Marcelo Ebrard irrumpió en la agenda con una promesa “monumental”: la llegada de 4,800 millones de dólares de la empresa CloudHQ para instalar seis centros de datos hiperescalables en Querétaro, dedicados al almacenamiento masivo de información y al procesamiento que requiere la inteligencia artificial. La cifra, el impacto y la narrativa oficial son espectaculares: se trata en palabras del propio Ebrard de “la carretera y los puentes” de la nueva economía digital mexicana. Pero como economista no puedo evitar hacerme una pregunta central: ¿estamos ante el inicio de un cambio estructural para el país o frente a otro espejismo de inversiones que se anuncian con fanfarrias y terminan diluyéndose en la incertidumbre institucional y los límites de nuestro modelo económico?
El proyecto no es menor. Se habla de un megacampus de 52 hectáreas, con capacidad eléctrica de hasta 900 megavatios, que podría generar más de siete mil empleos en su fase de construcción y alrededor de novecientos permanentes, todos ellos de alta especialización. En teoría, este tipo de infraestructura no solo genera inversión y empleo directo, sino que detona encadenamientos productivos: proveedores de fibra óptica, empresas de construcción, desarrolladores de software, servicios logísticos y hasta universidades que deberán ajustar sus planes de estudio para formar al talento que demande esta nueva industria.
Desde la perspectiva de la teoría del crecimiento endógeno, la clave está en que la inversión genere conocimiento y capacidades internas que trasciendan el capital inicial, Paul Romer ya lo había advertido: el verdadero motor del desarrollo no son solo las fábricas o las materias primas, sino la capacidad de un país de producir, retener y expandir el conocimiento. Si estos centros logran arraigar capital humano mexicano en áreas como ciencia de datos, ciberseguridad o inteligencia artificial, estaremos dando un paso real hacia la superación de la trampa de ingreso medio.
En el corto plazo, además, este anuncio envía una señal de confianza. La inversión extranjera directa no llega sola: cuando un jugador global decide apostar por un país, otros observan con atención y evalúan hacer lo mismo. CloudHQ puede ser la primera ficha de dominó que empuje a otros gigantes tecnológicos a mirar hacia México como sede regional de sus operaciones digitales.
Pero no todo es tan lineal ni tan optimista. El primer nubarrón tiene que ver con la certidumbre institucional. Ebrard afirma que la reforma al Poder Judicial no afectará las inversiones, pero los mercados y las calificadoras no se guían por discursos, sino por hechos. Una infraestructura de 4,800 millones de dólares requiere reglas claras y estables, certeza en la aplicación de contratos y un Estado de derecho que proteja tanto a inversionistas como a comunidades. Si la percepción es que las reglas cambian cada sexenio o cada legislatura, la confianza puede desmoronarse y con ella la viabilidad de proyectos de largo plazo.
Finalmente, está el tema ambiental. Aunque se ha señalado que la refrigeración será sin agua y con certificaciones sustentables, la huella energética y la presión sobre el entorno son inevitables. Querétaro ya enfrenta tensiones en disponibilidad de agua y suelo; sumar un campus digital de este tamaño implica impactos que no se resuelven solo con buenas intenciones o certificaciones LEED.
Aquí surge una discusión de fondo: ¿México será un verdadero protagonista de la economía digital o solo un anfitrión de infraestructura que opera bajo control extranjero? La experiencia histórica invita al escepticismo. Durante décadas, el país ha sido plataforma manufacturera de bajo costo para empresas globales. El “hecho en México” rara vez significó innovación mexicana, sino ensamblaje. La pregunta es si con los centros de datos repetiremos la misma historia: instalaciones de vanguardia en territorio nacional, pero con el know-how, las decisiones estratégicas y la captura de valor alojadas en Silicon Valley, Washington o Frankfurt.
Aquí entra la teoría de la ventaja comparativa modificada. En un mundo globalizado, la ventaja no está solo en la mano de obra barata o la cercanía geográfica, sino en la capacidad de un país de ser nodo tecnológico, logístico y digital. México tiene la oportunidad de dejar de ser “fábrica del mundo” para convertirse en “servidor del mundo”. Pero para que eso ocurra, necesitamos algo más que terrenos e incentivos fiscales: se requiere una política de Estado que impulse talento, fomente innovación local y asegure beneficios compartidos.
- El optimista dirá que este anuncio es el inicio de la transformación. Que Querétaro será un Silicon Valley mexicano, que los empleos calificados generarán movilidad social, que la economía digital será la vía para superar décadas de dependencia manufacturera. Para este lado, el anuncio de Ebrard es una señal de que México se está subiendo al tren del siglo XXI.
- El escéptico, en cambio, recordará que no es la primera vez que se anuncian inversiones millonarias que terminan estancadas, el país puede quedarse con la cáscara del proyecto pero no con su contenido. Para este lado, el anuncio es más propaganda que política pública, más espectáculo que transformación.
Y en medio de este debate, la ciudadanía se pregunta: ¿qué nos queda a nosotros? Si el proyecto funciona, quizá veamos empleos mejor remunerados, más innovación local y mejores servicios digitales. Si fracasa, lo que nos quedará será una deuda ambiental, una infraestructura subutilizada y la amarga sensación de que se nos volvió a vender humo en nombre del desarrollo.
La inversión de CloudHQ, anunciada por Marcelo Ebrard, coloca a México en el filo de una navaja histórica. Puede ser el inicio de una verdadera transición hacia una economía digital robusta, con capital humano competitivo y un papel relevante en la nueva geografía tecnológica. O puede convertirse en un espejismo, un monumento a la improvisación y a la incapacidad del Estado para acompañar con políticas sólidas un proyecto de esta magnitud.
En mi opinión la economía enseña que no basta con atraer capital: se necesita convertirlo en productividad, conocimiento y bienestar para la población. Si México aprovecha esta oportunidad con visión de Estado, podremos decir dentro de veinte años que aquí comenzó nuestra verdadera modernización digital. Pero si no lo hacemos, este anuncio será recordado como otro de esos momentos en que estuvimos a punto de dar el salto y preferimos quedarnos en la orilla.
La pregunta final, entonces, no es si CloudHQ cumplirá su inversión. La verdadera pregunta es si México cumplirá consigo mismo.