En tiempos de incertidumbre global, hablar con optimismo de México puede parecer a contracorriente. Pero el optimismo, cuando está sustentado en hechos y en una lectura realista de las tendencias, no es ingenuidad: es una forma de liderazgo. Hoy, frente a los desafíos que enfrenta nuestro país —desde la seguridad hasta la competencia global, desde la productividad hasta la cohesión institucional—, el vaso no está medio vacío. Está medio lleno. Es cuestión de hacer bien las cosas.
El jueves pasado participé en el panel Mexico’s Business Environment Today, en la conferencia “Mexico Country Outlook 2026” organizada por el Baker Institute for Public Policy de la Universidad Rice, en Houston. Quise compartir una mirada positiva sobre el futuro inmediato de México. No una visión complaciente, sino una fundada en tres grandes argumentos: un nuevo estilo de gobierno, una relación bilateral con Estados Unidos más estable y pragmática, y una estrategia de seguridad más firme.
1. Un nuevo estilo de gobierno: tecnocrático, disciplinado y menos polarizante
El cambio más visible desde el inicio del nuevo sexenio ha sido el estilo de gobernar. La presidenta Sheinbaum ha introducido un enfoque más tecnocrático y basado en evidencia, con un gabinete que muestra mayores niveles de preparación y experiencia. Es una administración que, sin abandonar su raíz política, apuesta por la planeación, los datos y la evaluación.
En contraste con su antecesor, la presidenta ha optado por una comunicación más institucional y menos confrontativa. Su formación científica se refleja en una preferencia por los hechos verificables, por la coordinación técnica entre dependencias, y por una interlocución más estable con el sector privado.
Esta nueva narrativa no ha eliminado las diferencias, pero ha abierto espacios de diálogo. Las reuniones con empresarios nacionales y extranjeros son constantes; los canales de comunicación con cámaras, asociaciones y empresas globales se han reactivado. Hay una clara intención de reconstruir confianza y de proyectar estabilidad.
2. La relación México-Estados Unidos: pragmatismo, integración y visión compartida
La relación entre México y Estados Unidos es una de las más complejas e importantes del mundo. No solo por la frontera más activa del planeta, sino porque nuestras economías están profundamente entrelazadas. La integración económica no es un discurso: es una realidad cotidiana. Cada producto que cruza la frontera cuenta una historia de interdependencia.
A pesar de los temores iniciales sobre una posible tensión con Washington, la presidenta Sheinbaum ha sabido mantener una relación funcional y pragmática con la administración estadounidense. Ha evitado crisis innecesarias y ha comprendido que los intereses de México se fortalecen cuando están alineados con una visión regional de largo plazo.
El proceso de revisión del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) ya ha comenzado. Si se maneja con inteligencia, puede consolidar a América del Norte como el bloque más dinámico y competitivo del mundo. El éxito del tratado dependerá menos de las renegociaciones técnicas y más de la voluntad política de los tres gobiernos de convertirlo en una plataforma de prosperidad compartida.
Juntos, los tres países forman un ecosistema sin rival si logran mantener reglas claras, energía suficiente, y movilidad laboral bien gestionada. Por eso, en lugar de ver el T-MEC como una fuente de fricción, debemos verlo como una herramienta de certidumbre. La integración económica es parte esencial de la solución a los retos comunes: empleo, migración, seguridad y competitividad.
3. Una estrategia de seguridad más firme e inteligente
El tercer argumento para ver el vaso medio lleno tiene que ver con la seguridad. Durante años, la política de “abrazos, no balazos” reflejó un enfoque equivocado. Hoy, el país necesita un equilibrio entre la prevención social y la capacidad operativa del Estado.
La presidenta ha marcado distancia de esa doctrina, y bajo el liderazgo del secretario Omar García Harfuch, la nueva administración ha desplegado una estrategia de seguridad basada en inteligencia, focalización territorial y coordinación interinstitucional.
Se ha fortalecido la cooperación con las agencias estadounidenses y se han incrementado las detenciones de alto perfil. Lo importante, sin embargo, no es la cifra sino la dirección y la tendencia: México parece haber recuperado el impulso por reconstruir la capacidad del Estado.
Una política de seguridad moderna no se basa sólo en fuerza, sino en información, tecnología y justicia. Si esta estrategia logra consolidarse, México podrá romper el círculo vicioso entre inseguridad y falta de inversión, y recuperar la confianza de los ciudadanos y de los mercados.
Las ventajas comparativas que a veces olvidamos
A menudo, las conversaciones sobre México comienzan con los problemas: corrupción, violencia, impunidad. Pero pocas veces empezamos con lo que realmente tenemos. Y México tiene ventajas estructurales que muchos países envidiarían.
