“Así como la verdad se produce por la medida, así la medida se produce por la verdad.”

SAN AGUSTÍN

El hackeo a la Sedena, las filtraciones dadas a Peniley Ramírez, el libro “el rey del Cash” llevan a que AMLO se quiera retratar como víctima de todo lo que sucede. Todo un Libertad Lamarque región 4T.

Así, mientras a Julian Assange la 4T lo celebra y le da trato de héroe, las filtraciones que apuntan al desbarajuste, corrupción y pugnas internas del obradorismo y del propio presidente, son repudiadas o cuando menos desestimadas. Comportamiento contradictorio; doble rasero tan típico de este régimen.

Igual de incongruente como pensar o suponer que si las filtraciones sobre otros gobiernos han resultado ciertas, las de la 4T sean falsas o ya se conocieran. Del “cateterismo de rutina” a indicios de un nuevo infarto hay un buen trecho…

Los hackeos de las Guacamayas confirman lo que en repetidas ocasiones había sido señalado como mentira por Elizabeth García Vilchis: López Obrador sí está enfermo y sí dio la orden de que se soltara a Ovidio Guzmán, entre otras cosas.

Con mayor razón, ahora, López Obrador esquivará todo lo que deja al descubierto sus patrañas para decirse víctima de fuerzas y personajes aviesos, contrarios a la Cuarta Transformación. Ya ha echado a andar teorías sobre quienes le atacan…

López Obrador dice que toda la información dada a conocer a partir de los hackeos ya era del dominio público. No todo. Su infarto de enero de este año NO lo era. Tampoco su traslado a la Ciudad de México. En ello él y sus corifeos mienten. Pero el culpable de sus mentiras o medias verdades jamás se encontrará entre sus filas; es más fácil culpar a quienes sacan la información a la luz pública. La actual administración no puede ni quiere tener un ápice de autocrítica.

De hecho, a quienes cuestionábamos desde hace tiempo si estaba enfermo, se nos tachó de mentirosos y complotistas. Cuando se pregunta por su parte médico y sobre qué hace después de las once de la mañana (cuando termina las mañaneras y los desayunos), solo se reciben balbuceos. “Empieza muy temprano su jornada de trabajo”, se repite hasta el cansancio. Lo cierto es que solo se le ve supervisando obras o comiendo los fines de semana.

El “pobrecito”, “es que está enfermo”, “no quería mentir”, “es verdad pero se exagera” son frases que forman parte del discurso diario de Presidencia. Es más, el “estoy enfermo” se torna en “soy víctima de filtraciones”.

Criticable usar la lástima como estrategia política, más cuando hay quienes de verdad la necesitan. A quienes deberíamos ver, procurar y apoyar es a las verdaderas víctimas de este país: los enfermos que sufren y mueren por falta de medicinas; los familiares de los desaparecidos y muertos por la violencia; las mujeres, cada día más violentadas y asesinadas; y una larga lista que pasan a último plano por la “víctima” de Palacio Nacional.

Nefasta costumbre de apapachar al “pobrecito”, al que nunca gana, al que “casi pudo”; dicho en léxico futbolero: “jugaron como nunca para perder como siempre” . Y luego, festejar al “perdedor” en el Ángel…

Hoy es momento de NO festejar, ni cejar o apapachar a quien ha mentido descaradamente. Ese que exigía la renuncia de Enrique Peña por estar enfermo.

Y en esa tesitura, hacer evidente que dicha información filtrada tiene otro fin. Me refiero a que dejamos de hablar de Ayotzinapa y del empoderamiento y protección brindada a los militares, a Alejandro Gertz Manero y a Alejandro Encinas. Tal vez dicha información fue dada a conocer por la misma 4T o por los mismos militares.

Sea hackeo o filtraciones, estamos atestiguando una guerra intestina al interior de la administración federal.

El presidente más “transparente y honesto”, ese al que lo cuida el pueblo, pero gasta en Suburbans y militares, acaba de admitir que no dijo la verdad con respecto a su salud. Se confirma: ni él ni sus mañaneras son creíbles.

¡Vaya ironía! Poca o nula inversión en defensa digital por parte de quien la defensa es su principal misión: la Sedena.

Contratos revelados por el ejército relativos al AIFA por 17,385 millones de pesos. Gracias al hackeo sabemos que el presupuesto sobrepasó los 100 mil millones de pesos. Y no conoceremos la cifra final ya que —se argumenta— son cuestiones de “seguridad nacional”.

Seis terabytes son mucha información. Es momento para que López Obrador no la utilice para continuar haciéndose la víctima y darse cuenta que entre Assange y las Guacamayas hay más similitudes que diferencias.

La 4T, López Obrador, la Sedena y la clase política en general enfrentan un gran problema: no es el hackeo, es la mentira que hoy queda probada.