Según lo esperado, José Pedro Castillo Terrones es, desde el pasado miércoles, el presidente de la República del Perú. Luego de una acalorada disputa contra Keiko Fujimori, el ex maestro rural tomó posesión en Lima como el nuevo jefe del Estado peruano. El acto fue acompañado, entre otros mandatorios, por el rey Felipe VI de España.

Con ello, Castillo Terrones se suma a la lista de líderes latinoamericanos de “izquierda” empecinados en lanzarse contra la herencia española como sí ésta representase un estigma en la historia de la región. “El virreinato acabó con las élites andinas y subordinó aun más a la mayoría de los habitantes indígenas de este rico país” apuntó.

El presidente de Perú, en presencia del jefe del Estado español, no escatimó en agravios a España. Señaló que la desigualdad en su país nació tras la conquista del imperio inca por la otrora corona de Castilla en 1535 (no la España moderna, huelga destacar) y que la represión española fue exacerbada luego de la fallida insurrección encabezada por Tupac Amaru.

Castillo, ataviado a la usanza prehispánica, lo que nos hizo recordar a Evo Morales y a Rafael Correa, aseguró que combatirá la corrupción y que impulsará reformas constitucionales que mejoren la vida de los más desfavorecidos.

Castillo es, sin lugar a dudas, el Andrés Manuel López Obrador peruano. Su populismo rampante, su retórica antiespañola y sus soluciones sencillas para problemas complejos confirman el ascenso de un nuevo puñado de personajes carismáticos que utilizan el arma de la polarización como instrumento político para ganarse la voluntad de sus gobernados.

El lector recordará, en este contexto, las absurdas declaraciones de AMLO contra el rey Felipe VI y contra el gobierno español en torno a la solicitud de una disculpa por parte de Madrid con motivo de la conquista de México en 1521; seguido del innecesario cambio de nombre de la Plaza de la Noche Triste a la “Noche Victoriosa”, en un claro intento de Claudia Sheinbaum de cambiar el sentido de la historia de aquella batalla; olvidando así que la victoria final de los españoles derivó de su alianza con los pueblos prehispánicos opuestos a la dominación azteca.

Sin embargo, bien vale señalar, que a diferencia de AMLO, Castillo no residirá en el Palacio de Gobierno de Lima, algún dia residencia del conquistador Francisco Pizarro. Allí sí que ha fallado el presidente mexicano ( en su limitada concepción antihispana) pues el bello Palacio Nacional de la Ciudad de México alojó a los virreyes de la Nueva España.

En suma, los virreinatos de la Nueva España y del Perú, a saber, las principales demarcaciones del Imperio español, y hoy consolidadas como repúblicas independientes, repudian su herencia hispana y se lanzan abiertamente contra un componente básico de su identidad cultural.

Es una pena, pues México y Perú languidecen ante verdaderos problemas.