Se transitará, en ese día simbólico, el 15 de mayo, de la fiesta a la protesta.
Maestra y maestro, profesora y profesor, miembro del magisterio, agente de transformación, facilitador, coordinador de grupo, docente, catedrático, instructor, enseñante, educador y educadora, mentor, guía, pedagoga y pedagogo, recurso humano de la educación, “coach”, entrenador, preceptor, tutor, técnico docente, experto, asesor, líder, figura de autoridad, cuidador, animador, motivador, gestor de aprendizajes, agente de cambio, trabajadora y trabajador de la educación…
Como sabemos, en nuestro país el 15 de mayo es oficialmente el Día del Maestro y de la Maestra. El Estado mexicano inventó la fecha y el modo de festejar al magisterio desde 1918, mediante un decreto firmado por el presidente Venustiano Carranza en 1917. Día para rendir homenajes al trabajo docente; fecha de conmemoraciones, felicitaciones, agradecimientos, alabanzas y reconocimientos para el profesorado nacional.
Hoy o mañana, como cada año y desde entonces, la titular del poder ejecutivo federal, en Palacio Nacional, entrega medallas conmemorativas a las y los profesores que han trabajado durante décadas en el servicio educativo público. También, la Secretaría de Educación Pública (SEP), hace lo propio: felicita a las maestras y los maestros, y anuncia con bombo y platillo el aumento salarial, anual y retroactivo, para las figuras educativas de la escuela pública.
Por su parte, los gobiernos de los estados o de las entidades federativas y los gobiernos municipales, por lo general y con cargo al erario, organizan grandes comidas con mariachis y música en vivo para festejar y celebrar a quienes trabajan como docentes, directivos, asesores técnicos y personal de apoyo en las instituciones de educación públicas.
Las felicitaciones van y vienen hacia las y los profesores a cada hora y minuto de la fecha decretada; ese día, los mensajes festivos provienen de las dirigencias sindicales, que se cuelgan las medallas de los aumentos a los ingresos y a las prestaciones laborales de las y los agremiados; también, hay mensajes de agradecimiento de los medios de comunicación convencionales y de las redes sociales; de las cúpulas empresariales; de los organismos internacionales; de las embajadas y consulados; así mismo, desde distintos sectores de la sociedad civil llegan las muestras de aprecio para las figuras educativas; y, entre otros sectores, llegan aclamaciones y bendiciones de las diferentes iglesias, sobre todo de aquellas que, como la católica, registran fuertes inversiones financieras en el sector educativo.
Los reconocimientos y valoraciones de la labor educativa y pedagógica igualmente se expresan a través de comunicaciones personales a lo largo del día, o se hacen significativos homenajes en escuelas a quienes trabajan, directa o indirectamente, en las aulas con niñas, niños, adolescentes, jóvenes y adultos en todos los niveles y modalidades de la educación formal y no formal, así como en todos o casi todos los rincones y espacios públicos, tanto de manera presencial como por medios electrónicos y nuevas tecnologías.
Aunque las celebraciones se hacen presentes durante un día, (la fiesta es una tradición muy arraigada en México), el resto del año casi todos se olvidan de los reconocimientos hacia el magisterio nacional. O como cantara Joan Manuel Serrat en “Fiesta”:
“…Y con la resaca a cuestas
vuelve el pobre a su pobreza,
vuelve el rico a su riqueza
y el señor cura a sus misas.
Se despertó el bien y el mal,
la pobre vuelve al portal.
La rica vuelve al rosal,
y el avaro a las divisas.
Se acabó,
el sol nos dice que llegó el final.
Por una noche se olvidó
que cada uno es cada cual.
Vamos bajando la cuesta
que arriba en mi calle se acabó la fiesta...”
Tanto los gobiernos como la sociedad, en general, han tratado de sentar en el banquillo de los acusados a las maestras y los maestros como responsables de las crisis educativas registradas durante las últimas décadas, que son estructurales, o como culpables, sin pruebas en muchos casos, de los conflictos que se verifican cotidianamente en escuelas y aulas.
