“La simulación de la humildad es soberbia”.
SAN AGUSTÍN
“No se puede ser y no ser algo al mismo tiempo y bajo el mismo aspecto”.
ARISTÓTELES
Qué emoción: México ya tiene a su primera presidenta. La primera en dar el Grito de Independencia. Y, para el álbum del recuerdo, el vestido morado: color del 8M, bandera del feminismo. Todo un gesto… de pasarela. Porque conviene decirlo: ni la tela ni la retórica igualan salarios, salvan vidas o encuentran desaparecidos.
La presidenta presume homenajes a las “heroínas anónimas” de la historia. Bien. Pero su discurso se desmorona frente a las miles de madres buscadoras ignoradas por su gobierno. Nombrarlas desde el balcón es fácil; recibirlas en Palacio, escucharlas y garantizar que sus hijos aparezcan, eso sí requiere valor.
Al mismo tiempo, sigue obediente el libreto de su antecesor: demoler al Poder Judicial, sustituir imparcialidad y experiencia por militancia y lealtades ciegas. Una mujer en la silla presidencial no es garantía de justicia; menos cuando se usa su poder para cubrir a violadores con fuero y amigos con influencia.
Ahí está su silencio frente a las acusaciones contra Cuauhtémoc Blanco y Félix Salgado Macedonio. O su respaldo a Rubén Rocha en Sinaloa, pese a los escándalos. La igualdad parece estar en los discursos, no en las decisiones.
Es la presidenta que no movió un dedo por las juezas desplazadas de sus cargos para abrirle paso a “jueces del acordeón”. La que aseguró que los empleos perdidos en Culiacán fueron por la sequía y no por el narco. La que cada mes repite que hay medicinas en los hospitales, mientras la gente sigue peregrinando con recetas en mano y farmacias vacías. La misma que justificó las vallas en Palacio en marzo pasado, como si unas puertas valieran más que las vidas de las mujeres.
Y, claro, vinieron los “vivas” a las mujeres en el Grito. Muchos aplausos, lágrimas de emoción y, luego, nada. Porque ¿qué ha hecho por las madres de niños con cáncer?, ¿por las guarderías infantiles?, ¿por las víctimas de feminicidio? En el primer semestre del año, 338 mujeres fueron asesinadas por el simple hecho de serlo (cifras del Secretariado Ejecutivo de Seguridad Pública). Y aún así, solo uno de cada cuatro asesinatos de mujeres se clasifica como feminicidio. ¿Celebramos la ligera baja en las cifras o nos indignamos por la ausencia de una política seria de prevención?
Mientras tanto, se entretuvo borrando el “de Domínguez” a Josefa Ortiz. Una cirugía histórica que, según ella, la hace más feminista. Pero no: la convierte en revisionista de escritorio. Josefa Ortiz no dejó de ser insurgente porque se casó. Mejor quite el fuero al “Cuau” y deje en paz los apellidos.
Y ya que hablamos de historia, ¿por qué borraron a la “Güera” Rodríguez, mujer clave de la independencia? ¿No cabía en el guion? ¿O simplemente no sabían quién era?
El Grito terminó, los fuegos artificiales se apagaron, el olor a pólvora se disipó en el aire del Zócalo. Pero sus palabras —tan sonoras y tan celebradas— se quedaron flotando igual que el humo: pura escenografía. El país no necesita más símbolos; necesita resultados.
Giro de la Perinola
Mucho se habló de la primera dama involuntaria: el saco mal colocado de Jesús María Tarriba. ¿Un descuido? Qué va. Fue un distractor de manual. Mejor hablar del outfit que del huachicol, de la violencia, de la corrupción o del desastre en salud. La frivolidad como cortina de humo.
Y sí: los símbolos importan. Pero no alimentan a un niño con cáncer, no protegen a una mujer de un feminicidio, no encuentran a una desaparecida. De símbolos no se vive. Y hasta ahora, el empoderamiento femenino de esta administración cabe en una palabra: simulación.