A veces me pregunto si tiene sentido leer tantas necedades en las columnas políticas. Es entonces que me digo a mí mismo: Pierdes el tiempo, Federico porque, dice un refrán, del asno no has de esperar sino coces, pedos y rebuznar.

Pero, carajo, como es realmente injusto que al burro se le considere paradigma de necedad o de ignorancia, habría que cambiar un poco el dicho anterior: de columnistas no has de esperar sino patadas, pedos y rebuznar.

Me preguntaba alguien cuántas de las decenas —hasta centenares— de columnas políticas que se publican a diario lee la presidenta Claudia Sheinbaum. No conozco la respuesta, pero pienso que deben ser muy pocas. Si no por otra cosa, porque la inmensa mayoría están excesivamente cargadas de ofensas contra ella y, por su falta de objetividad, no resultan útiles como críticas a su gobierno dignas de ser tomadas en cuenta, así que lo más probable es que ella decida no perder el tiempo ocupándose de tales escritos.

La presidenta debe conocer otro viejo refrán sobre columnistas —en realidad, sobre asnos, pero ya he explicado que no es justo lastimar más el prestigio de estos animales—: Ab asino lanam quaerere. En español, “empeño vano sería pedir lana al asno” o, expresado de otra forma, es absurdo esperar buena fe y análisis sensatos de periodistas que mienten e insultan para sentirse importantes o, de plano, para presionar buscando recuperar el dinero que antes de la 4T recibían de los gobiernos del PRI y del PAN.

Las peores columnas, por cierto, son las de quienes aplaudieron la perdida guerra contra el narco de Felipe Calderón —que es el origen de la violencia en nuestro país— y que ahora, con amarillismo, aseguran que México mata a sus jóvenes.

Las columnas más leídas de hoy

Qué feo artículo el de hoy de mi amigo Ciro Gómez Leyva. Aunque estoy seguro de que no lo hace por motivaciones comerciales como muchos de sus colegas, es un hecho que no hay en su escrito nada parecido al rigor intelectual para admitir que en el principio fue el fraude electoral; en efecto, el robo de la presidencia que su amigo Calderón intentó que la sociedad mexicana olvidara declarando una guerra al crimen organizado perdida desde el primer día porque puso al frente de las operaciones bélicas a un empleado del cártel de Sinaloa, Genaro García Luna, actualmente preso en Estados Unidos.

La fallida guerra de Calderón, como todas las guerras, generó el efecto bola de nieve: una serie de reacciones en cadena que llevaron a la brutal crisis de violencia que hoy, como bien sabemos, empieza a ceder gracias a la inteligente estrategia de seguridad pública diseñada por la presidenta Sheinbaum y ejecutada por Omar García Harfuch.

En una serie de Netflix tendrían sentido las dramatizaciones de Ciro Gómez Leyva, como la de “que quede registro de este recuerdo de la muerte, de este genocidio de muchachos”. Pero solo en una serie de TV semejante alarmismo sería aceptable. Fuera del mundo del espectáculo, tanto amarillismo espanta y daña. Perjudica, aunque casi seguramente no lo leerán en Palacio Nacional. El efecto socialmente negativo se produce porque el sensacionalismo alimenta a las oposiciones que, por pura perversidad, se acercan a las columnas políticas que más exageran lo que pasa en México.