La nueva Suprema Corte ha iniciado con dos pies izquierdos, o mejor dicho, con dos violaciones a la ley. Primero, con la utilización de acordeones para incitar el voto hacia candidatos particulares (los nueve ministros han sido señalados) y luego con la celebración de un pintoresco ritual dirigido al dios Quetzalcóatl.

¿Se habrá visto alguna vez que los ministros de un tribunal supremo reciban la “bendición” de un dios pagano al estilo de un culto prácticamente erradicado en un país con una clarísima mayoría católica? Pues solamente en el México de la 4T.

El suceso ha sido una enorme y vulgar violación del marco constitucional. Tal vez conviene recordar, y si es es posible, hacérselo saber a los ministros, que México está constituido como un Estado laico, cuya tradición echa raíces en el liberalismo del siglo XIX abrazado por Benito Juárez; ese benemérito que habría sufrido un segundo ataque de angina de pecho al ver que nueve ministros de la Corte que evocan su memoria hiciesen tremendo desfiguro.

Como se entiende el Estado laico mexicano, no cabe ningún culto ejercido por un funcionario -y menos aun por los individuos responsables de vigilar el cumplimiento de la ley- en un acto público; trátese de una misa católica, un servicio protestante, una boda judía o una peculiar ofrenda a deidades prehispánicas.

¿No ha sido así como el propio senador Noroña “reconvino” a Lilly Téllez cuando ésta hizo alusión a su fe católica en una de sus intervenciones en el Senado? ¿O los cientos de veces que AMLO aludió al Papa Francisco en una de sus tantas peroratas dirigidas a convencer a unos cuantos despistados sobre el objetivo “humanista” y cuasi mesiánico del porqué Dios le puso sobre la Tierra?

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Lo sucedido el pasado 1 de septiembre no es más que un signo de lo que se viene: una Corte que podría no velar por el respeto de la Constitución sino por el decálogo de los eslóganes populistas que envuelven y sostienen la base popular del régimen.

Existe una frase atribuida al rey francés Enrique IV que reza: París bien vale una misa. Ahora bien, en una adaptación a la nueva realidad mexicana presentada por el régimen obradorista: el poder bien vale una ofrenda… a Quetzalcóatl.