La marcha del 15 de noviembre en el Zócalo capitalino fue presentada como una movilización espontánea de la llamada “Generación Z”. Pero basta mirar con detenimiento para entender que muchos jóvenes fueron arrastrados no por convicciones claras, sino por la narrativa conveniente de un sector político que, incapaz de conectar con la ciudadanía a través de propuestas, encontró en la juventud un vehículo emocional para generar confrontación.

Como país, debería preocuparnos. No por los jóvenes —que tienen todo el derecho de manifestarse—, sino porque hay adultos, operadores, partidos y figuras públicas que han empezado a usar su inconformidad como herramienta de presión, como combustible electoral y como arma mediática. Muchos jóvenes salieron pensando que estaban en un acto de desahogo social, cuando en realidad estaban caminando detrás de agendas ajenas. Influencers, opositores reciclados y figuras políticas oportunistas aprovecharon el legítimo hartazgo social para montarse y generar un espectáculo.

Eso no es participación ciudadana: es aprovecharse de la inexperiencia de quienes apenas comienzan a formarse una visión del país. Quien crea que el país se construye con indignación sin dirección, vive engañado.

México necesita jóvenes que participen, sí… Pero con claridad, con propósito, con información y con responsabilidad, no desde la manipulación ni desde la rabia inducida. Marchar no está mal. Lo que está mal es que alguien más les dicte el guion.

Hoy, bajo el liderazgo de la presidenta Claudia Sheinbaum, este país tiene una oportunidad histórica: sumar a la juventud a la transformación, no dejar que la oposición la use para golpear al gobierno. La juventud merece guía, no uso político. Merece espacios, no manipulación. Merece futuro, no frustración inducida desde intereses partidistas. El gobierno tiene la obligación de escuchar, abrir puertas y tender puentes. Pero la sociedad civil —y en especial los adultos— debemos actuar con ética: es inaceptable permitir que los jóvenes sean utilizados como estandartes de agendas que ni comprenden ni les pertenecen.

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En Rotary lo sabemos bien: el liderazgo auténtico no se impone, se acompaña. Y acompañar significa orientar, no manipular. La marcha del 15 de noviembre dejó claro que la juventud quiere ser escuchada. La tarea es que no sea usada. Desde el Club Rotario Sayavedra reafirmo mi compromiso con la construcción de puentes, no trincheras; de diálogo, no ruido; de participación real, no manipulada.

México necesita a sus jóvenes despiertos, críticos, participativos… Pero también conscientes del proyecto de nación que hoy encabeza la presidenta Claudia Sheinbaum: un proyecto basado en la justicia social, la inclusión y la transformación profunda. La juventud no debe marchar detrás del enojo de otros, sino delante de su propio futuro. Nuestra tarea como sociedad es asegurarnos de que así sea.— Enrique Contreras, Presidente del Club Rotario Sayavedra.