Desde 2018, la derecha mexicana no ha ganado una sola elección presidencial, no ha podido recuperar la mayoría en el Congreso y, en términos de poder real, se ha visto cada vez más reducida a sus bastiones históricos. Sin embargo, si uno entra a X (antes Twitter) podría creer que el país está al borde del colapso, que todo mundo odia a la 4T y que AMLO, Nahle y compañía no duraran ni un mes más en el poder.

La contradicción es evidente: pierden en las urnas, pero ganan el debate digital. Y esto no es casualidad ni un accidente. La derecha entendió, antes que muchos en la izquierda, que las redes sociales no son un espejo fiel de la realidad, sino un escenario donde se construye percepción. Y en política, la percepción puede ser más determinante que los hechos.

En X operan granjas de bots, redes de cuentas falsas y ejércitos de opinadores profesionales que, coordinados, lanzan y posicionan etiquetas cada mañana. El método es simple y efectivo: repetir un mensaje, inflar sus interacciones y forzar al algoritmo a colocarlo en tendencias. No importa que la mitad de esos perfiles sean ficticios o que el “escándalo” sea inventado: el objetivo no es convencer a las mayorías, sino desmoralizar al adversario. Que tú, que apoyas a la 4T, entres a X y pienses: “somos minoría, estamos perdiendo”.

El algoritmo de X, rediseñado por Elon Musk para premiar interacciones rápidas y contenido incendiario, es un aliado involuntario de esta estrategia. Favorece lo breve, lo polémico, lo que genera rabia inmediata. Y ahí la derecha se mueve como pez en el agua: menos datos, más insultos; menos propuestas, más memes tóxicos.

A esto se suma otro elemento: la amplificación mediática. Los medios tradicionales —que en su mayoría responden a intereses empresariales y políticos contrarios a la 4T— toman esas tendencias artificiales y las presentan como si fueran el “sentir general del país”. Así, una etiqueta inflada por tres mil cuentas falsas puede terminar como tema central en noticieros nacionales.

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La izquierda, por su parte, tiene una fuerza innegable en tierra: movilización en calles, contacto directo en comunidades, grupos de WhatsApp y redes territoriales sólidas. Pero esa ventaja no se traduce automáticamente al ecosistema digital, y en ese vacío la derecha impone su narrativa. Si este fenómeno se sigue ignorando, el riesgo no es menor: el “sentido común” urbano, sobre todo en sectores que consumen la política únicamente vía redes, puede ser moldeado por un relato hostil que termine filtrándose a otras capas sociales.

Esto no significa que haya que imitar las mismas tácticas sucias de la derecha. La respuesta debe ser más inteligente: entender sus mecánicas y usarlas a favor de una narrativa positiva. No se trata de caer en la trampa del insulto fácil, sino de disputar cada etiqueta con datos claros, humor inteligente y presencia constante. El humor y la creatividad, acompañados de información verificable, pueden neutralizar mucho más rápido una campaña de odio que el silencio o la indignación.

Porque sí: la derecha puede seguir perdiendo en las urnas, pero si se le deja el control absoluto del espacio digital, un día podría ganar algo mucho más peligroso que una elección. Podría apropiarse del marco mental desde el cual se discute el país. Y cuando eso ocurre, las victorias electorales empiezan a parecer derrotas culturales.

X: @Renegado_L