos, menor apetito extranjero, presiones comerciales y militares cruzadas. Y mientras allá afilan las garras, aquí seguimos repartiendo culpas.
“Relación sólida”, repiten. Claro: tan sólida como un helado al mediodía en el desierto.



