“Nunca es tan terca la obstinada, como cuando mantiene una creencia equivocada.”
SAMUEL BUTLER
Lo diré sin rodeos y en primera persona. Presidenta Sheinbaum: se equivoca usted rotundamente. No solo un poco; se equivoca de raíz. Yo no quiero que “su movimiento fracase”, como usted repite en cada discurso con tono de mártir incomprendida. Al contrario: preferiría mil veces que a México le fuera muy bien, que la llamada Cuarta Transformación me callara la boca y me dejara sin material para escribir. Créame, nada me gustaría más que tener que tragarme mis críticas porque el país florece, la corrupción retrocede, la democracia se fortalece y la economía despega. Pero sucede exactamente lo opuesto.
El fracaso no lo provoca la oposición —desde México o denunciando desde Estados Unidos—, ni la prensa crítica ni la sociedad civil. El fracaso lo producen ustedes mismos, a velocidad récord y con una obstinación digna de mejor causa.
La corrupción es la herencia que la 4t sí cuida. Nos prometieron su fin, pero lo que tenemos es un catálogo grotesco de escándalos. Al leer los diarios hay de sobra todos los días de donde escoger. El caso más reciente es el de Andy López Beltrán, hijo del expresidente, con amparos tramitados a su nombre —y supuestamente sin su conocimiento— que lo “protegen” de investigaciones judiciales. ¿Qué despacho celestial intercede en los tribunales para blindar a los hijos del poder? La respuesta de su gobierno fue la de siempre: teorías de conspiración, campañas de desprestigio, calumnias.
Y eso, solo es lo último en la lista. Antes vinieron la Casa Gris de Houston, los contratos asignados a familiares, las irregularidades en Segalmex que suman miles de millones, el eterno goteo de escándalos inmobiliarios en la Ciudad de México, etcétera. La 4T no acabó con la corrupción: la refinó, la institucionalizó y la blindó con propaganda.
¿Y qué decir de la transparencia y la rendición de cuentas? Espejismos. Prometieron un gobierno abierto, pero lo que tenemos es opacidad rampante. Cierre del INAI, obstaculización de solicitudes de información, contratos reservados por décadas. Todo bajo el argumento de que lo hacían “por seguridad nacional”. La seguridad de los morenistas, claro está, no la del país. El ciudadano cada vez sabe menos sobre cómo se usan sus impuestos y, sin embargo, la prensa crítica cada vez encuentra más y más desvíos. El partido, mientras tanto, protege a los suyos de forma más descarada y a costa del dinero del pueblo.
La economía es la ficción de exprimir los datos a modo. Nos dicen que estamos mejor que nunca, pero la realidad es tozuda. La inflación golpea con fuerza, los empleos que se generan son precarios, la inversión extranjera huye frente a decisiones erráticas como el caprichoso aeropuerto o la militarización de aduanas. La economía nacional parece diseñada para sobrevivir con propaganda, no con productividad. Pero en Palacio Nacional, y ahora también en el Palacio del Ayuntamiento, se aplaude cualquier cifra conveniente y se niega la realidad.
¿Respeto a las minorías, signo fundamental de las democracias? Allí, el doble discurso. Mientras se visten de morado en el Grito, las mujeres siguen siendo asesinadas y tenemos cifras récord de feminicidios. Mientras hablan de inclusión, las comunidades indígenas siguen marginadas, usadas solo como escenografía política. Mientras proclaman derechos humanos, los migrantes son criminalizados y abandonados a su suerte. La 4T habla de justicia social, pero practica el desprecio selectivo: solo cuentan los que votan por ellos.
Y por cuanto a la institucionalidad, con este régimen tenemos el desmantelamiento metódico. El gobierno que se presume democrático se ha dedicado a debilitar sistemáticamente a los árbitros, jueces e instituciones que deberían limitar su poder. El INE fue blanco de embestidas; al Poder Judicial lo han convertirlo en un brazo obediente; la Fiscalía se usa como garrote político. Las instituciones no son para todos: son para el partido. Y cuando alguna resiste, se le acusa de traidora, fifí o corrupta.
Y lo más grave: tenemos un narcogobierno. Esa sombra que, por más que hacen, en Regeneración Nacional no pueden borrar. La violencia se recrudece donde dicen gobernar. Sinaloa, Zacatecas, Michoacán, Guerrero, Tamaulipas: estados donde el crimen organizado marca la agenda política y social. Y la respuesta oficial sigue siendo negar, minimizar o acusar campañas en su contra. La frontera entre Estado y crimen organizado se vuelve cada día más difusa; y el silencio, cómplice del gobierno, solo confirma la sospecha de un pacto.
Por eso el papel de víctima desde Palacio Nacional. Este siempre ha sido el refugio del poder obradorista. Y usted, presidenta, lo ha asumido con entusiasmo. Que si “nos critican y calumnian”, que si “quieren que nuestro movimiento fracase”, que si “nos atacan porque les quitamos privilegios”. El mismo libreto de siempre, heredado de su antecesor: la narrativa del complot. Lo cómodo de esa postura es que evita rendir cuentas. Lo grave es que refleja un gobierno sin rumbo, cuya única estrategia es señalar enemigos imaginarios. Porque por un lado hablan de que son presas de ardides de los críticos y, por otro, dicen que esa prensa “es poquita cosa, es chiquita, es nada”. Las dos cosas no se pueden a la vez. Decídase usted.
La verdad es otra. Aquí la tiene: Morena no necesita que NADIE lo empuje para caer. Se hunde solo, por su propio peso, por sus contradicciones, por su nepotismo, por su pacto con la impunidad, por su incapacidad de gobernar más allá de la propaganda.
Se equivoca usted rotundamente, presidenta. No quiero que fracase México. Quiero que fracase la mentira, en la que su movimiento va muy adelantado. Porque la mentira, por más discursos que pronuncien, por más aplausos que arranquen, por más culpables que inventen, por más popularidad reflejada en las encuestas, terminará cayendo por su propio peso. Y cuando eso ocurra, no será culpa de la oposición, ni de la prensa crítica, ni de quienes alzamos la voz. Será responsabilidad exclusiva de ustedes.
Este será el epitafio político de la 4T:
“Se hundieron solos. Y todavía tuvieron el descaro de culpar a los demás”.