Dedicado a los críticos (como yo), para que no se emocionen. O no tanto…

“El poder real siempre se oculta detrás de una fachada.”

Hannah Arendt

“Las revoluciones devoran a sus hijos.”

Jacques Mallet du Pan

Oaxaca no recibió a Claudia Sheinbaum: la recibió el obradorismo. Y esa diferencia, aunque parezca sutil, define el momento político que estamos viviendo. La visita de la presidenta no fue una gira institucional, sino un recordatorio —o quizá una advertencia— de quién sigue moviendo los hilos del poder en México. Oaxaca es territorio obradorista desde hace dos décadas; no es una plaza neutral ni un estado con autonomía real frente al liderazgo que AMLO construyó ahí. Es su laboratorio, su bastión, su sala de máquinas. Y lo que ocurrió durante la visita de Claudia fue exactamente eso: un ejercicio de disciplina interna, un ajuste de cuentas, un mensaje cifrado vestido de caos callejero.

Las movilizaciones, los paros programados, las protestas de la CNTE, los enfrentamientos de grupos “espontáneos”, el famoso “bloque negro” que aparece y desaparece como tormenta tropical… nada de eso es accidental. Nada es autónomo. Y, sobre todo, nada es producto de la oposición. Es una fórmula ya probada: presión controlada, disidencia administrada, caos calibrado. Presiones que aprietan, pero no ahorcan. Excesos que desestabilizan, pero no derrocan. Movilizaciones y expresiones varias —hablo de las que se dan en todo el país, no solo en Oaxaca, evidentemente— parecen espontáneas o, bien, producto de críticos y financiadores del caos, pero responden a la misma lógica de siempre: recordar quién tiene la llave que abre y cierra las calles. Esa llave no está en manos de la ciudadanía crítica ni de la oposición, sino en manos de López Obrador.

Conviene decirlo con claridad para los millones de críticos que se emocionan con cada sobresalto presidencial, que celebran cada tropiezo, cada silla vacía, cada grito en la calle como si fueran señales de un régimen que comienza a fracturarse: esto no es victoria ciudadana. NO es mérito opositor. NO es desgaste natural del claudismo. Es AMLO administrando las tensiones internas de su propio movimiento. Si alguien está debilitando a la presidenta, no es “la derecha”, no son los disidentes ni las marchas anti-4T. Es el expresidente.

La CNTE funciona aquí como arma política más que como sindicato. No es una “izquierda radical” rebelándose contra la 4T; es un grupo que sabe negociar desde el chantaje y que le es útil a López Obrador como recordatorio viviente de su capacidad de incendiar al país si la presidenta intenta ejercer poder sin pedir permiso. Su patrón histórico es conocido: marchan, negocian, tensan, retroceden un paso, avanzan dos. Pero lo importante no es su estrategia sino su utilidad política. Cada bloqueo, cada plantón, cada amenaza de “volver con millones” coloca a AMLO como árbitro supremo, como el viejo patriarca que puede llamar al orden a los suyos con una sola frase. Claudia, mientras tanto, queda atrapada entre la narrativa de autoridad presidencial y la realidad de un movimiento que no le responde a ella.

Ocurre también con el “bloque negro”, ese grupo de choque que funciona como catalizador de violencia y, al mismo tiempo, como pretexto perfecto para fabricar crisis. Su presencia en marchas y protestas es parte de un guion. Sirve para desacreditar movilizaciones legítimas, para sembrar miedo, para dar la impresión de que todo está al borde de salirse de control. Y en ese escenario, AMLO reaparece como el estabilizador moral, el hombre que contiene la furia, el líder cuya autoridad todavía pesa más que la banda presidencial. El mensaje no es sutil: si Claudia quiere gobernar sin turbulencias, debe hacerlo bajo sus términos.

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Nadie debería llamarse a sorpresa. Aquí no hablamos de que la ciudadanía crítica está haciendo fisuras en la 4T ni de que esas fisuras vayan a acomodarse como fichas de dominó hasta hacer un hoyo en el régimen. No, lo que vemos no es un avance opositor: es una demostración de fuerza interna. El poder de López Obrador —y del Morena que es de él— está más vivo que nunca.

En la 4T, el poder nunca ha sido lineal ni formal. Es un sistema de lealtades, favores, cuotas y redes que no cambió de dueño con el relevo presidencial. López Obrador dejó la silla, pero no soltó los hilos. Sheinbaum gobierna, sí, pero gobernar no es mandar. Administra un proyecto, pero no lo dirige. Ejecuta un poder que otros —en plural— le vigilan, le condicionan y le recuerdan a quién pertenecen las bases movilizables. Oaxaca expuso esa realidad con crudeza: el jefe sigue siendo quien controla las calles, no quien encabeza el gabinete. Los movimientos que hoy parecen “debilitar” a Claudia no vienen de afuera; vienen de adentro. Son una cuña del mismo palo.

Y lo que viene será más de lo mismo: mayor presión “desde el movimiento” cuando Claudia tome decisiones que incomoden al obradorismo duro; más CNTE actuando como válvula política; más grupos de choque para fabricar tensiones que justifiquen intervenciones del patriarca; y un desgaste constante hacia una presidenta que, si no corta ese cordón umbilical, será vista como una administradora del legado ajeno, tambaleante, aparentemente dinamitada por los críticos o por “la derecha corrupta”, cuando en realidad la mano que la aprieta es la misma que la puso ahí.

¿Será éste un sexenio tutelado desde la sombra? ¿O Claudia encontrará el momento para romper con su creador y ejercer autoridad real? Por ahora, la respuesta no está en Palacio Nacional. La respuesta sigue en Palenque. Y mientras ese siga siendo el centro de gravedad del poder, México no tendrá una presidenta: tendrá una presidenta vigilada. Una presidenta que enfrente protestas y acciones confrontativas que parecen ciudadanas… pero que llevan la firma política del expresidente.