La manera en que se ha reconocido a la labor docente, sin embargo, ha cambiado durante el tiempo y las circunstancias sociales, políticas y culturales tanto por los simbolismos como por las percepciones o los procesos subjetivos referidos a la labor docente. En el ámbito político, por ejemplo, desde 1992 los gobiernos federales han incluido en sus agendas, en sus contenidos programáticos y en discursos o narrativas oficiales, tanto en el periodo del nacionalismo revolucionario como en la etapa neoliberal, la idea de la “revaloración del magisterio”, sin que ello se haya cumplido a cabalidad.
Han pasado más de 30 años del Acuerdo Nacional para la Modernización de la Educación Básica (de 1992), donde se empleó por primera vez el término “revaloración del maestro”. Hasta nuestros días, las frases sobre la “revaloración” siguen en el vacío o se mantienen estancadas en la categoría de “palabras demagógicas”.
En 1997 y en 2007, se reformaron las leyes para “desvalorizar” o “dar la espalda” al magisterio nacional mediante la individualización de los derechos laborales (como en los fondos para el retiro), hecho que se ve concretado en la incierta jubilación o en la precaria pensión de las y los trabajadores; o mediante cálculos leoninos para pagar intereses de créditos no tasados en salarios mínimos, sino en unidades de medida y actualización (UMAs), creadas artificialmente en el pasado por los políticos del PRIAN, las tecnocracias “modernizadoras”, la lógica neoliberal y las eternas burocracias.
Para este 15 de mayo de 2025, la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) ha convocado a sus integrantes, en su mayoría profesoras y profesores de base, a llevar a cabo una serie de movilizaciones en todo el país para manifestar su rechazo a la legislación actual en materia de seguridad social y derechos laborales (Ley del ISSSTE), y a denunciar un conjunto de irregularidades vinculadas con el corporativismo y la burocratización de la vida sindical (falta de democracia al interior del gremio). De concretarse estas acciones de resistencia, se dará un paso gigantesco en la lucha por los derechos laborales del magisterio. Se transitará, en ese día simbólico y objetivable, de la fiesta a la protesta.
Hacia una sociología del trabajo docente
La devaluación del trabajo docente también se refleja en la manera en que les damos un nombre o un mote a esta importante labor educativa, social y cultural que está a cargo de educadoras y educadores. ¿Cómo nombramos a nuestros enseñantes; a nuestras queridas maestras y estimados maestros? ¿Cómo han evolucionado esos nombres, motes, cargos, títulos, puestos, sobrenombres o etiquetas sociales?
En la época “moderna” el profesor o la profesora, de educación normal básica o de normal superior, ha pasado a ser desde licenciado o licenciada en educación, maestra o maestro en la especialidad, hasta doctora o doctor en educación. ¿Qué implicaciones ha tenido en la identidad personal, grupal y del gremio este tipo de cambios?
Nunca hay que olvidar que hemos transitado, en todo caso, del periodo de las y los profesionales libres a las y los profesionales asalariados; del reconocimiento de las y los trabajadores de la educación al de las y los profesionales de la educación; de ser nombrados como trabajadores de la cultura o intelectuales con compromiso ético y social a ser llamados servidores públicos del sector educativo del gobierno federal o estatal. Todo ello sin perder de vista un conjunto de lecturas e interpretaciones diferenciadas sobre dichos cambios.
En la escuela particular y en una parte de la pública, la sociedad nombra a las trabajadoras de la educación como “misses”, quienes tienen a su cargo la labor de la enseñanza con las niñas y los niños en grupo, en aula. A los varones les dicen simplemente “Profes” o “Maestros”. ¿Qué simbolizan y qué percepciones generan en la subjetividad y las identidades gremiales tales sobrenombres?
En otro orden de preguntas para la investigación sociológica o de la psicología social, ¿qué simbolizan en la escala de la “revaloración” y de la reivindicación de derechos laborales y sindicales el hecho de ser nombrados, las profesoras y los profesores, como “profesionales de la educación”? ¿Por qué no se les reconoce de manera más directa, legal y política como “trabajadoras y trabajadores de la educación”? Al final de cuentas, quienes trabajan para la escuela pública son (somos) trabajadores asalariados, no funcionarios privilegiados ni integrantes de una élite dirigente en la jerarquía institucional o de la política formal.