“Gobernar es hacer creer.”

Jean Baudrillard

Durante el sexenio de Andrés Manuel López Obrador ocurrió algo inédito: la inauguración dejó de ser el final de una obra para convertirse en su razón de ser. Primero se cortaba el listón. Después —con suerte— se construía. Y si no, tampoco pasaba nada. La foto ya estaba tomada.

Ayer, la presidenta Claudia Sheinbaum realizó un viaje de prueba en el tren suburbano que conectaría a Lechería con el AIFA. No fue una inauguración. Fue, irónicamente, una prueba real. Algo que habría debido ocurrir antes del acto protocolario de diciembre de 2021, cuando López Obrador —acompañado por medio gabinete, incluida la entonces jefa de Gobierno de la CDMX— anunció con solemnidad un tren que, en los hechos, no existía como obra terminada ni operativa.

En aquel momento se habló de un tren en funcionamiento. Hoy, casi cuatro años después, seguimos hablando de pruebas. No se trató de un desliz comunicativo, sino de una práctica sistemática. Una redefinición perfecta de #LordMontajes, ya no como ataque mediático, sino como forma de gobierno.

La Cuarta Transformación no fracasó en sus proyectos de infraestructura por falta de recursos o de tiempo, sino porque redefinió el concepto de obra pública: dejó de ser algo que funciona para convertirse en algo que se anuncia… y en miles de millones de pesos cuyo uso jamás fue aclarado con transparencia ni rendición de cuentas.

Así, el AIFA no tenía que ser rentable; necesitaba ser simbólico. El Tren Maya no debía mover pasajeros; debía mover narrativa. Dos Bocas no estaba pensada para refinar petróleo, sino discursos. Mexicana no nació para volar; nació para recordar. Y el tren al AIFA no tenía que operar: tenía que ser inaugurado.

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Por eso no sorprende que años después sigamos hablando de pruebas, ajustes, fases, adecuaciones y nuevas fechas. El objetivo ya se había cumplido desde el inicio: la puesta en escena.

Claudia Sheinbaum tuvo razón cuando dijo, tiempo atrás, que el AIFA encarnaba la Cuarta Transformación. Lo que quizá no imaginó es que esa frase terminaría funcionando como diagnóstico: una obra costosa, ineficiente, permanentemente subsidiada y sostenida más por el relato que por la realidad.

Mientras tanto, el país paga el precio. No solo en dinero —que es mucho—, sino en tiempo, oportunidades perdidas y decisiones estratégicas canceladas. México llegará al Mundial con un aeropuerto parchado, otro subutilizado y una infraestructura improvisada, resultado de años dedicados más al aplauso que a la planeación.

Cuando el director del AICM admite que las obras actuales no son maquillaje, sino una intervención profunda tras años de abandono, no solo confirma que durante el obradorato no se invirtió donde se debía. Dice algo más grave: la simulación también desgasta lo que sí funcionaba.

Giro de la Perinola

Mexicana de Aviación pierde dinero todos los días.

El tren al AIFA sigue sin operar.

El AIFA sigue sin despegar.

Pero la inauguración… esa sí fue un éxito rotundo.

Porque en la Cuarta Transformación no se gobierna para que las cosas funcionen, sino para que parezcan funcionar.

Y en eso, hay que reconocerlo, han sido —¿fueron?, ¿serán?— extraordinariamente eficientes.