El Secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, habló con el Secretario de Estado Antony Blinken, ayer, en San José, Costa Rica, en el marco de la Reunión de Ministros de Relaciones Exteriores de los Países Miembros del Sistema de Integración Centroamericana (SICA).

Ebrard y Blinken dialogaron sobre la cooperación en seguridad, los esfuerzos contra la pandemia de Covid-19, la distribución de vacunas a nivel regional. Quieren fomentar el desarrollo económico en Centroamérica y una migración ordenada, segura, regular en la región. Trataron asuntos de la relación bilateral previo a la próxima visita de la vicepresidenta Kamala Harris a nuestro país.

Antes de la visita de la Vicepresidenta, sería recomendable que el Presidente de México y el Secretario de Relaciones Exteriores leyeran el último libro del exsecretario de Defensa de Estados Unidos, Robert M. Gates.

En “Ejercicio del poder: fracasos, éxitos estadounidenses y un nuevo camino a seguir en el mundo posterior a la Guerra Fría”, Gates examina cómo Estados Unidos puede desplegar su poder en todo el mundo y estudia las formas en que lo ha hecho.

Robert Gates se desempeñó como Secretario de Defensa con dos presidentes, George W. Bush y Barack Obama. Si alguien sabe de inteligencia y seguridad nacional es él. Durante los años de las negociaciones del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, Gates era, primero, el asesor adjunto de seguridad nacional, bajo el mando del general Brent Scowcroft, y luego Director de la CIA, de 1991 a 1993. Algo debe saber de México.

Gates no es sólo un servidor público experimentado, también es un prestigiado académico.

Tiene una maestría y un doctorado en Historia. Fue presidente de la Universidad Texas A&M. El libro es una especie de instructivo para el uso del poder nacional. Ilustra sus lecciones con algunos estudios de caso. Lo interesante de sus escritos, a diferencia de los académicos, es que Gates no sólo analiza y explica cómo aplicar el poder de una nación, sino que realmente lo tuvo y lo ejerció.

En su libro, Gates describe los elementos del poder nacional. En el primer capítulo, “Una sinfonía de poder”, presenta 15 instrumentos diferentes del poder nacional. Distingue los que “no son coercitivos” que influyen en las actitudes y percepciones de otras sociedades o en la toma de decisiones gubernamentales de manera que ayudan a un país a obtener apoyo para sus propios objetivos.

La lectura de Gates me trajo gratos recuerdos de las clases del profesor Mario Ojeda, en El Colegio de México, en el curso de introducción a las relaciones internacionales. Ahí leímos “Politics Among Nations” de Hans Morgenthau que precisamente hacía la distinción entre poder e influencia.

Los elementos de poder coercitivos que Gates presenta en su libro son el militar, el económico y el cibernético. Su relato es muy interesante: después de la Segunda Guerra Mundial, el presidente Truman redujo drásticamente el tamaño de las fuerzas armadas estadounidenses. Con la Guerra Fría, Truman recurrió a formas de poder no militares para frustrar un mayor expansionismo comunista, como la asistencia a Grecia y Turquía, el Plan Marshall y la formación de la alianza de la OTAN.

Gates analiza el fin del monopolio nuclear de Estados Unidos y las formas de competencia con los soviéticos.

Las armas nucleares cambiaron la ecuación del poder. Con ellas como disuasivo, era muy peligroso usar la coacción militar. La paradoja es que el aumento en el poder militar de una nación no conduce necesariamente a un aumento de su poder político. Para competir con la Unión Soviética, Estados Unidos se vio obligado a desarrollar instrumentos no militares, como la diplomacia, la asistencia económica, la inteligencia y las acciones encubiertas.

Los elementos de poder no coercitivos que Gates nos presenta en su libro incluyen, entre otros, la diplomacia, inteligencia, comunicación estratégica, alianzas, cultura y liderazgo. Cuando era secretario de Defensa, Robert Gates solía decir que hay más soldados en bandas militares que diplomáticos de carrera en el Servicio Exterior del Departamento de Estado. El Pentágono siempre podía obtener fondos, mientras que el Departamento de Estado a menudo sufría recortes presupuestales.

