Brandon Keith Riley-Mitchell fue condenado en 2016 por posesión de pornografía infantil y corrupción de un menor. Se encuentra en el registro de delincuentes sexuales del estado de Pensilvania. A pesar de ello, él y su esposo obtuvieron un bebé mediante subrogación, eludiendo leyes que prohíben las adopciones a ofensores sexuales.
Mientras tanto, México se ha convertido en el destino favorito del turismo reproductivo debido a sus condiciones favorables para cualquiera que desee explotar el sistema... y a las mujeres y niños.
Hay vacíos legales: solamente Sinaloa y Tabasco regulan en sus códigos civiles el contrato de gestación subrogada, mientras que apenas Querétaro y San Luis Potosí lo prohíben expresamente. No hay un impedimento real más allá de cubrir las cuotas que cobran las empresas de reproducción asistida —auténticos brokers de fertilidad—. Traficantes de la pobreza que venden la experiencia de “tener un hijo” sin importar enormes detalles que amenazan la integridad sexual de los menores. Como en este caso: un agresor sexual que presume en redes sociales a su bebé junto con su pareja.
La industria de los vientres de alquiler se alimenta de falsas ideas de derechos que, en realidad, no lo son: el falso “derecho a ser padre” o “derecho a ser madre”, que parte del mito de que existe un derecho a tener hijos aun sin contar con la capacidad biológica o física para procrear. Y a partir de ese falso derecho, se construye otro: el de explotar el cuerpo de otras personas que sí cuentan con las bases naturales para reproducirse, pero que —por razones económicas como la precariedad, las deudas o la pobreza— ofrecen su cuerpo a cambio de dinero. Dinero que, en realidad, representa menos del 30% de lo que cobran esas empresas de fertilidad. Vale la pena recalcar que el único derecho que si es un derecho es el de las niñas y los niños a tener una familia, recibir cuidado y protección tanto por sus cercanos como por el país que les brinda nacionalidad o estancia así como contar con verdad sobre su identidad y respeto a su dignidad humana. Por ello es que todo nene tiene derecho a la adopción y al amor de hogar, sin discriminar a los padres por preferencias pero si excluyendo a cualquier sentenciado por crímenes sexuales contra menores.
Y aun con todo eso, México es atractivo y barato para quienes manejan dólares o euros. Entre el tipo de cambio y la evasión de leyes, nuestro país se convierte en el paraíso de la explotación de vientres... y del tráfico de menores.
En Estados Unidos, Brandon Keith jamás habría podido adoptar a un niño debido a sus antecedentes. Pero aquí, la subrogación puede realizarse de manera ilegal mediante registros alterados, en los que el “padre de intención” simula ser el padre biológico para tramitar el acta. No sabemos qué papeles usó esta pareja para registrar al niño que hoy exhiben en redes sociales. Lo cierto es que su caso revela gravísimos fallos en el sistema de protección infantil.
Durante estas vacaciones vi casi completa la serie El cuento de la criada, adaptación del libro de Margaret Atwood. La historia narra un Estados Unidos distópico gobernado por una corriente ultra conservadora que establece un régimen autoritario, donde todo lo que hoy conocemos se lleva al extremo: las mujeres tienen prohibido trabajar, sus cuentas son congeladas y son despedidas el mismo día. Ya no pueden tener propiedades, ni leer.
En ese futuro tóxico, la tecnología y los contaminantes son señalados como culpables de la infertilidad. Todo regresa a lo “natural”. Solo hay tres destinos posibles para las mujeres: Ser fértiles y ser obligadas a convertirse en vientres de alquiler en nombre de Dios, inspirados en el relato bíblico de Génesis 30, en el que Raquel, al no poder tener hijos con Jacob, le da a su criada Bilha para que conciba en su lugar. Las fértiles son obligadas a celaborar “ceremonias” que en realidad , son violaciones justificadas en las que participan las esposas infertiles en nombre de Dios y de la biblia porque en el relato de Génesis 30, Raquel, al no poder tener hijos con Jacob, le da a su criada Bilha para que tenga hijos en su lugar, ya que ella sentía envidia de su hermana Lea, quien sí podía concebir. Jacob se acuesta con Bilha, quien queda embarazada y da a luz a dos hijos, Dan y Neftalí, que Raquel reclama como propios.
Los otros dos destinos son ser una “Martha” que es una trabajadora del hogar, también considerada propiedad o cosa y también obligada, o bien, ser una esclava que trabaja en las contaminadas “colonias”, que son minas como de cobalto , en la precariedad o la muerte. Y si acaso tienen suerte o privilegio, pueden ser esposas de comandantes... o monjas.
Ese país ficticio se llama Gilead. Pero sus valores están cada vez más cerca de lo que hoy escuchamos de figuras como Elon Musk, que insiste en que las mujeres deben tener más hijos ante el “riesgo de desaparición poblacional”; o de Donald Trump, que busca “recuperar los valores tradicionales”, lejos del aborto, la homosexualidad o cualquier amenaza al rol femenino tradicional.
En una parte de la serie, una delegación mexicana visita Gilead para comerciar con las mujeres forzadas a gestar —las “criadas”—. Les arrebatan a sus hijos y los entregan en adopción a mejores familias que pagaron por ellos. El sistema es profundamente clasista. Y de forma brutal, reivindica al género como la clase social más baja. Ni siquiera las mujeres privilegiadas pueden leer.Una funcionaria del gobierno mexicano —en la serie—, al ser increpada por la protagonista, June Osborne (también conocida como Defred, por ser propiedad “de Fred Waterford”), responde que en una parte de México llevan seis años sin nacimientos... y que el sistema de las “criadas” es necesario.
Aunque Margaret Atwood escribió una ficción, como Orwell con 1984, hoy la realidad ha superado a la trama. Y es peor: los sistemas de explotación reproductiva están insertos en lógicas neoliberales que ni siquiera reparan en el bienestar de las niñas y los niños. Son mercancía. Son objetos. Se compran. Se venden. Como panes.
Y mientras los vientres se convierten en objeto de contrato, la hipocresía choca contra la realidad. Porque al final, no se trataba de mejores condiciones para los niños ni de cumplir un falso “derecho a procrear”. Era simple y sencillamente que business is business. Procrear es una posibilidad humana que emana de la naturaleza y puede tener asistencia como los tratamientos de fertilidad que ayudan a que el cuerpo de una misma persona alcance la salud reproductiva para lograr embarazos pero la inferioridad también es natural. Lo que resulta inmoral, inhumano e indigno es explotar cuerpos de mujeres y terceras personas con presupuestos clasistas en los que hay de por medio infancias damnificadas que nunca fueron tomadas en cuenta al menos para verificar su los “padres de intención” eran idóneos o no para criar un bebé.
Si se confirma que ese niño fue producto de un vientre mexicano, lo mínimo que debería hacer la presidenta Claudia Sheinbaum es prohibir tajantemente la continuidad de estas prácticas y revertir el daño que se le ha hecho a ese bebé al colocarlo en las manos de sus posibles agresores.