Estimados lectores, entender el sindicalismo mexicano no es fácil; a diferencia de lo que ocurre en otros países, los sindicatos de nuestro país tienen particularidades muy específicas.

La más grande y que resalta sobre las demás es “el charrismo sindical” que tal parece llegó para quedarse. Al igual que en otros lugares del mundo, también en México la consolidación del sindicalismo fue resultado de la Revolución Industrial. Sin embargo, vale la pena mencionar algunos antecedentes históricos interesantes, que ustedes deben tener.

Transportémonos al Virreinato de la Nueva España, concretamente al año 1582; estamos a punto de presenciar el momento en que un grupo de trabajadores protesta por lo bajo de los salarios, y las consecuencias exigieron la intervención del poder eclesiástico. Y es que los operarios que trabajaban en la remodelación y mantenimiento de la Catedral hicieron lo que hoy llamaríamos “huelga”. Pararon labores y se encargaron de correr la voz de que pagaban muy poco, por lo que nadie más quiso concluir la obra. Con la intervención del Arzobispo lograron mejoras sustanciales en su pago.

Ya de manera oficial se tienen antecedentes de grupos de trabajadores que se afiliaron en organizaciones entre los años 1872 y 1874. En 1890 se fundaron la Orden Suprema de Empleados Ferrocarrileros Mexicanos, la Unión de Mecánicos Mexicanos, la Sociedad de Hermanos Caldereros Mexicanos, la Liga Mexicana de Empleados de Ferrocarril, como reseña José Manuel Lastra en El Sindicalismo en México.

Además, con la promulgación de la Constitución Política de 1917 surgen las grandes confederaciones y centrales obreras: la CROM (1918), de la mano de Venustiano Carranza, y en 1933 nace la CTM gracias a Vicente Lombardo y Fidel Velázquez, líderes lecheros que se salieron de la CROM.

Ya para 1947, en la CTM era forzoso afiliarse al PRI, y en las elecciones de 1950 los cetemistas votan por Fidel como Secretario Vitalicio y se mantendrá unido al PRI hasta el día de su muerte, en 1997.

Se convirtió en epítome de los líderes charros. Gracias a sus prácticas y ejemplos, muchos de los actuales sindicatos tienen en sus dirigencias líderes sempiternos; algunos llevan varias décadas al frente de sus gremios como Secretarios Generales.

El grave problema del sindicalismo mexicano radica en que sus engranajes desaseados y corruptos eclipsan la verdadera estructura y la finalidad primigenia del mismo. Los líderes han convertido a los sindicatos en su negocio personal y en muchos casos los afiliados son incapaces de cuestionar a sus líderes, a veces por miedo, otras más por desconocimiento.

Como sindicalista de hueso colorado que soy, veo que en la reciente elección del Sindicato Petrolero, a la 4T se le acaba de ir una oportunidad, de esas que se pintan calvas, y la ha dejado escapar como líquido entre los dedos. Pudo haber dejado en el proyecto de nación los cimientos firmes de una verdadera democratización de los sindicatos y no una burda simulación como la que acabamos de ver.

Para mucha gente, sobre todo si no están agremiados a un sindicato, puede parecerles difícil comprender todas las triquiñuelas que los líderes pueden ejercer para obtener uno u otro resultado en las votaciones.

Yo, como agremiada a la Asociación Sindical de Sobrecargos de Aviación de México (ASSA), lo he vivido en carne propia, tanto como sobrecargo y como candidata que fui hace dos años a la Secretaría de Prensa. Parecen sacados de una novela rusa, pero me mandaron mensajes como “no pude votar por ti porque me estaban vigilando y tuve que tomarle foto a mi voto, pero que espero que ganes, suerte”. No me apena reconocer que esa elección la perdí, y no fue casualidad que el Secretario General se llevara el carro completo en esas elecciones de 2020.

Fue apenas el año pasado que se instrumentaron dos medidas para garantizar la secrecía del voto: con un folio de boletas que fuera desprendible y una campaña en contra del “truco” de la foto del voto. El resultado fue completamente diferente, los sobrecargos tuvieron la libertad de votar sin coacciones y dejaron en claro que si el sindicato no manipula la elección, pueden ganar los candidatos no afines al Secretario General.

Pero ASSA es un sindicato de 4,500 agremiados. No se compara con el enorme número de afiliados al Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana (STPRM).

Ellos desde un inicio reclamaron por diferentes vías a la funcionaria Luisa Alcalde que hubiera aceptado la candidatura de Ricardo Aldana. La Secretaría de Trabajo y Previsión Social no hizo absolutamente nada, argumentando el respeto a la “autonomía de la sindical”. Entonces surge la pregunta ¿si el candidato es denunciado por corrupto, no hay nadie que ponga orden?, ¿tienen que ser los órganos internos del sindicato, a todas luces coludidos con la cúpula?, ¿no hay manera de defender a los trabajadores de líderes charros?

El desempeño que tuvo la STPS, a cargo de Luisa Alcalde, en las pasadas elecciones del sindicato de los trabajadores de PEMEX, deja al desnudo que la Reforma Laboral del 2019 está muy cerca de convertirse en letra muerta.

Si la autoridad laboral no va a tomar cartas en el asunto, a pesar de las múltiples denuncias documentadas por los mismos trabajadores, la supuesta democratización de los sindicatos no es más que una mera, pura, simple y llana simulación.

Grave es para el proyecto de la 4T que se aleje cada vez más de los trabajadores sindicalizados. Desde hace mucho tiempo vienen clamando por democracia sindical, y nos dijeron que ese iba a ser un eje rector de la reciente reforma legal.

Cierro con un dato cultural: el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) reporta que en el año 2010 sólo el 14.5% de los trabajadores estaban afiliados a una asociación sindical; para el 2020 se redujo al 12.4%. En Islandia el 92% de su fuerza laboral se encuentra agremiada a un sindicato; le siguen Suecia con un 66% y Bélgica con un 50%; Noruega muy cerquita con el 49%.

Sé que hay muchos factores que intervienen para lograr un estado de bienestar, pero uno de ellos es el que sus trabajadores estén agremiados a un sindicato, pero a uno democrático que vele por los intereses de sus trabajadores y no crea que es el negocio personal del líder en turno.

Le conviene a Luisa María Alcalde Luján ocupar el tiempo que le queda al sexenio de Andrés Manuel tomar cartas en el asunto y evitar que la deuda histórica con los trabajadores de este país se siga haciendo cada vez más insondable. De no hacerlo, cobrarán más fuerza todos los señalamientos que hoy, con dedo flamígero, apuntan al posible conflicto de intereses que genera que su padre sea el abogado y asesor de sindicatos Arturo Alcalde Justiniani.