Primero, el talento. Nuestro país cuenta con una fuerza laboral joven, con habilidades técnicas en ingeniería, logística, manufactura y retail. Pese a los incrementos recientes en salarios, sigue siendo un entorno competitivo. Lo más importante: es una población que aprende rápido, resuelve problemas y valora la calidad.
Segundo, la ubicación. Ningún otro país ofrece la combinación de cercanía, infraestructura y conectividad que México tiene con Estados Unidos. Con más de 50 cruces fronterizos y puertos modernos, México es literalmente la cadena de suministro del mismo día de América del Norte.
Tercero, el mercado. Con 130 millones de consumidores y una clase media en expansión, México no solo exporta: también consume e innova. Al formar parte de un bloque de comercio de 28 billones de dólares, cada mejora en logística, infraestructura y digitalización amplifica su poder económico.
Cuarto, los recursos naturales e industriales. El país posee energía solar, eólica, minerales estratégicos, tierras fértiles y una red de clústeres industriales diversificados: automotriz, aeroespacial, electrónico, médico. No son plantas aisladas, sino ecosistemas completos.
Y quinto, la aceleración digital. México es una de las historias más fascinantes en fintech y comercio electrónico. Las billeteras digitales, los pagos instantáneos y la inclusión financiera están transformando las cadenas de valor y permitiendo que pequeñas y medianas empresas se integren al sistema productivo nacional.
En conjunto, estas cinco ventajas —talento, ubicación, mercado, recursos y digitalización— representan una base sólida. Si las acompañamos con políticas públicas inteligentes y ejecución eficiente, México no será sólo una alternativa viable para el nearshoring: será la primera opción para la competitividad norteamericana.
El papel del sector privado: pragmatismo, coherencia y propósito
Una de las fortalezas menos reconocidas de México es su sector privado pragmático y resiliente. Las empresas mexicanas, grandes y pequeñas, no esperan condiciones ideales. Invierten, innovan y entrenan a sus equipos incluso en entornos adversos.
Lo que hoy distingue a los líderes empresariales del país es la comprensión de que la competitividad depende de la colaboración: entre industrias, dentro de las cadenas de suministro, y entre el sector público y el privado.
Existe una nueva mentalidad: la de que la prosperidad compartida requiere responsabilidad compartida. Las empresas están apostando por la sostenibilidad, la digitalización y la inclusión laboral no como estrategias de relaciones públicas, sino como ejes de su modelo de negocio.
México todavía necesita una narrativa común sobre su competitividad nacional: una agenda que trascienda los ciclos electorales y que ponga la ejecución por encima del discurso.
Debemos hablar menos de obstáculos y más de resultados. Menos de lo que falta y más de lo que podemos lograr si alineamos nuestro propósito. El capital, el talento y la creatividad ya están aquí. Lo que falta es convertir esa energía en un proyecto nacional de productividad, competitividad y bienestar.
Si tuviera que mencionar una sola acción del gobierno federal que podría detonar todo el potencial del país, sería ésta: garantizar certidumbre.
Los inversionistas no buscan privilegios. Buscan reglas claras, tiempos definidos, decisiones consistentes. Quieren saber que las licencias saldrán en plazo, que los contratos se respetarán, que la infraestructura planeada se construirá.
La certidumbre multiplica el valor de todo lo demás: de la capacitación, de las cadenas productivas, de los incentivos a la innovación. Un entorno predecible convierte la intención en inversión, y la inversión en empleo.
México no tiene un problema de potencial: tiene un desafío de ritmo. Y ese ritmo depende de la capacidad de alinear incentivos, de acelerar la toma de decisiones y de garantizar estabilidad. Cuanto más rápido facilitemos la inversión, más pronto México se convertirá en el motor de crecimiento de América del Norte.
El optimismo como política pública
El vaso medio lleno no significa ignorar los retos. Significa reconocer que tenemos una oportunidad histórica. En un mundo fragmentado, México puede ser un punto de conexión: entre democracias, entre economías, entre generaciones.
La presidenta Sheinbaum ha demostrado apertura y pragmatismo. El sector privado tiene el talento, la inversión y la energía. La sociedad mexicana, su resiliencia. Si logramos alinear esas fuerzas con una visión compartida, podemos consolidar una década de crecimiento sostenido.
El optimismo no es una emoción: es una estrategia. En el fondo, se trata de creer que el país puede funcionar mejor, y de actuar en consecuencia.
México tiene ante sí una oportunidad irrepetible. Una generación de jóvenes preparada, una geografía privilegiada, un entorno regional favorable y una agenda digital en expansión. Si combinamos visión política, eficiencia institucional y colaboración empresarial, podremos convertir ese optimismo en progreso tangible.
El vaso, al fin y al cabo, no solo está medio lleno: está esperando que lo llenemos entre todos.
X: @javier_trevino