Sin duda que cada partido debe hacer su mejor y más acucioso ejercicio sobre el mensaje contenido en los resultados electorales de 2021, pues ellos actualizan la posición y voluntad política de la ciudadanía en la expresión más contundente y definitiva que puede haber, como son las votaciones.

Ciertamente, los debates previos respecto de las tendencias y preferencias ciudadanas construyeron pistas que cada uno leyó e interpretó y que, como regularmente ocurre, fueron el escenario de la famosa guerra de las encuestas; pero la sentencia definitiva e inapelable se encuentra en las urnas.El caso del PRI es peculiar, así lo indica su antecedente inmediato de haber sido el principal partido derrotado en 2018, pues se encontraba en el poder lo que, se supone, le otorgaba condiciones propicias para retener el gobierno. A partir de esa posición había logrado impulsar su programa y las políticas públicas que de ahí se desprendían, en un contexto favorable por haber tenido mayoría en el Congreso federal y de contar en sus filas con el número más alto de gobiernos en las entidades federativas; ello, sin dejar de mencionar que había comenzado con un importante impulso para llevar a cabo sus proyectos estratégicos a partir de la suscripción del “Pacto por México”.

Los visos más evidentes de la declinación del PRI se tuvieron en las elecciones intermedias de 2015, donde perdió varias gubernaturas que se suponía debería haber ganado, como fueron los casos de Querétaro, Nuevo León y Michoacán, al tiempo que se redujo su presencia en la Cámara de Diputados, a pesar de mantenerse como la primera fuerza política.

El escenario para 2018 perfiló una situación de alternancia en el poder, en un contexto de consolidación creciente del partido que arribaría al gobierno y de deterioro del que era desplazado de esa posición; este último vivió procesos de renovación de su dirigencia y de postulación de su candidato presidencial en condiciones peculiares o polémicas, vale recordar tres aspectos relevantes: En primer lugar, el modelo empleado para impulsar la candidatura al gobierno pronto se desplazó de un perfil de militante del PRI a otro independiente o externo, con un claro extrañamiento de la propia militancia, debido a no estar precedida de un debate que generara el consenso necesario; en segundo lugar y en paralelo, se realizó una renovación de la dirigencia a favor de un perfil que se alejaba de la trayectoria necesaria de participación e identificación con las luchas partidistas y, en tercer y último lugar, la decisión para postular a un candidato externo pasó por una reforma estatutaria hecha al filo de navaja en la XXII Asamblea Nacional del PRI.

Desde un principio la postulación del candidato presidencial del PRI que, ciertamente contaba con una trayectoria de servicio público incuestionable, con buena imagen y solides, enfrentó, además, la operación de su campaña con una organización partidaria profundamente deteriorada, con dirigencias vencidas en los estados, con una estructura sectorial desgastada y con consejos políticos caducos, además con la erosión que había dejado la pugna interna por ganar la candidatura presidencial; así lo reportó el diagnóstico que se hizo sobre la derrota del PRI en el 2018.

En tales condiciones, los resultados de esos comicios se correspondieron con los graves problemas que se tenían, de modo que el PRI alcanzó casi una quinta parte de la representación que había conquistado en la legislatura anterior en la Cámara de Diputados. La derrota que experimentó fue brutal, pues no sólo fue desplazado del gobierno, sino cayó al tercer lugar como fuerza política en dicha Cámara. Ningún partido había experimentado una derrota de tales dimensiones, estando en el gobierno, desde la etapa iniciada en el año 2000 con las alternancias políticas.

Así, las elecciones de 2021 el PRI las enfrentó desde un lugar remoto como oposición, con la mengua de recursos que ello implicó -sin mencionar el pago de multas importantes de etapas anteriores-, y con un gobierno que desplegó un importante protagonismo en la etapa de las campañas y que desoyó resoluciones del órgano electoral para limitar su participación. Las condiciones fueron sumamente adversas, pero recuperó significativamente presencia en la Cámara de Diputados; con la coalición que integró con el PAN y el PRD, habrá de representar ahora una fuerza opositora que rivalizará en términos efectivos con el partido en el gobierno. No es poca cosa a la luz de la situación que el PRI heredó de 2018.

Cierto, las derrotas en los gobiernos de los estados son el otro rostro –y el menos agraciado– de los resultados que alcanzó el PRI, pero habrá que ver el análisis puntual de tales votaciones a partir del comportamiento diferenciado del voto y de la forma cómo el electorado calificó los comicios locales, las campañas, los gobiernos, los candidatos. Por lo pronto, en lo que respecta a las elecciones federales, el PRI se levantó de los escombros en los que quedó inmerso en 2018.