El rompimiento entre el PRI y el PAN no es ideológico, es de conveniencia (para el PAN). Y como todo divorcio por cálculo, lo que hay detrás no es dignidad, sino miedo.
Estuve en la política y aprendí más de lo que imaginé. También me decepcioné más de lo que pensé. Como diría José José, “ya lo pasado, pasado”, pero las lecciones quedan. Hoy escribo desde la distancia, no para ajustar cuentas, sino para intentar explicar por qué seguimos tropezando con las mismas piedras.
A Alejandro Moreno le duele la ruptura no porque haya perdido a un aliado, sino porque se quedó sin coartada. Desde el 2021, el PRI sobrevivió con el oxígeno de otros, disfrazando su declive. Ir solo rumbo a 2027 significa enfrentarse a la verdad: el PRI, por sí mismo, ya no alcanza.
La cúpula lo sabe. Por eso grita, por eso culpa al PAN, por eso va a intentar convencer a los priistas de que la “traición” vino de afuera. El verdadero sabotaje al PRI no viene de fuera; se gestó dentro, en quienes confundieron al partido con su patrimonio.
Si de algo sirven los datos, los ejemplos sobran. En Jalisco, durante las elecciones de 2024, la coalición PAN-PRI ganó 40 de 125 municipios. De esos, el PRI encabezó el triunfo en veinticinco. Pero cuando se revisan los números con lupa, la historia cambia: solo en 14 municipios el PRI ganó con su propia votación; en los otros 11, los votos del PAN fueron determinantes. En cambio, de los 15 municipios encabezados por panistas, apenas en dos los votos del PRI hicieron diferencia.
La lectura fue clara: el PRI ya no sostenía la alianza; la alianza sostenía al PRI.
Y un año después, en Veracruz 2025, la historia se repitió con un desenlace aún más crudo. Ahí, sin coalición con el PAN, el PRI se desplomó hasta el quinto lugar estatal, por debajo de Morena, Movimiento Ciudadano, el PAN y —sí, increíblemente— hasta del Partido del Trabajo. Un partido que gobernó el país durante más de siete décadas terminó relegado a la irrelevancia en una de las entidades donde alguna vez fue invencible.
Eso es lo que realmente le preocupa a la dirigencia. No la ruptura con el PAN, sino el espejo que les muestra su propio vaciamiento. Porque ya no hay estructura que alcance para disfrazar el desgaste, ni narrativa que oculte la distancia entre la cúpula y su base.
Las dirigencias avorazadas han confundido el control con la fortaleza. Se reparten lo poco que queda del partido como si todavía existieran votos que administrar, estructuras que mover o militantes que obedecer. Pero las cifras de Jalisco y Veracruz dejan claro que lo que mantiene vivo al PRI no son sus líderes, sino los restos de su historia; y que cada elección que pasa sin renovación interna, sin humildad, sin autocrítica, lo acerca más al borde del abismo.
El problema no es el rompimiento con el PAN. El problema es que el PRI se rompió por dentro hace mucho, y sus dirigentes siguen confundiendo el crujido de las ruinas con el rugido de sus tripas.
Lo pasado, pasado. Mientras el PAN intenta relanzarse y recuperar el orgullo del panista, el PRI, en cambio, sigue atrapado en el ego de su dirigente: culpando, gritando, simulando… y aplaudiéndose entre los restos de un partido que se le cae a pedazos.