Los Presidentes con demasiada frecuencia dependen de las fuerzas armadas para asuntos que podrían solucionar con otros elementos de poder: diplomacia o ayuda exterior o comunicaciones estratégicas claras. Gates argumenta que todos estos otros elementos del poder carecen lamentablemente de fondos o se manejan de manera inepta, o ambos.

Gates lamenta la pérdida de la USIA (Agencia de Información de los Estados Unidos) debido a los recortes presupuestarios a fines de la década de 1990, que fue clave para abrir bibliotecas y centros culturales en todo el mundo y también para becar estudiantes extranjeros en Estados Unidos. El Congreso tiene una gran responsabilidad por debilitar los instrumentos de poder no militares de Estados Unidos como la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID).

La mayor parte del libro es una serie de estudios de casos: Somalia, Haití, la ex Yugoslavia, Afganistán, Irak, países de África, Georgia, Siria, Libia, Ucrania, Rusia, Irán, Corea del Norte y China. Uno de los casos que Robert Gates relata es el de Colombia. Estados Unidos trabajó en estrecha colaboración con ese gobierno en el entrenamiento de sus fuerzas armadas y en el trabajo de todos los elementos del poder para desarrollar el Plan Colombia que hizo que el país dejara de ser un “estado fallido”.

Cuando se intenta ejercer el poder, usándolo o abusando de él, puede haber consecuencias graves. Algunos creían que integrando a China en la economía global, la prosperidad económica la conduciría directo a la democracia y al respeto de los derechos humanos. También pensaban que la privatización de la economía en Rusia transformaría ese país. Argumentaban que construir un gobierno centralizado y democrático en Afganistán era la solución. Decían que se debían construir instituciones democráticas en Irak a través de elecciones. La arrogancia estadounidense llevó a estos errores estratégicos y muchos más.

En diferentes entrevistas Gates dice que el origen de su libro era una pregunta:

¿Cómo llegamos desde la cima de la montaña a donde estamos hoy?

Después de la Guerra Fría, Estados Unidos tenía el dominio político, militar y económico sin precedentes en la historia moderna. Décadas más tarde, Estados Unidos enfrenta la competencia de Rusia y China, y, durante el gobierno de Trump, se consideraba que se está retirando del mundo.

Las relaciones de Estados Unidos con México están teñidas por la polarización política en ambas naciones.

Vivimos una amplia divergencia de las posiciones ideológicas de las élites, la nación se confronta en una guerra de partidos, hay desconfianza y aversión hacia el gobierno, los medios de comunicación están fragmentados.

Esto es muy grave. Esta polarización dificulta a México y a Estados Unidos para obtener apoyos multipartidistas para su política bilateral. No les permite hacer compromisos a largo plazo. Esto hace que la política de ambos países sea errática e impredecible. Se reduce la credibilidad de ambos países como socios y aliados.

Recordando lo que decía Hans Morgethau: “Cualquier país con divisiones de clases profundas e infranqueables encontrará su moral nacional en un estado precario”.

Y, volviendo a Robert Gates y su libro: “Estados Unidos siempre se verá arrastrado entre el idealismo de Woodrow Wilson (hacer que el mundo sea “seguro para la democracia”) y el escepticismo de John Quincy Adams, quien advirtió sobre la búsqueda de “monstruos para destruir”. Aunque las opiniones de Wilson y Adams deben coexistir, en México, Kamala Harris se encontrará con ambos retos.

Robert Gates lo tiene claro: “No debemos ser los policías del mundo. Pero sí debemos utilizar todos los instrumentos de poder no militares que poseemos para promover la libertad y fomentar reformas, tanto con amigos como con rivales, porque esos objetivos sirven a nuestro interés nacional”, concluye.

@javier_trevino