La música clásica mexicana (o académica, si prefieren), incluyendo la ópera, tiene origen europeo. Esto es natural tanto por un proceso histórico de imposición violenta como de asimilación; el término de moda, “apropiación”, no me parece afortunado, prefiero asimilación a la que sigue la recreación y la creación.
Ha sido un largo proceso desde los inicios del virreinato y la música eclesiástica. La música del siglo XIX del país ya en independencia todavía está bajo la influencia europea. Por ejemplo, la ópera compuesta en México en ese tiempo toda es prácticamente “italiana” en temática, estructura y ejercicio musical, lengua y espíritu. Con el porfiriato se da un fenómeno de nacionalismo en el arte en general, pero en la música aún no se rompe con los cánones europeos.
Durante la revolución ese nacionalismo porfirista se transforma en cierto nacionalismo indigenista, como se ve en el catálogo de títulos en la música y en la ópera de la década del diez al veinte.
Manuel M. Ponce, Intermezzo, con Lang Lang en un programa de la TV irlandesa:
Al término de la revolución, el nacionalismo se vuelve propiamente revolucionario, pero no por ideología o no sólo por ello, sino que por primera vez los compositores rompen con el pasado musical y logran ir más allá de la temática y escriben música con un lenguaje musical de vanguardia, pero tomando las raíces melódicas del país.
Un extraño fenómeno es que en la ópera no se dio esa ruptura sino hasta pasado el medio siglo XX. Pero en la música, la ruptura fue en cierta manera tersa si se piensa en Balada mexicana, estrenada por Manuel M. Ponce en 1910, que significó una manera de sintetizar y arreglar melodías populares en piezas orquestales, sinfónicas; y es por eso que muchos ven en Ponce al padre de la música mexicana moderna. Esa pieza se podría tomar como un modelo para esa música post-revolucionaria que ya es propiamente mexicana: Carlos Chávez, Silvestre Revueltas, José Pablo Moncayo, Eduardo Hernández Moncada, Candelario Huízar, Blas Galindo y quizá, aunque de una generación anterior pero que convive en el mismo tiempo, la música de José Rolón que tiene piezas de “inspiración” mexicana o mexicanista.
Carlos Chávez, Sinfonía india, con la Filarmónica de Nueva York, dirigida por Leonard Bernstein:
El primer gran rupturista es sin duda Carlos Chávez con el ballet El fuego nuevo (1921), la Sinfonía india (1935) y la ópera Pánfilo y Lauretta (1957; con dos versiones subsecuentes: El amor propiciado en 1959 y The Visitors, en 1999). A Silvestre Revueltas se le tiene por el genio de la música mexicana por la originalidad y complejidad de su obra. He hablado un poco de ellos en 2022 en “Carlos Chávez vs. Silvestre Revueltas; rivalidad y realidad”.
Sensemayá, Silvestre Revueltas, con la Orquesta Filarmónica de Nueva York, dirigida por Leonard Bernstein:
Y a Moncayo y Galindo (incluso Alfonso de Elías, un neoromántico), se les tiene por extraordinarios orquestadores de la música popular mexicana (aunque La mulata de Córdoba, ópera de Moncayo, es anticipo importante a la ópera mexicana contemporánea). El Huapango y Sones de mariachi tienen en Balada mexicana, aunque con otro espíritu, un modelo o un antecedente, al menos. Un seguidor actual de esa corriente inaugurada por Ponce es Arturo Márquez y su Danzón No. 2; y no se olvide que el propio Aaron Copland había caído en esa buena tentación con su Salón México, del que hablamos aquí el año pasado en “El Salón México, otra música para la celebración de la Independencia”.
Huapango, de José Pablo Moncayo, con la Orquesta Simón Bolívar dirigida por Gustavo Dudamel:
México celebra su independencia de tal manera patriótica que puede incluso llegar a ser patriotera; lo hace de forma destacada y aun eufórica con “el grito”, la música, la comida, la bebida, las reuniones, la fiesta. A veces, se alcanza a celebrar con algo de música clásica mexicana, en particular con esa que viene de la ruptura posrevolucionaria y que en general coincide, como lo ha planteado el musicólogo Otto Mayer-Serra, con otros nacionalismos musicales del mundo en las primeras décadas del siglo XX: la unión de la vanguardia musical con las temáticas y problemáticas locales. Música clásica mexicana que ya es internacional, se toca en todos lados.
Por lo pronto, aquí van algunas piezas que pueden tenerse como alternativa al mariachi (aunque esté incorporado en Blas Galindo) o la banda, pues el catálogo musical mexicano es mucho más amplio que lo solo difundido tanto comercial como gubernamentalmente.
Sones de mariachi, de Blas Galindo, con la Orquesta Sinfónica Nacional, dirigida por Juan Carlos Lomónaco:
Y después del “grito”, pueden bailar con el Danzón No. 2, de Arturo Márquez; de nuevo, con Dudamel:

Héctor Palacio en X: @NietzscheAristo