Por primera vez en la historia moderna del país, la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) podría reconocer que el consumo de hongos alucinógenos es un derecho que no sólo tiene valor espiritual y cultural, sino también terapéutico y recreativo. En la sesión programada para el 13 de agosto, la Primera Sala discutirá un proyecto que podría abrir la puerta al uso legal de nueve variantes de hongos que contienen psilocibina, una sustancia ancestralmente usada por comunidades indígenas de México que tiene los mayores beneficios para la mente humana.

El proyecto, elaborado por el ministro Juan Luis González Alcántara Carrancá, propone amparar a un ciudadano que solicitó autorización para consumir estas sustancias, argumentando afinidad cultural y espiritual con los pueblos indígenas que han hecho del consumo ritual de hongos un vehículo de sanación y comunión con lo sagrado.

Dentro de las investigaciones , la psilocibina se ha experimentado junto con terapia psicológica para tratar síndrome de estrés postraumático y padecimientos emocionales. Esto implica más ciencia, menos estigma.

El ministro ponente sostiene que la prohibición absoluta carece de justificación constitucional: impide el libre desarrollo de la personalidad e inhibe prácticas de introspección legítima. Cita evidencia científica que respalda el potencial terapéutico y emocional de la psilocibina en el tratamiento de trastornos como la depresión resistente, estrés postraumático, adicciones y trastornos alimentarios.

Según estudios citados, las llamadas “malas experiencias” apenas alcanzan el 13% de los casos reportados, mientras que los beneficios se reflejan en empatía, introspección, reducción de la agresividad y expansión de la conciencia.

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El proyecto propone levantar la prohibición para especies como Psilocybe cubensis, Conocybe mexicana, Conocybe lactea, crispa, cyanopus, albipes, tenera, mairei y mazatecorum. Sin embargo, se plantea mantener la protección ambiental sobre Psilocybe mexicana y Conocybe siligineoides, debido a su estatus ecológico vulnerable pues hay especies en peligro de extinción.

A pesar de la prohibición, ya existe un mercado muy amplio qué ofrece “experiencias” gentrificadoras para extranjeros y curiosos, involucrando ceremonias prehispánicas con cacao así como pequeños productores qué ofrecen estos productos empaquetados o en esporas dentro de Huerto Roma Verde. Hay talleres para cultivarlos en casa, chocolates y micro dosis para atender distintos padecimientos pues los benditos hongos, encima, son profundamente poderosos para tratar colesterol en la sangre, bajo deseo sexual, ansiedad, etc.

Un debate más amplio: ¿quién tiene derecho a la espiritualidad?

Aunque el quejoso no forma parte de un pueblo originario en el sentido legal, sí manifestó afinidad con cosmovisiones indígenas y el deseo de ejercer prácticas introspectivas vinculadas a esa herencia. Para el ministro, el consumo personal no representa una amenaza para el orden público ni la salud colectiva, por lo que imponer una prohibición total resulta desproporcionado y lesiona derechos fundamentales.

Este debate no puede aislarse del contexto mexicano: los pueblos mazateco, zapoteco, purépecha, totonaca, chatino, mixe, matlatzinca, chinanteco y náhuatl han usado hongos psicoactivos como herramientas sagradas por siglos. El Estado, históricamente, ha criminalizado estas prácticas, sin comprender su dimensión espiritual ni su función comunitaria.

Creo que la prohibición a estas sustancias es profundamente colonialista, pues forma parte del proceso de evangelización que para arrancar nuestras religiones mientras se imponía el cristianismo, se encargó de combatir y satanizar el consumo de sustancias naturales como hongos famosos en Oaxaca por el cultivo de María Sabina, ayahuasca , hikuri así como otras sustancias naturales.

Hoy también son la amenaza al perverso sistema de drogas sintéticas que abarca el mercado... Los hongos de psilocibina son resistencia.

Si la Primera Sala aprueba este proyecto, México daría un paso histórico hacia el reconocimiento de derechos culturales y espirituales más amplios, abriendo el camino a políticas de drogas menos punitivas, más empáticas y basadas en evidencia.

De hecho, habría que cuestionar las razones por las que seguimos nombrando como “drogas” a lo que en realidad es MEDICINA PREHISPÁNICA Y NATURAL.

El debate está servido: ¿seguiremos castigando la introspección y la tradición, o seremos capaces de legalizar la sabiduría que brota de la tierra y de reivindicar nuestras auténticas claves de la herbolaria?